Según se lee en la página de la ONU, establecer el Día Internacional de la Convivencia en Paz responde a la concepción de que “La paz no sólo es la ausencia de conflictos. Convivir en paz consiste en aceptar las diferencias y tener la capacidad de escuchar, reconocer, respetar y apreciar a los demás, así como vivir de forma pacífica y unida. Es un proceso positivo, dinámico y participativo en que se promueva el diálogo y se solucionen los conflictos en un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos”.

La propuesta es interesante: diálogo y cooperación. La pregunta ineludible es ¿cómo hacerla posible? La duda se puede abordar desde diferentes niveles. El primero de ellos tiene que ver con la forma de lograrlo; en este sentido, hay diversas respuestas disponibles: desde la educación para la paz y los derechos humanos y otras metodologías similares se han diseñado diferentes posiciones teóricas y prácticas que conducen -justamente- a propiciar el diálogo y a generar las actitudes y conductas que orienten a la cooperación. De manera que aquí no está el obstáculo principal.

La dificultad para la convivencia en paz se halla en las estructuras sociales. Es ya lugar común señalar que nuestras sociedades están regidas por sistemas patriarcales; una consecuencia de ello es que las mujeres han estado excluidas de la posibilidad de diálogo, pues son las posiciones masculinas las que se escuchan y se atienden a la hora de conformar los diagnósticos sobre los cuales después se tomarán las decisiones.

LA NECESIDAD DEL DIÁLOGO

A lo anterior podríamos agregar el factor de la masculinidad hegemónica: no es que todos los hombres tengan la posibilidad de hablar y su voz sea escuchada; en realidad, hay prácticas de género que estructuran el funcionamiento social, de manera que las decisiones se pueden tomar sin necesidad de generar diálogos.

Pongamos un ejemplo para visualizar cómo opera en la vida cotidiana. Recientemente conversamos con un grupo de hombres servidores públicos y al preguntar por el problema que más aquejaba a la ciudadanía se coincidió que era la inseguridad en las calles: posibilidad de robos y temor a ser golpeados. Posteriormente, les pedimos que pensaran en cuerpos no masculinos; al final del ejercicio se percataron que para hombres homosexuales o trans, el riesgo de ser atacados en la vía pública se incrementa; pero para quienes tienen cuerpo de mujeres se suman las posibilidades de las violencias sexuales, y además los peligros no se limitan a la vía pública, también los hogares, las escuelas, etcétera, se vuelven espacios de riesgo. Este ejercicio se podría complejizar considerando edades, aspectos raciales o étnicos, condición socioeconómica, entre otros.

De manera que la convivencia en paz involucra procesos de diálogo donde las personas podamos vislumbrar realidades diferentes a las nuestras, para encontrar soluciones pertinentes. En este sentido, la posibilidad de la paz no depende sólo de mejorar la comunicación interpersonal; también se requieren mecanismos de intermediación que faciliten la comunicación de las necesidades que tienen los diferentes colectivos que confluyen en un área geográfica con quienes habrán de tomar las decisiones. No es un ejercicio sencillo; por ejemplo, cómo lograr una adecuada representación de niños, niñas y adolescentes o de personas con discapacidad.

LOS NIVELES DE ACTUACIÓN DE LA MASCULINIDAD HEGEMÓNICA

Pero ahí no se detiene el asunto. Si tomamos en cuenta que la masculinidad hegemónica actúa a nivel estructural y determina el funcionamiento de la vida afectiva, la política y la economía, entonces podemos advertir problemas como los siguientes:

Primero, lo difícil de generar empatía hacia colectivos con mayores necesidades, dado un orden que privilegia el individualismo.

Segundo, es complicado crear sistemas representativos para generar diagnósticos y propuestas de solución colectivas, cuando la lógica del funcionamiento político no depende de la valoración ciudadana del desempeño, sino de la satisfacción de los grupos de interés que pueden determinar el futuro de quienes ejercen la política o laboran en el gobierno.

Por último, ante una política fiscal que no es adecuadamente redistributiva, los recursos destinados a resolver problemas públicos -como el de inseguridad- siempre son escasos, lo que pone a competir a los diferentes colectivos por los reducidos presupuestos que tienen que atender problemas complejos.

En suma, lograr hacer realidad una convivencia en paz exige una perspectiva de género con enfoque en masculinidades que abone a una mejor relación interpersonal, pero al mismo tiempo incida en los otros niveles de actuación que aquí hemos esbozado. Retomando nuestra conversación con los hombres servidores públicos, es claro que lograron visibilizar los problemas que emergen cuando consideran los puntos de vista de otros grupos sociales marcados por el género y la interseccionalidad; esto es un paso, pero no basta. Deben construirse los mecanismos sociales de diálogo en diferentes niveles de sociabilización y responsabilidad para generar una convivencia pacífica. Vayamos por ello.

René López Pérez Este artículo fue escrito por René López Pérez, responsable de investigación de GENDESGénero y Desarrollo.

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