La vida es cíclica, así que mientras unos mueren, otros nacen, unos se separan y otros se unen, esa es la vida. Coexistimos todo el tiempo entre la vida y la muerte, entre el inicio y el cierre, entre el principio y el fin. Regularmente los principios nos llenan de vida, expectativas, sueños a realizar, retos, aprendizajes y una emoción ansiosa al no tener certeza de lo que podremos lograr. Por otro lado, la muerte, la separación, o el fin, indudablemente nos causa dolor en el alma, lo transitamos según la historia de cada quien. Esto nos va dejando pequeñas marcas, poco visibles para los demás, sin embargo, las llevamos dignamente como insignias invisibles tatuadas como prueba de nuestras grandes batallas. En otros casos, los cierres nos representan aprendizajes, alegría y nuevas expectativas, la posibilidad de continuar creciendo, viviendo y conociendo, alimentando así nuestra pulsión de vida, en estos casos sólo son tránsitos que nos llevan a mejores lugares.

Después de un año siete meses, hemos visto partir a distancia, a tanta gente cercana querida, hemos acompañado a transitar a nuestros amigos y amigas en sus pérdidas, nos hemos dejado acompañar y sostener en nuestras propias pérdidas, cerrando ciclos, puertas, relaciones, procesos, vínculos y soltando a nuestros amores queridos, con todo esto es imposible no quebrarse. Pero que bien, que existimos todas y todos para sostenernos, también de eso se trata la vida.

EL REENCUENTRO

Ahora que comenzamos a reencontrarnos de manera presencial, se sienten las ausencias de aquellas y aquellos que nos faltan en todo sentido. Sin embargo, queriendo entonces los traemos al aquí y ahora, recordando su comida favorita, su historia construida, su canción favorita, las anécdotas que vivimos y claro, compartiendo las señales que nos envían de alguna forma como testimonio de que están presentes. Cierto o no, Einstein dijo que somos materia y que sólo nos transformamos, quienes han muerto se integran orgánicamente a la tierra, al medio ambiente, volviéndose abono para dar nueva vida y nutrir. Y quienes permanecen vivos y toman un camino diferente, persistirán en nuestra historia compartida, en fotos, en recuerdos, en los diarios escritos del día a día, en el color determinado en la agenda y a veces en los mismos cuerpos, para bien o para mal ocuparán un lugar en nuestro ser, el cual con el tiempo se volverá un puntito.    

Al principio, hablaba del ciclo de la vida y creo que poco pensamos en los intermedios, pocas veces hacemos un impasse de espera, un alto para respirar serenamente y repensarnos, para corregir lo corregible, para pensarnos, para liberarnos e identificar cómo nos sentimos, qué deseamos, hacia dónde vamos, nos damos pocos espacios para descansar y calibrar nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestra fuerza y valentía, nuestras ganas de seguir o no y hacia dónde con quién y cómo.

LA PRIMERA PALABRA

Es así también, que cuando nacemos, el padre y la madre están pendientes de nuestro lenguaje corporal, de los sonidos que emitimos a través de lo cual van interpretando lo que sentimos y/o necesitamos. El día que nombramos la primera palabra es un regocijo familiar, ya que es la posibilidad de interactuar con los otros y otras, el lenguaje verbal nos “integra” a un contexto socio cultural.  Sin embargo, pasado el tiempo nos limitamos las palabras, cuántas palabras y emociones no dichas nos hemos guardamos por miedo, por precaución, por dignidad, por respeto, por enojo. Esas que se quedan guardadas, en algunos casos se irán hasta la tumba literalmente, quedarán como palabras no gastadas, solo almacenadas en nuestro almanaque cerebral. Y al fin de la vida, cuando llega de repente, no nos dará ni tiempo de decir esas palabras y sentires que guardamos tan sigilosamente por tanto tiempo. Es decir, al final de la vida no prestamos tanta atención a las últimas palabras como lo hicimos al principio de la vida y durante la misma.

Cuando la muerte nos alcanza sin darnos tiempo a nada, a veces ni tiempo nos dará de pensarlas, o sí, dependiendo de cómo sea el último suspiro qué tengamos.   ¿Cuáles serían nuestras últimas palabras?, qué diríamos a quiénes nos acompañan: algunas/os hacen prometer cosas, encargan a su gente querida, piden perdón, se arrepienten, dan las gracias, rezan, hacen bromas…cuéntame una tontería, cuando llegue la agonía…, otros, como Buda dijeron: "Todas las cosas condicionadas están sujetas a desaparecer, busquen constantemente su liberación"; Maximiliano mencionó: "Voy a morir por una causa justa, por la independencia y libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria ¡Viva México!"; Sócrates antes de tomar el vaso de cicuta dijo: "¡Oh, Critón, debemos un gallo a Asclepio, no te descuides!". Muchos filósofos han intentado descifrar lo que quiso decir Sócrates, una de tantas dice: que el Dios Asclepio confirma su piedad, desmintiendo así el tribunal ateniense que lo condenó a muerte por no creer en los dioses de la ciudad. Finalmente, mi abuela materna, al morir estaba sentada en su cama, comenzó a dolerle el estómago y mi tía Lucina se acercó, intuía lo que pasaba, mi abuela tomo su mano al mismo tiempo que le decía: "no me sueltes la mano Lucina", justo ahí, el corazón de mi abuela dejo de latir, partiendo a ese otro lugar, esas últimas palabras siguen presentes en mi mente junto con el agradecimiento a mi tía por no soltar su mano.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr