¿Cómo percibimos el cuerpo femenino?, ¿lo percibimos a través de nuestro ojo o del ojo clínico del hombre?, con estas interrogantes se abre la ventana para cuestionarnos cómo la medicina androcéntrica ha definido nuestra concepción, la sexualidad, el placer y la reproducción; una realidad borrosa y distorsionada de lo que es vivirnos como mujeres.
En una entrevista para la BBC, la escritora Rachel E. Gross señala que el problema de este desconocimiento parte desde que la medicina, históricamente, ha sido ocupada por hombres (generalmente blancos) que realizaban las indagatorias sobre el cuerpo de la mujer y no hacían preguntas que interesaban e importaban a la mujer sobre sus propios cuerpos; no había cabida para el placer y la sexualidad como goce, sino que el punto de vista único para ellos era la reproducción.
“Cosas en las que muchos de esos hombres médicos no estaban interesados en lo más mínimo. Hoy sabemos que nuestros órganos están involucrados en la inmunidad, se regeneran y respaldan nuestra salud desde el momento de nuestro nacimiento”, explica Rachel.
Conocimientos necesarios que pudieron partir de la mujer y para la mujer, quedaron enterrados y con los años, se construyó una realidad inamovible de lo que “debemos” conocer sobre nuestro sexo y sorpresivamente, son conocimientos normalizados y sexistas que se continúan replicando en las instituciones educativas; hablaremos de ello más adelante.
Historia del placer ... masculino
Partiendo desde el siglo V con la instauración del cristianismo en las sociedades con la llegada de la expansión de la religión de la mano de Constantino, el sexo se vuelca a un concepto prohibido, pecaminoso y satanizado cuando tenía como objetivo el placer; la procreación se convirtió en el único necesario y con ello, la mujer se redujo a un útero.
“El sexo ya no era algo placentero, era visto como pecaminoso (…) se prohibían posturas, sexo durante la menstruación, el embarazo y la lactancia, porque ya no tenía una función reproductora. La mujer quedó en un plano invisibilizado y el hombre era el único que podía obtener placer”, señala la escritora Luz De Santiago.
Asimismo, la autora indica que el pensamiento de la época determinaba la situación de la sexualidad; el pensamiento construido por hombres, por supuesto. Es decir, que nuestra sexualidad era pautada por los fenómenos sociales y culturales instaurados por el género masculino… como en la actualidad.
Una de las épocas más interesantes para observar esta situación es la victoriana, pues como señala Josefina Luz De Santiago en el manual histórico del erotismo y sexualidad “Educación Sexual” (2009), tomó fuerza un nuevo pensamiento que reprimía la sexualidad de la mujer; los hombres convirtieron el sexo en una necesidad imperante y se auto proclamaron como seres insaciables por naturaleza que necesitaban disponer de las mujeres para detener su instinto animal, no era su culpa cometer crímenes bárbaros; era su naturaleza dada por Dios que los orillaba a actuar de esa manera. Pensamiento victoriano que data de mediados de los 1800 y que hasta nuestros días, escuchamos en la cotidianidad.
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La historia es cíclica y en la actualidad, encontramos vestigios de pensamientos arcaicos que encadenan a la mujer a su sexo, a la maternidad, a un útero y a la dependencia del hombre para obtener placer; Angela Carter, escritora de los ochentas y noventas (un auge importante de la pornografía) y autora de La Mujer Sadeiana (1978) que revaluó la obra de Marqués de Sade desde una óptica feminista, señala que esta industria ha constituido un poder falocéntrico donde la mujer es sumisa. ¿Esclavos de nuestra propia historia?, sí.
“Los pornógrafos son enemigos de las mujeres sólo porque nuestra ideología de la pornografía no incluye la posibilidad del cambio, como si fuéramos esclavos de la historia y no sus hacedores (…) sexismo que evidencia la idea de que la mujer es dependiente del hombre en su placer”
El tabú, no es inherente de nosotras, sino que parte de la creación de sociedades que han priorizado el poder de lo masculino sobre lo femenino y en un sentido foucaultiano, recordemos que el sexo está ligado al poder; algo que se necesita dominar como símbolo de dominación. Pensamientos que vivieron en la memoria colectiva de millones de mujeres hace cientos de años, los continuamos repitiendo porque la construcción de nuestra realidad y el ojo clínico de nuestro cuerpo no fue el nuestro; fue el de ellos.
“Sin importar cuál sea la cultura y la religión, siempre ha habido una vergüenza y estigma de la sexualidad femenina y orientó a la ciencia de una manera dañina”
Rachel E. Gross, también recopila en su libro “vagina obscura” cómo el lenguaje es una prueba fehaciente del sexismo en la mirada clínica desde hace siglos; al menos siete partes del sistema sexual tiene nombres de hombres, mientras que en el siglo XVI el clítoris era llamado “el miembro de la vergüenza” y posteriormente, se le nombró “pudendum” a la vulva que significa, “parte de la que debes avergonzarte”.
Masturbación, placer, exploración … y educación deficiente
El placer se convierte en un término del que parece, es imposible hablar dentro de nuestra formación académica. Información sobre cómo utilizar un condón y la instauración del miedo al embarazo o las enfermedades de transmisión sexual son los pilares de una educación que recibimos, como señala la sexóloga Silvia Susana Jácome para el artículo "Educación sexual en México, lejos del placer y cerca de la culpa", la educación iba encaminada a limitar el placer y generar culpa entre las mujeres; "nos hacía renunciar al autoerotismo y nos condenaba."
Asimismo, Silvia señala que esta culpabilidad instaurada desde nuestra formación nos aleja de tomar decisiones realmente informadas y contrario a lo que se espera obtener con esta educación, los resultados son negativos y se refleja en el aumento de ETS, violencia sexual, embarazos no deseados, hostigamiento sexual e incluso violaciones; la educación no prevé nuestros derechos sexuales, ni los derechos al placer.
De acuerdo a información del Inegi, el documento Segunda Fase de Estrategia Nacional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes, señala que mujeres de entre 20 y 24 años tuvieron su primer relación sexual entre los diez y catorce años, siendo el convencimiento y la violación los dos principales indicativos.
La vergüenza y el desconocimiento, propician una sociedad violenta donde la mujer es objeto de sumisión y silencio; Rachel E Grass, señala para la BBC un fenómeno muy interesante que descubrió durante la creación de su libro, y es que, las mujeres constantemente evitamos reconocer violencias sexuales, tocar nuestros genitales, mirar nuestra vulva frente al espejo, hacer un auto examen o revisar nuestro moco cervical.
“Es como si nuestra vulva no existiera fuera del dormitorio y el resultado es que sabeos poco sobre nosotras (…) creemos que dependemos de otra persona que nos enseñe cómo es que funciona la vulva” (Rachel E Grass)
La revolución de la cliteracia
Cuando pensamos en los conocimientos que hemos aprendido, resurgen mitos insistentes entorno a nuestro cuerpo, como por ejemplo, cuando creemos que el útero es una parte que no tiene ninguna funcionalidad excepto cuando es momento de gestar; un órgano que no sirve para ninguna otra cosa, que se degenera conforme envejecemos hasta volverse en una parte completamente inútil y sin funcionalidad, sin embargo, nuestro útero se regenera y nos ayuda a combatir enfermedades.
“El útero se regenera constantemente e interactúa con el sistema inmunológico (…) otro nombre erróneo es hablar del punto g, no es un punto, es un área de todas las extensiones de nuestro clítoris”, comenta Rachel E. Grass para la BBC.
El clítoris, falocéntricamente llamado “el pequeño pene” es un recordatorio de cómo nuestras características deben ser forzosamente, equiparables con las masculinas. Por ejemplo, las hienas hembras tienden a tener un clitoris sobresaliente y grande, desde el ojo de los científicos, la mejor manera de nombrarlo no es clitoris (que es lo que es), sino decirle “pene” porque al ser grande, es necesario que tenga connotaciones viriles y masculinas.
El clítoris se volvió un área postergada que por siglos, limitó el goce y la autoexploración. Es necesario señalar que el clítoris no es un botón especifico y universal para todas las personas, esa idea también es un concepto que, señala Rachel, es necesario derribar.
“La anatomía de las mujeres es diferente, para algunas esa es una zona sensible y para otras no. Es un área con mucho tejido sensible que se conecta con los bulbos de los brazos y otros tejidos y glándulas (...) el punto mágico no existe, si te limitas a esa creencia, entonces, dejarás de explorar tu cuerpo y nunca encontrarás lo que hay en él”, comenta para el artículo "El verdadero mito es pensar que el Punto G es una experiencia universal para tener el orgasmo definitivo” (Irene Hernández, BBC Mundo)
Uno de los nombres más importantes que ha fomentado el reconocimiento de nuestro cuerpo a través de una mirada alejada de lo androcéntrico, es Helen O'Connell, quien en la década de los ochentas, cuando se encontraba estudiando la universidad notó que todos los libros con los que se estaban educando sus compañeros carecían de información del clítoris; no existía literatura científica que viera a este órgano femenino y ante ello, Helen decidió convertirse en una pionera del estudio de la anatomía pélvica femenina y describir por primera vez con un método científico este órgano.
“Hay una ausencia intelectual que podemos llamar clitoridectomía crítica. En la parte de la anatomía y en la ginecología había un vacío, es información que ha estado ausente de nuestro bagaje intelectual”, comentó O’Connell durante el Festival El Aleph organizado por la Universidad Nacional Autónoma de México.
A la par, Helen también señaló que existe un movimiento que intenta revolucionar la figura de la mujer en el espectro sexual: la cliteracia es un concepto que busca llenar el vacío de los déficit intelectuales y psicológicos que han afectado nuestra sexualidad femenina, la atención ginecológica, la violencia obstétrica y las bases quirúrgicas que deben tener como causa última el bienestar de la mujer.
Increíblemente, un órgano que se dio a conocer desde 1559 (sí, por un hombre) y que fue motivo de vergüenza para la mujer por no contar con un fin reproductivo, fuera estudiado por primera vez con la finalidad del goce, hace apenas treinta años; la autoexploración y el autoerotismo es una manera de apropiarnos de nuestro cuerpo, luchar contra a sexualidad patriarcal que históricamente, como señala la filosofa feminista Ana de Miguel, se nos ha enseñado de manera represiva, vergonzosa, manipulada y chantajista.