¡Los verdaderos hombres no votan por mujeres! Un momento… ¿qué es un verdadero hombre?, ¿hay hombres falsos? Lo más falso es el debate en torno a este asunto que se ha desatado en medios estadounidenses en víspera de la elección presidencial de este 5 de noviembre.
La candidatura de Kamala Harris a la presidencia de Estados Unidos ha abierto la cloaca de la misoginia, patriarcado, machismo y conservadurismo en ese país. Comenzó a desvelarse en el 2016, cuando Hillary Clinton también fue candidata demócrata y fue más juzgada por los escándalos de su marido y por su ropa, que por sus propuestas. Hoy, los comentaristas de medios afines a Trump, de gran influencia global, están desatados.
No es broma, mujeres y hombres republicanos estadounidenses opinan en cadena nacional que votar por una mujer te hace menos hombre, que la masculinidad es parte integral y fundamental de una buena política, porque, al parecer, ser mujer no es lo suficientemente “masculino” —sí, así de absurdo— para poder gobernar un país. ¿La testosterona es componente implícito de una persona competitiva para encabezar al Estado? Eso quieren hacer creer.
Imposible omitir la codependencia entre conservadurismo y patriarcado. El primero busca preservar los ideales tradicionales, entre cuyos valores destacan la oposición al aborto, al feminismo, a los derechos LGBT y al liberalismo moderno que busca que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. Mientras que el segundo se caracteriza por la dominación masculina en diversas esferas, incluyendo la política, traduciéndose en una baja representación de mujeres en cargos de alta responsabilidad, como el de Jefas de Estado.
A pesar de algunos avances, las mujeres todavía enfrentan enormes barreras para alcanzar posiciones de liderazgo político. En el mundo, al 1 de octubre de 2024, de los 195 países pertenecientes a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), solo hay 29 donde mujeres se desempeñan como Jefas de Estado y/o de Gobierno, y esta misma institución calcula que, a este ritmo, la igualdad de género en las más altas esferas de decisión no se alcanzará por otros 130 años. Y es que las mujeres que han logrado ejercer la política siguen siendo objeto de violencia simbólica, psicológica y, en algunos casos, física.
Tres ejemplos de ello, entre muchos más, son la expresidenta de Chile, Michelle Bachelet, a quien en sus primeros dos años de mandato las críticas hacia el gobierno se centraron en su persona, no en sus resultados y propuestas; la exmandataria Cristina Fernández de Kirchner, que en 2022 sufrió un atentado perpetrado por un hombre y, antes, en 2015, acusó en plena Asamblea de la ONU en Nueva York, de ser víctima de “prejuicios culturales” ya que recibía “críticas sexistas” en lugar de las que tendrían que ver “con las políticas que llevaba a cabo”, y Julia Gilliard, la exprimera ministra de Australia, quien fuera objeto de “ataques sexistas y una plétora de imágenes pornográficas y degradantes que circularon en sitios web, correos electrónicos y redes sociales” durante su mandato.
Pero la baja participación política de mujeres no solo se debe a esta misoginia explícita, a los discursos y lenguaje despectivo que desdeñan los logros femeninos, sino también a las brechas sistémicas e institucionales. Incluso, la cobertura mediática de las candidatas se centra en aspectos superficiales, como su apariencia o vida personal. ¿Cuántas parodias has visto de la risa de Kamala? No es tan gracioso como parece.
Al final de cuentas, las elecciones actúan como un espejo de la sociedad y es indudable: la desigualdad persiste. Lo resultados de este martes en Estados Unidos importan para todo el mundo e impactarán en nuestro país, ojalá que gane Kamala…. y no Trump con todos sus conservadores patriarcales, a la mala.