Un día como cualquier otro, Rosa apaga el despertador a las cinco de la mañana, despierta para preparar el desayuno de todos los integrantes de la familia, revisa la ropa que usarán junto con mochilas, deja listo el alimento de las mascotas, aprovecha para realizar la lista del super que comprará y sacude el sillón que quedó desalineado anoche. 

Se encarga de que todos estén listos a la hora que deben partir, incluyendo ella misma, los lleva al colegio, y corre a efectuar los pagos del banco que están por vencer.  Llama al dentista, camino a la oficina, para agendar la cita de rutina de uno de sus hijos.  Llega a su trabajo y acelera su jornada para atender los pendientes suficientes antes de salir de vuelta por los niños. 

En una pausa busca y compara precios del disfraz que necesita el hijo menor, imprime unos documentos que ayudarán a la tarea del mayor, y lee una receta nueva.

Siempre corre dejando un sinfín de temas que tratar en el trabajo, pero su jornada aún no termina, pasa por los niños, atiende los deberes de la familia, comida, tarea, alistar los uniformes de mañana, lavar trastes, adelantar la comida del siguiente día, pone una lavadora para que puedan secarse el uniforme de deportes, batalla con que los niños hagan sus deberes -en el inter- toma llamadas y contesta correos de su trabajo. No obstante, avanzada la tarde empieza a preparar las camas, bañar a los niños, supervisar que se hayan lavado dientes y una de sus jornadas acaba al dormirlos; para que ella pueda limpiar la mesa, trastes y dejar la cocina lista -como si ahí no hubiera pasado nada-.

Se toma un té, mientras anota los pendientes del día siguiente, recoge a su paso la ropa que se usó, alisa el sillón para retirar las migajas que su marido dejó.  Cuando voltea se percata que el marido se encargó de dejar un par de trastes sucios y la cocina sin limpiar. Se dispone a acostarse, generalmente cuando todos ya están dormidos, y antes de cerrar los ojos repasa los asuntos que atenderá mañana, entre ellos la vacuna del niño, comprar el regalo del festejo del fin de semana y llamar al plomero para reparar el lavabo. Si bien, en ocasiones, su marido realiza algún “apoyo”, Rosa tiene que completar, corregir o rehacer la tarea…

A pesar de que las mujeres han ido introduciéndose más al campo laboral (y en ocasiones son la fuente principal de ingreso en sus hogares), esto no las ha exentado de estar a cargo de las tareas del hogar, atender a los hijos, y una larga lista de actividades que llevarían a considerar que tienen dos empleos, trabajando permanentemente 24/7, y en gran parte, una de sus labores no les es remunerada.

Tras la revisión y estudio del fenómeno en cuestión, en un estudio he considerado esta variable como “síndrome de exceso de demanda cognitiva”.

Se presenta al realizar varias tareas al mismo tiempo, lo que representa una especie de carga mental, que conlleva un gran desgaste a nivel cerebral, emocional y físico por encargarse de la organización, la planificación y la toma de decisiones dentro del hogar, más las otras actividades que realiza la mujer.

El origen de esta demanda cognitiva es una cuestión social, debido a la diferencia de actividades, asignadas por los roles de género, que pese a todas las lógicas sigue persistiendo. El cansancio, el exceso de obligaciones y responsabilidades son síntomas visibles en las mujeres que padecen de este síndrome.

Lo que dice la ciencia

Al considerar un enfoque desde las neurociencias, si el cerebro se encuentra en alerta por períodos prolongados de tiempo, permea la disminución de la tasa de atención en la tarea, provocando que su ejecución se entorpezca. Los neurotransmisores implicados en la ejecución de estas tareas incluyen el cortisol como la principal hormona que tiene el papel como neurotransmisor del estrés.

Dicho de otro modo, el evento estresante libera cortisol para preparar al cuerpo para poder enfrentar la situación, tras la culminación del episodio estresante los niveles de cortisol disminuyen para llevar al cuerpo en un periodo de refracción/relajación; sin embargo en el caso del estado en alerta en el que permanece la mujer, propicia niveles altos, ya que el evento estresante persiste, esto resulta en la afectación de procesos cognitivos tales como la atención, la resolución de problemas y la toma de decisiones. 

El caso se agrava cuando socialmente está el prejuicio que la mujer actúa de cierta forma (con frases como: no le hagas caso “está loca, son neuróticas, está en sus días”, etc.), ya que es parte del resultado de estar siempre alerta, más la fatiga mental que eso implica en los periodos prolongados de tiempo. Donde no hay una gratificación emocional ni un reconocimiento por su labor, y como es “invisible” nadie se percata al menos que se deje de hacer (que en ocasiones esta ausencia puede ser catastrófica, tal es el caso de una vacuna sin poner). 

Todo esto se realiza en “solitario” y no se limita a un “en qué te ayudo”, porque si partimos del significado de “somos pareja”, no debe ayudar, es parte de la función como padre de familia.  Pero muchas veces tan solo negociar resulta desgastante, ¿qué está faltando para atender desde raíz estas definiciones de rol? Estar atenidos a recibir instrucciones o bien la resolución que es más cómoda y la respuesta más económica conductualmente hablando, para ambas partes.

También puede darse como resultado la fatiga mental tras un periodo prolongado de este exceso de demanda, específicamente pudiéndose tratar de una fatiga objetiva, definida como una disminución del rendimiento. Esto alude a que la carga mental sea perciba como un desgaste constante tanto físico como cognitivo que lleva a las mujeres a tener cansancio tras la finalización de su jornada laboral, (considerando que realiza actividades en escenarios como el trabajo y la casa), minando la salud mental de la misma mujer y de sus relaciones: trabajo, familia y entendimiento social).

En palabras llanas, todo esto representa un trabajo “invisible” (pocos son conscientes de ello), no valorado y muy criticado, pero que desgasta como ningún otro -como ya se mencionó- no retribuido y que no tiene un horario definido, puesto que es permanente y, por tanto, frustrante.

No importa que tanto estén implicadas las parejas en la crianza y cuidado del hogar, créanme que el gran porcentaje de los casos recae en las mujeres.

Aterrizando a nuestro país, el cuidado del hogar, hijos, adultos mayores y enfermos es tarea principal de muchas mujeres, lo que impide la integración a un mercado laboral eficiente.

 En cifras de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), del Organización Integral del Trabajo (OIT) y del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), del total de la población femenina de entre 15 y 64 años, es decir en edad laboral, 47% están integradas al mercado. Siendo un porcentaje menor que en los países de la región con menos PIB, como es el caso de Argentina, Colombia, entre otros. No obstante, estas mujeres que trabajan en promedio ocho horas en sus empleos, además ocupan más de 25 horas semanales para realizar sus labores domésticas (actividad no remunerada versus el hombre que destina 8 horas semanales para dichas funciones.

A estas alturas de la evolución social existen comportamientos machistas que favorecen este actuar y permean que la situación continúe así, puesto que no es parte de la naturaleza del cerebro femenino que disponga una “facilitación” a desarrollar dichas tareas como la coordinación de las mismas (ya que coordinar por sí mismo es una tarea laboriosa que en estricto sentido no da cabida a la ejecución simultánea), pero en el caso del hogar, algo pasa que puedes ser la líder del proyecto y la ejecutora al mismo tiempo, con su qué, cómo, cuándo, para qué, y largo etcétera.  Desde cualquier ángulo se vuelve una tarea titánica (planear, coordinar, organizar, ejecutar y lo que sigue…), y esta labor es de tiempo completo.

Entonces, esto significa que estás a cargo del 80% de las acciones implicadas (planear y ejecutar), como ya comentamos tienes que estar atenta de todo, todo el tiempo…

Insisto, no trato de decir que los hombres no colaboren, algunos son activamente muy participes. Sin embargo, no es suficiente ya que no realizan el proceso completo, y por citar un acontecimiento entre tantos comunes, el hecho de que un marido tienda la ropa, no incluye quitar la ropa del tendedero una vez que se haya secado, y podría pasar colgada ahí hasta que se vuelva a usar.

¿Si se debe a la lateralidad cerebral?

La funcionalidad de los cerebros por deferencias de sexo se ha estudiado mucho y entendemos que hay diferencias de funcionalidad, donde las mujeres se han caracterizado por la habilidad de realizar multitareas al mismo tiempo, e incluso de manera rápida versus los hombres que ejecutan tareas por cachitos más pequeños (no dejo de mencionar que el hombre tiene otras ventajas que requieren funciones más lineales en amplitud o latencia y embonamiento). Pero en el día a día eso no justifica el agotamiento que la mujer acumula para mantener una familia a flote…

Si no se le da valor a la función, menos se tiene conciencia de lo que implica y de lo que representa para la mujer.  La solución empieza con la educación en casa, romper esos paradigmas de lo que el  hombre y la mujer deben hacer, además de que las instituciones generen políticas públicas que lleven a la equidad de género en un sentido amplio.

No quiero cerrar sin dejar abierto un cuestionamiento para generar opiniones y entender qué está haciendo falta para “equilibrar” este rol social y favorecer el entendimiento. Sino para hacer una repartición justa de las labores para un mejor fin.

*Investigadora de RH y Salud Ocupacional. Directora de DserOrganizacional. Consultora de empresas. Coordinadora de Psicología Organizacional en la UNAM. @DraErikaAyub