Les hemos repetido hasta el cansancio que no están solas, pero sí lo están.
Las miles de mujeres que recorren cada rincón de este país-cementerio para buscar hasta por debajo de la tierra a sus familiares desaparecidos se enfrentan ante un abandono institucional que no solo las ignora, si no que las criminaliza y las violenta. Tanto es el desamparo que viven que algunas son asesinadas, desaparecidas y amenazadas de muerte cuando ellas solo quieren que sus seres queridos vuelvan a casa.
Se estima que en México hay más de 200 colectivos de madres buscadoras. Aunque podrían ser más porque en nuestro país hay más de 100 mil personas desaparecidas. Mujeres que han dejado todo para salir a buscar a sus familiares. Que abandonan su rutina, sus vidas, sus trabajos, para entregarse a la ardua labor de búsqueda con sus propios recursos. Un trabajo por el que nadie les paga. Un trabajo que nadie quisiera tener nunca. Un trabajo que ellas no eligieron.
Mujeres que cada día caminan por este país que se rige por la necropolítica, con sus palas en mano en búsqueda de pistas y la esperanza de encontrar aunque sea “un puñado de huesos”, como dicen ellas. Mujeres que han tenido que suplicar al crimen organizado públicamente que no las desaparezcan, que no las asesinen por buscar a sus familias en territorios de muerte.
Esta semana vimos cómo Ceci Flores, fundadora del colectivo Madres Buscadoras de Sonora, fue a tocar las puertas de Palacio Nacional una vez más para reunirse con Andrés Manuel López Obrador, para exigir que el Estado asuma su responsabilidad y atienda la crisis de desapariciones en el país. Ceci se disfrazó de beisbolista y con su pala en mano para ver si así sí, apelando a sus intereses personales, el presidente la dejaba entrar, la escuchaba. No sucedió.
Una vez más el presidente le cerró las puertas y le dijo que “dejara la pala” ahí afuera de Palacio Nacional. Y finalmente, sumando a su indolencia, dijo este 21 de marzo que no se reuniría con el colectivo de madres buscadoras si no hasta después de las elecciones del 2 de junio, porque —argumentó— que en su gobierno no quieren ni tocar el tema, “ni que nos usen porque ya ven cómo son los conservadores”. Como si la búsqueda de los hijos e hijas pudiera esperar.
Una vez más, las voces de quienes señalan las omisiones y negligencias del Estado se vuelven voces enemigas para un gobierno indiferente. Aunque sean ellas las que hacen el trabajo que el gobierno no. El colectivo de Madres Buscadoras de Sonora, por ejemplo, ha encontrado los restos de 2 mil personas desaparecidas. En este país, las familias que buscan a sus seres queridos se ven obligadas a convertirse en peritos, detectives y rastreadoras. Se obligan a dibujar señas particulares y describir ropas ensangrentadas para que esos trazos ayuden a otras a reconocer, a encontrar, a tener algo con lo cual exigir acciones a las autoridades.
Por eso es que esta semana en La Cadera de Eva dedicamos la Editorial a ellas. A las mujeres que solo aparecen en las portadas de la prensa cuando se confrontan a un gobierno abúlico que las invisibiliza por considerarlas incómodas. O peor aún, cuando se vuelven noticia nacional cuando son asesinadas, como pasó con Blanca Esmeralda Gallardo, quien buscaba a su hija y le dispararon afuera de su casa en Puebla. O a Angelita Meraz León, quien soñaba con encontrar a su hermano y la mataron dentro de su salón de belleza en Tecate, Baja California.
También hay mujeres que pasan de ser buscadoras a ser buscadas como Lorenza Cano Flores, una activista de 55 años que buscaba a su hermano desde 2018 y que fue secuestrada en su propia casa el pasado 15 de enero, cuando unos hombres armados se la llevaron después de matar a su esposo y a su hijo.
Las buscadoras son invisibilizadas por el gobierno y silenciadas por el crimen.
No es ninguna sorpresa que sean las mujeres quienes encabecen esta búsqueda. Tal y como también lo hacen las madres de las víctimas de feminicidio en este país, quienes también han sido violentadas y abandonadas en su búsqueda de justicia ante un Estado patriarcal que las ignora o las acusa de ser agentes del conservadurismo.
Mujeres que no solo se han convertido en buscadoras de justicia. Sino también en segundas madres de los miles de huérfanos y huérfanas que quedan en el desamparo cuando sus mamás no vuelven más a casa. Mujeres que por todo el desgaste en las tareas de búsqueda y cuidado han caído enfermas y muchas veces se han ido sin ver que sus familiares regresen a casa o sin saber qué pasó con ellos. Mujeres que viven el duelo en vida. Mujeres que no pueden salir a buscar a sus familiares porque están sosteniendo la vida que les queda.
Mujeres que sí, están solas ante el abandono institucional pero que se acompañan cada día, atrincheradas, acuerpadas en el mismo dolor y en el mismo camino.
Mujeres que han encontrado un poco de esperanza con alguna pista que ellas mismas encuentran. Mujeres que, pese a la desidia criminal del Estado, volverán a salir el próximo 10 de mayo a marchar por todo el país para recordarnos que no hay nada que celebrar en este país, porque esas mujeres son “madres muertas en vida”.