Se cumplen tres días de la muerte de 39 migrantes y 28 heridos luego de un incendio registrado a los interiores del Instituto Nacional de Migración. Entre respuestas desacertadas, el presidente López Obrador se trasladó a Ciudad Juárez,  para atender la situación de manera personal, al término de su visita, una onda de migrantes detuvieron su transporte y al grito de justicia, obstaculizaron su paso. Es aquí, donde una mujer lo increpa y desde la condescendencia, el mandatario se refiere a ella como “mi amor”. 

“Queremos justicia”, se escuchan las voces de unos hombres que con fuerza, mueven el transporte del presidente. Entre el grito de las personas, se escucha el de una mujer que le demanda: ¡atienda a los migrantes!, en respuesta, el presidente sólo repite “sí, sí, sí” y asienta con la cabeza afirmando que se trabajará en ello. 

El momento escalaría en tensión cuando la mujer lo increpa y le comenta que no vaya a hacer lo mismo que los Estados Unidos, en referencia a la impunidad y la violencia ejercida contra grupos migrantes. Es aquí donde AMLO responde “no somos iguales, mi amor, no nos confundas”, esta última frase resuena cuando se observa el sentido paternalista del mandatario y cómo, desde el machismo, se relaciona con la mujer que intenta hacerse escuchar entre la multitud. 

Finalmente, en el video de La Silla Rota, se observa la manera en que, con molestia, el presidente le grita a un hombre que está frente a su camioneta, “¡no provoques!”, externa. Acto seguido, la mujer que se encontraba presente para exigir justicia por la muerte de los migrantes, le cuestiona al presidente el porqué ahora ellos son los provocadores y si no recuerda que él también era considerado un provocador, visiblemente molesto, AMLO politiza la situación y concluye: “Que se me hace que te mandó Maru, mi amor”, llamándola de esta manera por segunda ocasión y haciendo hincapié a que era infiltrada simpatizante de la panista Maru Campos, gobernadora de Chihuahua

Sobre el poder autoafirmativo y el micromachismo en el lenguaje

Hablar de micromachismos, es visibilizar y cuestionar la manera en que nos relacionamos con las otras personas, además, corresponde a un tipo de violencia de género que perpetúa estereotipos y coloca a la mujer en una posición de vulnerabilidad. Actos como llamar “mi amor” para infantilizar a la mujer y hablar desde la condescendencia refleja que, como persona, no se respeta la integridad de la otra y tampoco es vista en calidad de iguales.

El que no los veamos no los hace menos dañinos; por más discretos y sutiles que sean, sus efectos tienen un impacto monumental: son estos machismos cotidianos los que sostienen la organización social desigual en la que vivimos. Un micromachismo no es un ojo morado, no viola, no mata, pero sí forma parte de un sistema que permite la existencia de violencias mayores”, señala el libro “Machismos cotidianos” escrito por Claudia De La Garza y Eréndira Derbez.

El micromachismo son todas aquellas actitudes que, por menores que parezcan, replicamos en la cotidianidad y marcan un precedente en la manera en que nos relacionamos con los cuerpos feminizados. Culturalmente, hablar a la mujer con un tono diferente al de su congénere, ser paternalista y ejercer mansplaining es un tipo de violencia que se normaliza e incluso, se justifica bajo la creencia de la caballerosidad y la amabilidad, pero no permite entenderlo desde la disparidad que estas acciones representan. 

Ahora bien, si se observa desde el paternalismo y la relación de poder que ejerce una figura como el Presidente de la República, podemos dar lectura a que, acciones de esta índole corresponden al intento de mantener en subordinación a la mujer. En palabras del psicólogo Javier Miravalles en su artículo académico “Poder y Género”:

“El poder es algo que se ejerce y se visualiza en las interacciones sociales. La palabra poder tiene dos acepciones, una es la capacidad de hacer y el otro el de reafirmarse y decidir. Es un poder autoafirmativo. Este poder requiere para su ejercicio una legitimidad social que lo autoriza para ejercerlo, siendo la posición de género uno de los ejes cruciales donde discurre esta desigualdad de poder” 

Asimismo, el especialista abona en que la cultura patriarcal legitima la creencia de que el cuerpo masculinizado es el único que puede ejercer el poder autoafirmativo, lo que se traduce en que el varón que además, posee un poder político, tiene la facultad de tomar decisiones, trasgredir derechos y expresarse de la mujer que debe permanecer subordinada al trato condescendiente

Finalmente, entender esta clase de violencia ejercida se vuelve fundamental para cuestionar el porqué, mandatarios que se desempeñan en altos niveles de de la vida política reproducen este poder autoafirmativo sobre mujeres y minorías. Decir “mi amor”, “mi cielo”, “mi niña” a las mujeres, no es un acto afable, es un micromachismo que infantiliza y despoja a la mujer del poder de demandar, exigir, reclamar y señalar las injusticias como actores sociales en paridad. 

“Nunca quiero que olviden que las mujeres tenemos poder y siempre habrán personas que nos harán sentir que no lo tenemos, pero claro que sí, no importa si somos ricas o pobres, si tenemos papeles o no, nosotras tenemos poder”, (Mónica Ramírez, abogada defensora de los derechos humanos y nombrada dentro de la lista de las 100 mujeres más poderosas de Forbes y revista TIMES en entrevista para La Cadera de Eva)