En un fragmento del libro Mujeres difíciles de Roxana Grey, publicado por la editorial Alianza de Novelas, habla sobre nosotras, ellas y ellos. Trata de responder ¿qué calla una mujer difícil? ¿Qué ha vivido y nunca le ha contado a nadie? ¿Qué hay detrás de las mujeres a las que la sociedad les llama locas, o frígidas o licenciosas?
Roxana Grey, autora y columnista
Una lectura que da respuestas sin la intención de hacerlo, Roxana una escritora feminista de narrativa y ensayo, editora profesora de Lengua Inglesa en la Universidad de Purdue, columnista de The New York Times y fundadora de la editorial independiente Tiny Hardore Press, escribe que viven, piensan y sienten las mujeres difíciles.
A modo de compartir un pedacito de su escritura, te dejamos algunos párrafos.
¿A quién admira una mujer licenciosa?
Nunca a su madre. Está intentado matarla o, al menos, aquellas partes de su madre que acechan bajo su piel. Cuando se abre de piernas desea que la distancia entre ella y su madre sea aún mayor. Actúa así porque recuerda demasiadas cosas; han visto demasiado: a su padre pálida y frágil, intimidada por la carne de su padre, su cuerpo carnoso, sus carnosas exigencias.
¿Dónde vive una mujer licenciosa?
Su apartamento está limpio y reluciente, y no le falta nada, aunque no parece un hogar habitado. Hay indicios de vida, pero nada más. Nunca permanece durante mucho tiempo en el mismo sitio. No tiene la necesidad. Cuando recibe visitas de caballeros, sus voces profundas resuenan por todo el espacio, limpio, claro y vacío. Hay una reproducción en blanco y negro y el recibidor. A veces, cuando se marcha, el caballero visitante examina la reproducción, como intentando entenerla. Ella lo observa, a su lado, con el cuerpo envuelto en una bata suave. Él dice: “Es bonito, pero ¿qué significa?”. Ella se limita a sonreír.
¿Cómo anhela una mujer licenciosa que la toquen?
Una vez conoció a un chico. Ella tenía veintitrés años y él tenía la misma edad. Era un chico sincero, y ella no sabía cómo tomárselo; ya había aprendido los peligros de la sinceridad. Él le dijo exactamente lo que sentía y le preguntó qué quería ella. La acariciaba con intención, con manos suaves pero fuertes. Cuando ella yacía debajo de él, se arqueaba contra su pecho de buena gana, adoraba la calidez de los lugares en los que encontraban sus cuerpos. Aquello era demasiado, ni siquiera se atrevía a creérselo. Ella le rompió el corazón. Cuando cierra los ojos, recuerda los dedos de él, siguiendo el dibujo de los huesos de su columna.
Si quieres seguir leyendo, te invitamos a adquirir el libro, no te arrepentirás.