“Descolonizar” el feminismo es necesario para entender que no todas las mujeres deben tener ideas y proyectos semejantes para lograr su liberación y buena vida, explica la antropóloga kaqchikel Ofelia Chirix, quien también asegura que para que se respete una real y completa diferencia sexual y étnica, la perspectiva de género debe aplicarse a la realidad de los pueblos indígenas.
El movimiento feminista ha demostrado no ser exclusivo de una cultura occidental. Sin embargo, hoy en día –y tomando en cuenta la difusión de información segregada en redes sociales- el feminismo tiene una estigmatización en el patrón de mujeres: blancas, heterosexuales y de clase media. Pero el feminismo no se limita a esto.
El movimiento ha logrado trastocar fronteras culturales y regionales, modificando las prácticas y priorizando las distintas búsquedas de derechos y libertades para todas las mujeres. En este sentido hablamos del feminismo indígena.
Para la antropóloga kaqchikel, el feminismo es variante en cada grupo étnico y social, por lo que es importante quitar estigmas que limiten las prácticas de cada mujer denominada “feminista”.
El feminismo indígena
A diferencia del feminismo occidental, el feminismo indígena en el país, no se desliga del movimiento social, ya que éstas comunidades siguen funcionando como colectivos. En el occidente, según expertos, el movimiento se da más en lo individualista y liberal.
Además, se debe tomar en cuenta las precariedades y el racismo a las que hoy se someten las comunidades indígenas.
En México, casi todos los y las indígenas son pobres. Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), 7 de cada 10 indígenas en el país es pobre. Y 3 de cada 10 viven en pobreza extrema.
Por eso, una de los principales problemas a los que se enfrentan las mujeres indígenas es el hambre. La académica y activista Mercedes Olivera, pionera en la antropología feminista mexicana, explica que esa pobreza se vuelve parte de la subordinación de género, de clase y de etnia, por lo que no se puede separar.
Estas variables llevaron a cientos de mujeres a buscar defender los derechos de las mujeres combinando sus identidades de género y etnia. A este proceso, investigadoras y expertas en el tema, lo posicionan como el primer síntoma del feminismo indígena.
El inicio en el zapatismo
En una entrevista con Mercedes Olivera, con la revista Pikara, la antropóloga explica que de 1994 al 2002, el zapatismo –como una ideología de izquierda- parecía quedarse a nivel del discurso, porque en las propias comunidades, sobre todo en el caso de las mujeres, había mucha desigualdad. “En esta época el gobierno cooptaba a muchas de las bases que eran zapatistas, era un momento de guerra donde hubo violaciones de mujeres, abusos, raptos”.
Pero, por otro lado, el movimiento zapatista, crecía a la par de la movilización de las mujeres para exigir sus libertades y derechos.
Aunque ellas nunca han declarado abiertamente su adherencia al feminismo, puesto que muchas veces se identifica con lo liberal-urbano, que desde su concepción marcaría una diferencia con sus propósitos de comunidad indígena, las mujeres buscaron unirse al movimiento zapatista luego de reconocer las violaciones a los derechos indígenas.
Las represiones, el desalojo, la expropiación de sus tierras y la sobreexplotación de los recursos naturales, además del nulo acceso a condiciones de vida dignas en la alimentación, salud, educación y trabajo, llevo a estas mujeres a tomar armas, levantar la voz y exigir su participación activa, contra las desigualdades étnicas.
En este proceso, las mujeres crearon proyectos comunitarios desarrollados por ellas mismas, revalorizando su papel dentro de las comunidades y del movimiento zapatista.
Las mujeres indígenas plantean este feminismo como la participación en los foros a los que tienen acceso, sin embargo, su lucha no excluye al género masculino, por lo que se trata más de un proyecto colaborativo entre ambos sexos, como reclamo a las necesidades para la construcción de relaciones equitativas.
El feminismo indígena, como el occidental, debe ser visto como un movimiento en favor de las mujeres sin limitar ni imponer prácticas que no son vistas sin una perspectiva étnica ni de condición social. Es decir, y como explica la antropóloga alemana Angela Meentzen, es importante distinguir la vida cotidiana de cada mujer, qué principios orientadores sigue, como se organizan las relaciones de género y qué efectos produce la modernidad emancipadora sobre su identidad femenina.
(Brenda Lugo)