Sagrario recuerda con amor a su abuela Teresa, originaria de un pueblo donde se levantan altas casas blancas con una franja roja y tejas naranjas que desentonan con lo verde de los bosques michoacanos. La recolección, la repartición de alimentos, los cuidados y la búsqueda de leña, eran la rutina diaria de la mujer que, a paso apresurado, sabía identificar las estaciones donde se encontraban los mejores hongos, el clima que daba las flores más coloridas y la temporada idónea para encontrar hierbas.
Generacionalmente, las mujeres han mantenido una relación directa con el cuidado, la naturaleza y el respeto al entorno, no por una cuestión innata, sino por un sesgo de género histórico y dicotómico: la mujer es recolectora, el hombre proveedor.
Nuestras madres, abuelas, bisabuelas practicaban el ecofeminismo aún antes de que tuviera nombre. El amor, el cuidado, la repartición justa de alimentos en casa, los saberes heredados, la sensibilización y nuestra relación con la naturaleza nos prueba que somos resistencia ante las crisis ambientales.
En entrevista con la maestra en Ciencias de la Sostenibilidad, Verónica Solares, se recoge que, precisamente, los roles de género son uno de los fenómenos que han alimentado esta relación mujer-naturaleza; una mentira patriarcal que exime a los hombres de responsabilidades que también les compete.
Muchas veces se nos ha dicho que las mujeres tenemos ese instinto de cuidado, pero tiene que ver más con un rol de género que se relaciona de manera directa con el entorno social, es decir, que las mujeres somos cuidadoras de la familia, seres reproductivos y también encargadas de la recolección y distribución de recursos económicos e incluso, alimentarios, señala la especialista.
Mujeres indígenas y defensoras del medio ambiente
En una imagen cotidiana de las áreas rurales de nuestro país, podemos encontrar a las mujeres recolectoras en compañía de sus hijas. Ellas son las encargadas de acarrear el agua de algún manantial, conseguir leña, hierbas medicinales y además de estas labores de cuidado, estas mujeres, se enfrentan a desigualdades sociales, violencia, machismo, pobreza, precarización, falta de oportunidades e impunidad.
En conversación con la maestra Verónica Solares, se discutió un ejemplo muy palpable, donde una mujer sale con su hija todas las mañanas en búsqueda de agua, sin embargo, al momento de arribar al manantial resulta que ha sido ocupado por una gran corporación refresquera que está acabándose el recurso y contaminando todas las áreas verdes a su alrededor, entonces, estas mujeres deben ir aún más lejos para llevar agua a su casa. En el mejor de los casos, deberían caminar más, pero, ¿qué ocurre si entran a una zona ocupada por narcotraficantes?, zonas controladas por grupos delictivos que raptan, violan y asesinan.
Una imagen escabrosa de violencia que, aunque quisiéramos que se tratara de una narración ficticia, la realidad es que es a lo que sobreviven las mujeres indígenas de nuestro país: toman sus tierras, las sacan de sus espacios, contaminan las aguas, sus recursos se ven limitados y cuando deciden levantar la voz para defender su entorno, son silenciadas e incluso, desaparecidas ante los ojos de comunidades que saben bien, nada pueden hacer
Tres de cada cuatro ataques registrados en contra de ecologistas se dan en la región de América Latina, pues en nuestros países converge la violencia machista, la participación de grupos criminales que controlan las tierras, empresas internacionales poderosas que saquean a manos llenas e incluso, la corrupción gubernamental, son agentes que vulneran a los grupos indígenas y aún más, a las mujeres que mantienen una estrecha relación con el medio ambiente.
La ONG ambiental y defensora de derechos humanos, Global Witness, señala que el Cártel de Jalisco hace actividades de minería ilegal y perpetra con violencia, actos en contra de las comunidades indígenas con total impunidad.
Sobre esta línea, el espacio se da para levantar la voz por la desaparición de la indígena mixteca Irma Galindo Barrios, quien defendió los bosques de Oaxaca hasta que un día, su comunidad despertó con su ausencia y desde hace un año se desconoce su paradero; la impunidad se extiende a sus anchas en los interiores de las comunidades indígenas.
La contaminación del patriarcado oprime y asfixia
"Tenemos que modificar los estereotipos del guerrero y el cazador porque ya no son adaptativos en esta época. Es más, son peligrosos. La voluntad de dominio, tan alabada frente al humilde cuidado compasivo, es suicida para la humanidad dada la capacidad tecnológica de destrucción que se ha alcanzado" (Vandana Shiva, ecofeminista y activista)
De acuerdo con información de EFE, quienes se involucran de una manera más activa en la defensa de nuestro medio ambiente son las mujeres, un dato un tanto paradójico, tomando en cuenta que este sector de la población es vulnerable y excluido; la pirámide invertida que nos cambia de la base de la sociedad a la punta como defensoras. ¿Quién nos hace ocupar ese espacio?: el patriarcado.
Las mujeres no son más sensibles en cuanto a temas ambientales, no nacen con un chip que les otorga la facultad de ser más conscientes con el medio ambiente, no nacen con los saberes de cuidar de las cosechas, no tienen “buena mano para la tierra”, y tampoco son únicas cuidadoras. La responsabilidad es compartida; la voz de las mujeres no es lo suficientemente alta para silenciar a las industrias internacionales y hacer que la sociedad las voltee a ver con interés.
“Un ejemplo de esto es Rachel Carson en su obra Primavera Silenciosa, en donde denunció la contaminación de los plaguicidas y su relación con la salud de las personas. Aunque hubieron muchas mujeres que señalaron esas problemáticas, pero al final, la voz que es más privilegiada siempre es la del hombre”, explica la maestra Verónica Solares.
Desde hace décadas que vivimos una crisis socioambiental, altos niveles de contaminación, daño a la capa de ozono y a nuestras aguas y suelos; de manera gradual nuestros ecosistemas han comenzado a desaparecer, pero no podemos hablar de esta crisis sin antes interceptarla con otras luchas contra la desigualdad e inequidad de recursos. La defensa del medio ambiente es también por las mujeres que han sido despojadas de sus tierras, las mujeres que no tienen acceso a oportunidades laborales porque son encasilladas al cuidado y repartición de recursos en nuestras urbes, por las infancias que son vulneradas por grupos delictivos que saquean minerales, que son expuestas a alimentos y aguas contaminadas.
La ecología verde también se pinta de morado para hacer frente a las desigualdades sociales a través de la educación ambiental, la red de apoyo con otras mujeres, la perspectiva de género y la invitación a una lucha repartida: ni hombres “proveedores” y desentendidos de su responsabilidad; ni mujeres recolectoras, ni únicas cuidadoras del hogar.
Esbozando soluciones: ¿cuál es la importancia de la educación ambiental?
La educación ambiental se convierte en una opción para construir sociedades más involucradas con el entorno, pero también, para cerrar las disparidades de género que encasillan en roles a todo actor social. Cuando se intersecta la educación ambiental con la igualdad de género se pueden avanzar a pasos agigantados en contra de las industrias que pisotean y favorecen a algunos, en contra de las injusticias, del saqueo de nuestros recursos y de la corrupción que anida en los gobiernos estatales.
Al comenzar a esbozar cuestiones de la educación ambiental, la especialista en Ciencias de la Sustentabilidad, Verónica Solares, señala que es necesario deshacernos del adultocentrismo, pues frecuentemente el gremio piensa como investigadores y científicos, pero no se sensibiliza para abonar en la educación de nuestras infancias y adolescencias.
“Les decimos que nos enfrentamos a una crisis, que son problemas imposibles de resolver, que el cambio climático es alarmante, que si no logramos bajar tantos grados de temperatura la tierra vivirá sucesos catastróficos. Es momento de dejar de difundir mensajes de desesperanza de que no podemos hacer nada”
Asimismo, la especialista señala que la educación ambiental es una necesidad para todas nuestras infancias y adolescencias, pues se trata de difundir nuestros saberes, conocer que la lucha es de todas las personas y que desde nuestras posibilidades podemos generar un cambio. Eso sí, explica la especialista, tampoco es una cuestión de ocultar información, sino de invitar a la concientización de que el mundo se enfrenta a un serio problema, que las industrias poderosas que se han comido al mundo a su conveniencia y que desde la individualidad, incentivamos a un cambio poderoso.
“La educación ambiental tiene que moverte, darte conocimiento, invitarte a tomar acción y no paralizar por el temor y el pesimismo; si te inmoviliza, entonces no sirve. Es necesario generar sensibilización en las infancias de manera equitativa, es decir, hay cosas que todos debemos hacer pero tampoco somos salvadores, hay responsabilidades de grandes corporaciones y debemos presionar; toda acción es valiosa”
La educación ambiental debe priorizarse porque no podemos continuar viviendo en un país que perpetúa los roles de género, donde se ve a las mujeres como las principales conocedoras del cuidado de la tierra, donde nuestras compañeras indígenas desaparecen y son olvidadas, donde las niñas recolectoras son secuestradas en territorios controlados por el narcotráfico, donde nadie más se involucre en la justicia. Si se cree que las mujeres son las únicas capaces de despertar la sensibilidad y el amor por nuestros ecosistemas, no podremos avanzar hacia la igualdad de género y un medio ambiente sano y justo para todas las personas.