En más de una ocasión es plausible escuchar  narrativas sobre las infidelidades al interior de una pareja romántica, y a la par, escuchar opiniones sobre una falta de corresponsabilidad entre las personas asociadas a tal infidelidad, que llegan a retratar a la mujer como culpable del desliz del hombre, el cual se asume como víctima de sus impulsos sexuales o de su falta de inteligencia emocional para advertir la manipulación femenina que lo orilló a tales actos. Pero, si observamos con cuidado, detrás de estas narrativas cotidianas se disimula una lógica que invita a competir y a minimizar las acciones del otro o la otra con tal de afianzarnos en el lado “correcto” de la narrativa. Es decir, si me es legítimo juzgar o denigrar las acciones de la supuesta “enemiga” a vencer, apoyamos la construcción de una lógica que nos orilla a encaminar nuestras acciones en comparación con (x), lo que nos sumerge en una competitividad potencial.

De acuerdo con Brigitte Vasallo, la competencia (competitividad) es el mecanismo básico de todos los procesos y estructuras que suceden en el mundo capitalista.

La forma es simple: construir la ficción de una estructura jerárquica con un paraíso en lo alto y un infierno en la base y poner a los individuos, bien individualizados, a competir para alcanzar la cima (…) La estructura piramidal nos enseña a confrontarnos para sobrevivir. Los paraísos que habitan la cima (cumbre) son múltiples y hay uno para cada ocasión. Desde la vida misma, la supervivencia, hasta el confort capitalista, la supremacía económica, los méritos académicos, la fama o, claro, el sexo y el amor. (Vasallo, 2018, pp. 50 – 52)

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Desde esta lógica jerárquica y piramidal es plausible comprender por qué la competencia descarnada acontece en las diversas relaciones que formamos con los hombres y entre nosotras mismas, y que tal condición no es privativa de nuestra vida “romántica”, sino que se extiende a una competencia agotadora en el ámbito laboral, académico, de amistades, maternidad, etc. Por ello se vuelve fundamental cuestionar directamente la jerarquía o la idea de ejercer supremacía sobre otros cuerpos, además del reconocimiento de los privilegios que sustentamos al interior de un sistema que nos orilla a la competencia constante, y donde la necesidad de mi reconocimiento puede desencadenar la invisibilización de otras personas, principalmente de mujeres y grupos que históricamente han sido silenciados o no dignificados por este sistema.

Pero, bajo el engranaje de este sistema de competencia, ¿qué mecanismos podemos implementar para no sucumbir a tal andamiaje? Argumentar al respecto nos lleva a pensar en caminos con diversas formas y grados de efectividad, incluyendo a aquellos que implican la acción política en la arena pública y en la jurisprudencia, los cuales resultan lentos y complicados de llevarse a cabo desde instituciones tan asentadas en el sistema. No obstante, la posibilidad de empujar desde los cimientos las estructuras institucionales puede surgir desde acciones más cercanas y asequibles en nuestros ámbitos inmediatos, con implicaciones que parecerían, de primera instancia, muy locales e insuficientes, pero que, en tanto disruptivas, encausan también cambios socio políticos de mayor envergadura.

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Construir redes afectivas y de cuidado mutuo 

En este sentido, tal vez las preguntas más importantes a nivel inmediato sean, ¿cómo logro la disrupción de la hegemonía de la competencia con mi vecina, con mi amiga, con mi madre, mi hija, mi hermana, mi compañera de trabajo, las otras mujeres y todos esos otres que importan? Una posibilidad es la creación de redes de apoyo y cuidado que inicia con nuestros seres cercanos pero que no se limita a ellos, que se extiende más allá de los afectos, conformando pequeños actos revolucionarios y constantes.

Las redes afectivas no se conforman con conocer, sino que construyen el reconocimiento (…) cuando uno de los nudos de esa red de afectos conoce a las otras partes, pero no reconoce su implicación en la red, la red no existe. (Vasallo, 2018, p. 87)

Trabajar por mejorar nuestros vínculos afectivos y de cuidado mutuo es un acto político, y me refiero no sólo a una amistad de afectos cercanos y entrañables, sino a una afectividad más bien entendida como sororidad, una red de apoyo que hace eco fuera de nuestros círculos íntimos, y que se extiende a vínculos laborales, vecinales, de maternidad, a colectivas en redes sociales y de cuidado a nuestros/nuestras enfermas, infantes, migrantes etc., desde un reconocimiento de que en la red de apoyo, cada nudo forjado importa y mantiene la estabilidad del todo. El reconocimiento de que otras mujeres padecen o han padecido lo que yo, y que otras generaciones lo pueden padecer, nos invita a cuestionar nuestras realidades desde una sensibilidad que comprende y acepta que hay diferencias y necesidades específicas.  Es así como, desde el apoyo entre maternidades disidentes, hasta el cuidado a la vecina que por su avanzada edad no puede salir a las compras, todos son actos que se convierten en micro revoluciones que fracturan los cimientos de la competencia, la individualización y el aislamiento.

Finalmente, un proyecto para conformar redes afectivas y de cuidado mutuo nos permite situarnos en un punto de vista de mayor alcance, en el que la necesidad de apoyo a otros grupos y colectivas (principalmente vulnerables) nos llevan a reconocernos también como vulnerables. Este punto de vista de mayor alcance también nos permite comprender contextos y situaciones que nos llevan a empatizar con aquellas y aquellos que, de inicio, consideramos ajenos a nuestro núcleo de afectos. En la medida en que puedo reconocerme como parte de un sistema que orilla a la competencia, y antepongo las necesidades de cuidado a esta lógica oportunista, es posible vislumbrar una actitud más solidaria y de escucha frente a aquellas mujeres que realizan actos que suelen ser juzgados desde el racero patriarcal, para comprender sus circunstancias y atender lo que, desde nuestras posibilidades, podemos atender. Dejar de pensar en las otras como enemigas, para adentrarnos en una red de complicidades afectivas y de cuidado nos puede allanar el terreno para que, como señala Vasallo, seamos bosque, donde cada árbol, a partir de raíces fuertes, se retroalimenta de los demás.

La autora es Coordinadora de las asignaturas Antropológico-sociales de la Universidad La Salle desde 2018. Es candidata al grado de Doctora en Filosofía Política por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Profesora y autora de diversas publicaciones nacionales e internacionales. Sus actuales líneas de investigación son: laicidad, objeción de conciencia, perspectiva de género y bioética con especialidad en las decisiones al final de la vida. Integrante del Seminario de Los Cuidados del Instituto Mora.

Bibliografía

·      Lagarde, M. (2003). El feminismo y la mirada entre mujeres. Ponencia dictada en el Seminario Internacional sobre Liderazgo y Dirección Para Mujeres “Poder y empoderamiento de las mujeres”. Recuperado a partir de https://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/marcela_lagarde/mirada.pdf

·      Vasallo, B. (2020), “La policía de la monogamia” (pp. 43- 75) y “Las herramientas del amo no desmontarán la casa del amo” (pp. 77-88) en Pensamiento monógamo, terror poliamoroso. México: Hacerse de palabras.

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