El elevado número de mujeres feministas institucionalizadas, que forman parte de los espacios más altos de la toma de decisiones gubernamentales, ha sido importante para la creación de acciones con perspectiva de género; sin embargo, a pesar de su presencia en las instituciones, la violencia hacia las mujeres sigue al alza, lo cual, ha generado indignación en las recientes manifestaciones.
Esta indignación se observa claramente en las marchas que año con año se realizan el 8 de marzo en nuestro país. Así como en las consignas, reclamos y manifestaciones que tuvieron lugar el 12 de agosto de 2019 en la Ciudad de México, denominadas #Nomecuidanmeviolan y Diamantina Rosa, de las cuales se derivó el Plan de Acciones Inmediatas para Atender la Violencia Contra las Mujeres del Gobierno de la CDMX, que contempló cinco ejes fundamentales: transporte público, espacio público, instituciones de seguridad y justicia, atención a víctimas, así como la implementación de campañas permanentes. También se destacó la aplicación de un botón de auxilio, la instalación de 20 mil 875 luminarias en la capital, la iniciativa de ley para la creación de un Banco de ADN y la campaña “No es costumbre, es violencia” para visibilizar y evitar el acoso y violencia hacia niñas y mujeres.
No obstante, la intensidad del movimiento feminista, recuperado por las mujeres jóvenes, ha puesto en el centro de la acción y el debate fuertes cuestionamientos a las políticas gubernamentales. Incluso, las respuestas gubernamentales ante los casos de feminicidio y de violencia han generado las condiciones para que las movilizaciones se intensifiquen. Aun cuando la jefa de gobierno ha manifestado estar de lado de las mujeres y ser sensible a la problemática, también ha pronunciado formas contrarias a lo que se esperaría de un gobierno progresista, como su cuestionamiento a si son “verdaderas” feministas las manifestantes, el uso de gas lacrimógeno y la represión en las manifestaciones, además del interés por proteger las paredes o los monumentos en lugar de proteger la vida de las mujeres.
Asimismo, la relación del movimiento feminista con el gobierno federal ha sido complicada. Caroline Beer, en “Contradicciones y conflicto entre la cuarta transformación y el movimiento feminista” (2021) apunta que la administración presidencial de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha tenido desencuentros con el movimiento debido, por un lado, a la salida del presidente de un partido de izquierda programática y, por otro, la adopción de un estilo de gobierno populista. Es decir, a pesar de que la igualdad ha sido fundamental para la izquierda, la desigualdad de clases siempre ha tenido prioridad sobre la desigualdad de género. En otro orden, el populismo entra en conflicto con el feminismo, porque los líderes populistas recurren al discurso paternalista para desarrollar una identidad masculina, lo cual es incompatible con las demandas feministas de autonomía e igualdad de género.
“El género se convierte en una categoría irrelevante cuando la única distinción importante es entre la 'gente pura' y la 'élite corrupta'”, menciona Beer; como cuando el presidente llama “conservadoras” a las feministas por no acomodar sus demandas a la visión del líder.
El conflicto central entre la 4T (a nivel federal y capitalino) y el movimiento feminista tiene que ver con la violencia de género. En los últimos diez años, el número de mujeres asesinadas ha aumentado drásticamente, de un mínimo de 1 mil 083, en 2007, a 3 mil 893, en 2019. Si bien la mayor parte de este incremento tuvo lugar antes de que AMLO asumiera la presidencia, el número de homicidios de mujeres siguió creciendo durante su administración. AMLO constantemente ignora las preocupaciones sobre la violencia de género y en su lugar trata de presentar a las activistas feministas como elitistas enfrentadas al “pueblo”, señala Caroline Beer.
La movilización feminista contra la violencia estalló en México durante los primeros años de la 4T. Pese a que las mujeres se han estado organizando contra la violencia de género durante décadas, la oleada morada creció después del movimiento feminista global MeToo, que surgió en 2017. Las protestas también pueden haber sido impulsadas por las crecientes expectativas de acción del gobierno con la victoria electoral de Morena, en 2018. Sin embargo, a medida que la violencia crecía durante los años 2019 y 2020, sin una respuesta significativa del gobierno de López Obrador y de Claudia Sheinbaum, las mujeres jóvenes salieron a las calles.
El presidente de México respondió a esas protestas caracterizando a las mujeres como “otras” y no como parte de “la gente” por la que él lucha. Ha sugerido que las manifestaciones feministas son una distracción creada por sus enemigos conservadores. Ha acusado a las activistas de ser manipuladas por sus opositores conservadores. Pinta a las mujeres como una amenaza para el pueblo mexicano al referirse a ellas como “infiltradas”, “importadas” y “disfrazadas”. Se enoja cuando se le pregunta sobre la violencia de género en conferencias de prensa, respondiendo: “No quiero que los feminicidios opaquen la rifa”, “No quiero que el tema sea nada más lo del feminicidio”, menciona Daniela Cerva Cerna en “La protesta feminista en México. La misoginia en el discurso institucional y en las redes sociodigitales” 2020.
Durante la cuarentena, cuando los informes de violencia contra las mujeres se dispararon, el presidente negó que la violencia estuviera creciendo, alegando sin pruebas que el noventa por ciento de los informes de violencia recibidos por las líneas directas era falso. En resumen, los gobiernos actuales no han dado una respuesta positiva ante las demandas del movimiento feminista y de las propias mujeres, la violencia continúa subiendo y las protestas son cada vez más ruidosas y directas para visibilizar el hartazgo de las manifestantes.
Sobre la autora:
Karina Avilés Albarrán
Doctoranda en Estudios del Desarrollo. Problemas y Perspectivas Latinoamericanas por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora y maestra en Sociología Política por el mismo instituto. Su línea de investigación se centra en temas de violencia contra las mujeres, los movimientos feministas y la precariedad en las periferias.