La primera vez que me Sandra se enteró de que estaba en embarazada, entró en pánico, tenía 21 años. Se imaginaba que su cría también se iba a convertirse en víctima de abuso, como ella. No quería repetir la historia de su mamá. 

“Sí, mi mundo se cerraba a que iba a quedarme a cargo de la cría y mi entonces pareja se iba a alejar, como pasó con mi mamá”, dijo en entrevista.

El primero en enterarse del embarazo fue un amigo que tenían en común. Aún no recuerda lo que le dijo. Entró en shock.

“La decisión de abortar la tomé con mis amigas. No recuerdo quién me recomendó una clínica o yo la encontré”, contó.

Sandra recuerda que cuando entraron, el  "médico" traía una bata blanca, la metió a un cuarto oscuro, donde se veía una cama de exploración, expresa, según lo que recuerda. El doctor exploró su vientre con puro tacto, sin ultrasonido, y le dijo “tienes pocas semanas, sólo necesitas pagar tres mil pesos y listo”.

La tasa anual de abortos inducidos en México es de 33 abortos por cada 1,000 mujeres de 15 a 44 años; una cifra ligeramente superior al promedio que se reporta para América Latina (31 por 1,000), de acuerdo con el Instituto Guttmacher

CUANDO EL ABORTO ERA AÚN MÁS UN MITO

Para ese entonces Sandra creyó ciegamente en el doctor, sólo necesitaba juntar tres mil pesos. ¿De dónde los iba a sacar? Lo más lógico fue pedírselos a su entonces pareja, la respuesta de él fue “mejor yo te meto un tenedor y te lo saco”.

Desde ese entonces no volvió a saber de él. Decidió buscar el dinero por otro lado, le pidió a un primo, pero éste se dedicó a divulgarlo entre la familia tiempo después.

Las formas en que trataron a Sandra alertaron a sus amigas, la convencieron de que lo hablara con su mamá. Fue una decisión difícil para ella, pero aceptó. “Lo único que quería era que no creciera lo que había adentro”, confesó.

En aquel entonces era 2009, a unos años de que se había legalizado el aborto en la Ciudad de México, la información con la que se contaba era poca.

Ella recuerda haber visitado el consultorio médico en su universidad, la UAM-Xochimilco, la respuesta de la encargada fue “aquí no podemos darte ese tipo de información”.

Sandra no tuvo otra opción más que decirle a su mamá.

DECIRLE A MAMÁ

Las amigas de Sandra la llevaron a su oficina, ella recuerda esos días grises, sin color, comida sin sabor y sólo niebla en su mente.

Para sensibilizar a la mamá, primero le contaron a la secretaría quien les dijo “no se preocupen yo les ayudo  decirle”.

Sandra recuerda que cuando se lo dijo a su mamá, estaba acorralada en la esquina del baño y le gritó “ahora lo tienes y te chingas como lo hice yo contigo”. Ella se paralizó.

Lo primero que se le ocurrió fue decir “es que German es drogadicto y no quiero que salga mal”. Fue así como pudo convencer a su mamá, la respuesta fue “si tu tío te dice que sí vamos”.

La joven se sometió a un enjuiciamiento por parte de su tío, quien tuvo que dar el permiso de que Sandra decidiera sobre su cuerpo. Ello lo recuerda sentado en un gran escritorio como un gran patriarca, fumando un puro.

Después de una serie de preguntas que ya no recuerda, el tío marcó a la extensión de la mamá y le dijo “ya puedes venir”. Cuando entró, le dijo “llévala mañana, te doy una dirección”.

“ES HOY O NUNCA”

Sandra apenas tenía cinco semanas de embarazo que por ley para ese entonces era legal y con una pastilla abortiva podía interrumpir su embarazo.

Pero el doctor decidió practicarle un legrado que tuvo un costo de seis mil quinientos pesos. La sugerencia del médico fue que se practicara al siguiente día ya que debía hacerle diversos estudios y llegara en ayunas.

La mamá no estuvo de acuerdo con la respuesta del doctor, le dijo “o se lo hace ahora o nunca”. Fue con esta amenaza como accedió a meterla a un quirófano.

Sandra recuerda que el trato más amable que recibió fue el de la enfermera quien le decía “todo estará bien”.

Ese día tuvo que estar en cama con un pañal, mientras sangraba. La mamá no dejó de insultarla y decirle que era “una puta”.

DÍAS NORMALES

Al siguiente día Sandra decidió ir a la escuela, seguir con su vida normal para hacer como si nada hubiera pasado.

Después de 12 años Sandra considera que tomó la mejor decisión. Hubiera deseado que en aquel entonces hubiera tenido los conocimientos de ahora y saber que ella era dueña de su cuerpo, no tenía porque pedir el permiso de su tío ni tampoco someterse a un aborto quirúrgico.