La historia prehispánica de nuestra cultura se sustenta en la herencia de la cosmovisión indígena de nuestros antepasados, abrazando el simbolismo mágico del México antiguo, el cual está más presente de lo que imaginamos a través de los alimentos, la mitología, los rituales, la herbolaria, el vínculo con el universo, la sanación y las prácticas de la medicina tradicional, así también en la poesía, el arte, la arquitectura y por supuesto de manera tangible a través de los centros ceremoniales y ciudades llamadas zonas arqueológicas, las cuales se preservan en nuestro país.

Algunas de ellas son la del Templo Mayor ubicada en el Zócalo de la Ciudad de México; Teotihuacán perteneciente a Ecatepec, donde ubicamos las pirámides de la serpiente emplumada, del sol, de la luna, la ciudadela y, la calzada de los muertos; Chichén Itzá en Yucatán, considerada una de las Maravillas del mundo moderno, que además forma parte del Patrimonio de la Humanidad; Tulum localizada en Quintana Roo,  la cual se encuentra a la orilla del mar; Palenque en Chiapas, la cual está registrada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la cual está enmarcada entre manantiales, arroyos y cascadas; El Tajín ubicado en Veracruz, también Patrimonio de la Humanidad; Calakmul en Campeche, conocida también como la ciudad de los montículos. Todos ellos y una larga lista mucho más amplia, reproducen de alguna manera diversos rituales y estructuras organizativas vigentes hasta el día de hoy.

Recién pasamos el 21 de marzo, fecha que tiene que ver con el natalicio de Benito Juárez, pero también con la entrada de la primavera y desde los ciclos prehispánicos con el equinoccio de primavera al cual asisten las personas a “recibir” la energía producida al proyectarse en la pirámide de kukulcán la alineación del sol, formando el cuerpo de una serpiente que desciende por las escalinatas de la pirámide, lo cual es causado por un efecto de luz y sombra, donde visualmente parece que “desciende la serpiente emplumada” lo cual simboliza la llegada del dios kukulcan para fertilizar la tierra y contar así con una buena cosecha.

Todo esto desde la conquista es considerado pagano y hereje desde la perspectiva de la religión católica, sin embargo los pueblos prehispánicos continuaron realizándolos de una manera menos visible para preservarlos y tan es así, que actualmente los realizamos híbridamente con otros nombres, entremezclando la multiculturalidad religiosa y las creencias contemporáneas, como diría Guillermo Bonfil existe un México profundo detrás de la vida cotidiana,   y seguimos acudiendo a los centros ceremoniales a purificarnos, a pedir, a ofrendar, a “llenarnos de energía”, a cerrar ciclos, a realizar fiestas “religiosas” en rituales de paso, como antesala al inicio de la siembra, conviviendo con nuestros muerto a través de un altar, en el día a día el pensamiento mágico forma parte de nuestra cultura.

De igual manera seguimos asistiendo a las pirámides a realizar actividades de sanación, haciendo rituales para dar la bienvenida a la primavera, utilizando vestimentas específicas, de color blanco que significa la pureza, un lasito o banda roja que representa la sangre, la fuerza, la energía para entrar a un nuevo inicio, adornos, amuletos, aromatizantes, sahumerios, y música, así como participar en diversas mayordomías como la de San Gregorio Atlapulco en Xochimilco, donde se reúnen los graniceros “los señores de la lluvia” personas que fueron elegidos con un rayo y cuentan con dones para manipular los fenómenos atmosféricos, en donde sólo pueden acudir algunos representantes. Claro las mujeres no participamos en muchos rituales, ni cargos tradicionales, sin embargo en la época prehispánica si había una mayor representación de las mujeres en las deidades de la mitología precolombina, como la Diosa del agave Mayahuel, la cual era considerada una planta mágica que proporcionaría alegría y otros dones a las personas. Coatlicue “la de la falda de serpientes” considerada Diosa Azteca de la tierra, madre de las estrellas y la luna, quienes intentaron matarla cuando supieron que estaba embarazada del sol. Coyolxhauhqui “La adornada de cascabeles” a quien se considera la representación de la luna; Chalchiuhtlicue “La de la falda de jade” considerada divinidad azteca del agua, esposa de Tláloc y madre de Quetzalcóatl. Omecihuátl considerada la primera creadora femenina de los aztecas, también llamada Tonacacihuátl. Todas ellas, forman parte de nuestra historia, su fuerza, su trayectoria y sin duda, vive parte de esa fuerza en nuestra sangre guerrera, en la tierra que habitamos, en las luchas ganadas o no, en los aprendizajes y la vida misma. 

Finalmente, el inicio de la primavera que no necesariamente inicia el 21 de marzo nos permite cerrar el ciclo invernal que nos permitió resguardarnos para descansar durante algunos meses y repararnos, para estar listas, fuertes y recuperadas para transitar a la primavera, donde necesitamos de toda la energía para renacer, para un nuevo inicio, para dar vida, donde los sentidos se abren un poco más para percibir el canto de los pájaros, desde lo visual los colores de nuestro alrededor son más cálidos y fuertes, en la temperatura ambiental y del cuerpo sobre sale el calor-fuego que atiza la vida, el florecimiento de las flores y los árboles, el andar sobre el cultivo, preparando la tierra, sembrando, acercando los nutrientes y el agua para que en los últimos meses podamos recoger la cosecha, disfrutarla y descansar, y así prepararnos para volver a un nuevo ciclo.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr