No quiso que lo durmieran durante su operación, quiso supervisarla. Al fin, Samuel-Jean Pozzi, o mejor conocido como “el doctor amor”  era uno de los cirujanos con más experiencia en heridas en la Belle Époque o La Belle Époque, en español sería La bella época.

"Siento mucho, querido amigo, estropear tu velada de esta manera, pero tengo al menos una bala en el estómago”, le escribió en 1918 a su colega Thierry de Martel.

Sin embargo, ni la habilidad de Martel ni la experiencia de Pozzi, quien supervisó su propia operación, lo libraron de la muerte, relata el portal BBC Mundo.

Antes de su muerte, recibió una queja de un paciente quien lo acusó de tablero dejado impotente tras haberle tratado un varicocele, es un agrandamiento de las venas dentro de la piel floja que sostiene los testículos.

La despedida de Pozzi por sus colegas y admiradores

La disertación de su doctorado lo hizo merecedor de la Medalla de Oro de la Facultad de Medicina de París en 1872. Más tarde, su tesis lo hizo merecedor del título de profesor universitario cuando apenas tenía 29 años, y se destacó como un educador notable.

"Con admirable lucidez, guió los esfuerzos de sus colegas cirujanos y parecía que el éxito estaba asegurado cuando una hemorragia repentina se lo llevó en cuestión de minutos", escribió la Sociedad de Cirujanos de París, después de su muerte.

El diario Le Figaro lo describió como "un amante sincero tanto de la ciencia como del arte, una especie de bella obra de arte en sí mismo y un magnífico espécimen de nuestra raza”.

 El poeta, mecenas, afamado dandi y conde Robert de Montesquiou, un gran amigo de Pozzi, escribió:

”Para alguien tan devoto como yo al aristocrático placer de contrariar a otros, fue una lección ser testigo de la sonrisa constante de un hombre que supo aprovecharla tan bien. Pozzi tenía un arte de complacer que nadie podía igualar”.

 Su muerte también fue motivo de tristeza para Marcel Proust, autor de "En busca del tiempo perdido".

"Mi dolor es muy profundo”,expresó. "Pienso en su bondad, su inteligencia, su talento, su belleza, en cómo lo he venerado constantemente…". 

Amado por las mujeres de fuera y odiado en casa

Una de las amigas del doctor Pozzi era Sarah Bernhardt, la voz de oro del teatro francés y una de las mejores actrices de todos los tiempos, fue en un principio su amante, y siempre su amigo y su doctor. Le escribió: 

"Te amo con toda la fuerza vital e intelectual de mi ser, y nada podría cambiar este sentimiento, más grande que la Amistad, más divino que el Amor", le dijo en una de las numerosas cartas que le escribió durante su larga relación.

Sarah Bernhardt, una de las personalidades más brillantes en la historia de las artes escénicas. Nació en 1844 en París

Ella lo llamaba “Doctor Dios, aunque otras lo llamaban “el médico amor”, era conocido como amigo de las mujeres, algo cuestionado en su época.

Vivió durante la Bella Época... y él fue un bello de esa época.

La llamaba "la divina Sarah" y la conoció en 1869, cuando él era estudiante y ella, ya una actriz conocida.

Fue una de las varias mujeres refinadas y cultas con las que el "doctor amor" forjó amistades sinceras y duraderas, entre ellas la poeta de origen alemán Louise Ackermann quien, siendo 32 años mayor que él, se resignó a que su relación fuera platónica, aunque le dedicó el poema erótico "Un hombre”.

En 1879, el encantador amigo de las mujeres se casó, al parecer enamorado. Pero casi desde el principio su relación de pareja se amargó, en gran parte porque Therese insistió en que su dominante madre viviera con ellos.

Aunque tuvieron tres hijos, su matrimonio nunca fue feliz.

Pozzi no se resignó a vivir sin amor, tuvo varios affaires con más mujeres espléndidas, hasta que conoció a Emma Sedelmeyer Fischhof.

Hija de un comerciante de arte y esposa de un criador de caballos, Emma era una mujer hermosa y culta que se convirtió en su amante en 1890.

Quiso casarse con ella, pero su esposa se negó a concederle el divorcio.

No obstante, su amada Emma siguió siendo su pareja por el resto de su vida.

Fue a ella a quien dos años antes de esa fatídica noche de verano de 1918 le dejó escrita en verso su última voluntad:

"Querida, a mi lecho de muerte no convoques a ningún sacerdote

Que no deje ningún cáliz u hostia sagrada

Él me diría sin duda, y yo le podría creer,

Que me equivoqué al amarte más de lo que amé a Dios".

Para principios de la década de 1870, su nombre estaba vinculado con algunas de las mujeres más brillantes de la sociedad parisiense, como Geneviève Halévy, la viuda del compositor Georges Bizet, y la crítica literaria y experta en arte asiático Judith Gautier, la musa del compositor, poeta, dramaturgo alemán Richard Wagner.

No podía ser el hombre perfecto. Aunque las mujeres lo adoraban, las de su casa no. su esposa, la heredera de un magnate del ferrocarril Therese Loth-Cazalis, ni su suegra, quien vivía con ellos, ni su hija, la poeta, narradora y diarista Catherine, lo tenían en alta estima.

La larga lista de amantes, no le ayudaban. Ni su suegra dominante.

Su encanto y estilo a veces deja de lado su importante trayectoria en el campo de la medicina. 

Pozzi, el “padre de la ginecología francesa”

Más que un doctor: político, educador, mecenas, coleccionista de antigüedades, inventor...

Pozzi fue reconocido como el “padre de la ginecología francesa”, su práctica clínica y meticulosas investigaciones fueron un factor importante para establecer la ginecología como una especialidad médica independiente a fines del siglo XIX y principios del XX.

Con su "Tratado de ginecología clínica y operativa" publicado en 1890 y traducido a seis idiomas, se hizo famoso en el mundo de la medicina.

En él, a diferencia de otros textos similares, estableció por primera vez pautas para que la mujer se sintiera cómoda durante los exámenes ginecológicos, una muestra de la devoción de Pozzi por las mujeres.

Quienes lo conocían , siempre reconocieron su calidez, generosidad y respeto por las mujeres de todos los estratos sociales, desde las aristócratas que acudían a su consultorio en la elegante Place Vendôme, hasta las que trataba en los hospitales públicos en los que trabajó.

En su tratado, además, dedicó dos capítulos al cáncer, una enfermedad que en el siglo XIX era femenina, pues mataba a tres veces más mujeres que hombres, y que afectaba en la mayoría de los casos al útero y los senos.

Su enfoque sobre el tratamiento influyó a los médicos por casi medio siglo.

El primer texto que llamó la atención fue su traducción en 1874, junto con su coleg, René Benoit sobre las "Expresiones de emoción en humanos y animales" de Charles Darwin fue aclamada por la crítica.

Escribió diversos artículos científicos y libros más cortos; a su muerte, sus publicaciones médicas sumaban más de 400, que trataban no sólo temas ginecológicos sino también estudios sobre cirugía abdominal, en la que también se destacó, llevando a cabo la primera gastroenterostomía exitosa en Francia.

De paso, inventó varios instrumentos que llevan su nombre, entre ellos fórceps, pinzas hemostáticas y jeringas para desinfectar la vagina.

También fue senador de su nativa Bergerac, en el suroeste de Francia, durante tres años desde 1898.

Con información de BBC MUNDO