En la lucha por la adquisición plena de los derechos de las mujeres se encuentran involucrados varios procesos. Sin duda la acción social manifestada en el movimiento feminista ha sido crucial; la organización principalmente de mujeres que ha tenido un impacto a nivel global, ha exigido entre otras cosas, igualdad de derechos políticos y sociales, visibilizar las brechas de género en el acceso al trabajo remunerado y la excesiva carga de trabajo de cuidados no remunerado para las mujeres dentro de los hogares.

Estas acciones, resultado de la movilización, han sido posibles a partir de un proceso de concientización de las mujeres como grupo social, pero también de procesos personales que las mujeres han transitado en vías del empoderamiento.

El impacto de los movimientos feministas ha tenido eco en diferentes estructuras y se ha reflejado en políticas públicas orientadas en la promoción y protección de los derechos de las mujeres. Los esfuerzos se han enfocado en el respeto por la diferencia, la convivencia, la opción libre a la maternidad, los derechos reproductivos y la sexualidad libre-placentera-segura-deseada-gratificante. Sin embargo, aún hace falta seguir avanzado en propuestas que dejen de centrarse en la salud materna, y que resalten la libertad, el bienestar y la dignidad de las propias mujeres.

La libertad es concebida como la capacidad para ser y hacer, para elegir entre un abanico de posibilidades que, a raíz de la lucha contra las desigualdades, se torne cada vez más amplio. El Informe del Desarrollo Humano señala las libertades a las que tienen derecho de gozar todas las personas, entre ellas: el conocimiento, la no discriminación, el desarrollo personal, la seguridad, la participación y el trabajo a cambio de un pago.

Los procesos de cambio sociales y personales

En un sistema de organización social patriarcal se les ha enseñado a las mujeres a descuidarse, es decir, a cuidar a otros y otras; a partir de su capacidad de reproducción se les atribuyen, a todas las mujeres en general, que estén dispuestas a atender las necesidades de otras personas, y quedar ellas en último lugar. Restando así su poder de decisión a partir de ellas.

Marcela Lagarde (1997)[i] identifica a la autonomía como un proceso indispensable para que las mujeres adquieran derechos; esto incluye que las mujeres puedan decidir sobre sus actividades cotidianas en general sin la “autorización” de los otros. Proceso que implica el autocuidado, como una forma de reconocimiento de las necesidades propias para un bienestar.

En relación con el bienestar, Arrellano-Esparza y Boltvinik (2020)[ii] proponen retomar el concepto de “bien ser-estar” como un concepto amplio que depende de diversos factores individuales y sociales. Los autores proponen recordar que la vida humana es un entramado complejo de acceso a recursos, logros concretos, oportunidades, disfrute, relaciones sociales y depende de un importante número de variables y la forma en que dichas variables se relacionan. Ellos establecen vínculos con las nociones que hablan de “vida buena”, es decir, la capacidad del ser humano de alcanzar un estado de plenitud consigo mismo y su naturaleza.

La dignidad y el amor propio ponen énfasis en la autoestima, de tal forma que las mujeres puedan revalorizarse a sí mismas como objeto de respeto y cuidado desde que nacen hasta que dejan de existir.

En síntesis, el autocuidado de las mujeres hace referencia a la capacidad de las mujeres pensarse a sí mismas, la capacidad de priorizarse, de tomar decisiones personales. Resulta esencial que las mujeres se valoren y se reconozcan a sí mismas como personas dignas de buen trato, ternura, encuentros amorosos, palabras amables y gratificantes, de cuidados (Arango, 2007)[iii].

Lagarde (s/f)[iv] propone que las mujeres asuman valores para la construcción de un “ser-para-sí”, que les permita “centrarse en su propia vida, realizar lo que desean, lo imaginado, lo negado, lo postergado, lo prohibido”.

En el día a día resultarán esenciales los tiempos para nosotras mismas, para nutrir el pensamiento y el espíritu, para redescubrirnos como personas, para socializar con las y los otros, par


[i] Lagarde, Marcela (1997). “Claves feministas para el poderío y la autonomía de las mujeres”, Puntos de Encuentro, Managua, Nicaragua.

[ii] Arrelano-Esparza, C. & Boltvinik, J. (2020). “Una visión panorámica de diversas concepciones del bienestar humano. Descripción y crítica” en Anthropos 256. Cuadernos de cultura crítica y conocimiento, grupo editorial siglo veintiuno, España.

[iii] Arango, Y. (2007). “Autocuidado, género y desarrollo humano: hacia una dimensión ética de la salud de las mujeres” en La manzana de la discordia, Año 2 No. 4, Revista del Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad de la Facultad de Humanidades, Universidad del Valle, Cali, Colombia.

[iv] Lagarde, Marcela (s/f). “Las mujeres y el Sincretismo de género”.

 

Mtra. Tania Lizbeth Meléndez Elizalde

Socióloga, Maestra y Candidata a Doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Docente en la carrera de Sociología en la FES Aragón UNAM. Líneas de investigación: Sociología de la Familia, Sociología de la Religión, Perspectiva de Género, Cambio social y cultura.

Twitter: @MelendezTania20


Dra. Nina Castro Méndez

Doctora en Estudios de Población por El Colegio de México y Maestra en Población por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede México. Docente del curso de demografía y metodología de la investigación en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Integrante de la Red teTra “Red temática Trabajo y condiciones laborales”. Sus intereses de investigación son: trabajo remunerado y trabajo de cuidados, las desigualdades a lo largo del curso de vida, y el análisis demográfico longitudinal y secuencial.

Correo electrónico: nina_castro@yahoo.com

Twitter: @ninacasmen