El cerro de Zompeltepec es una comunidad indígena Nahua, enclavada en la montaña de Guerrero, la cual pertenece al municipio de Chilapa de Álvarez. Actualmente se registran 616 personas, de las cuales 306 son hombres y 310 mujeres (Inegi 2000).
En 1991 conocí este paraíso con suelo de tepetate y cielos estrellados, donde no había manera de sembrar nada, por fortuna y con mucho apoyo logramos una primera cosecha de jitomate, entre otros proyectos. Anteriormente les habían apoyado con un estanque de Tilapias para comercializar, sin embargo, el grupo a cargo se desilusionó porque ya no funcionaba. Quienes trabajamos proyectos sociales y productivos sabemos la historia, casi siempre se les brindan apoyos para proyectos sin la capacitación necesaria y sin el seguimiento, lo cual los lleva al “fracaso”.
En ese entonces llegamos a vivir a Zompeltepec por seis meses, integrantes de una brigada universitaria de la UNAM, integrada por una trabajadora social, un ingeniero mecánico, un abogado, una socióloga, yo como pedagoga y una enfermera que salvó muchas vidas, porque literalmente no había ni aspirinas, la gente caminaba un día y medio desde su localidad a Zompeltepec para ser atendida por la “doctorcita” como le decían a Chuy. Esa realidad, la impotencia, el trabajo colectivo y la creatividad nos enseñaron mucho más que las aulas universitarias.
Cerro de Zompeltepec (Foto tomada de Internet)
El trabajo comunitario requiere más que dinero
El trabajo de desarrollo comunitario requiere mucho más tiempo, presupuesto, compromiso institucional y una política pública comprometida, lo cual para la gente de la comunidad y nosotros quedó claro que no existía. Así que los rezagos eran tan visibles que no había manera de negarlos, altos niveles de desnutrición, pobreza extrema, muerte materna, rezago educativo, migración, alcoholismo, violencia, sin infraestructura básica. Es decir una zona de alta marginación (Inegi, 2000) como muchas de las comunidades indígenas de nuestro país, inaccesibles en todo sentido.
Para salir de la comunidad era difícil, cada ocho días, llegaba una camioneta de redilas y llevaba a la gente al mercado tradicional del domingo en Chilapa, el regreso era por autobús, tenían para pagarlo y llegaba sólo al kilómetro 81 y de ahí tenían que caminarle a la comunidad, o bien, la caminata de regreso era de seis o siete horas a paso veloz.
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El fraude del comisario
Recuerdo que Ofelio el cacique de la comunidad les había pedido a las familias dinero por cuatro años, ergo cuando llegamos nosotros nos pidieron preguntar en la CFE de Chilpancingo si ya les pondrían la luz. Sin embargo, no había tal convenio y el dinero estaba en el bolsillo del cacique que además también era el comisario. Así que la comunidad se organizó y expusieron en asamblea general a Ofelio, lo cual nos costó casi la expulsión de la comunidad por haber “evidenciado” un fraude, de muchos otros.
Las mujeres de la comunidad muy pocas hablaban español, los hombres hablaban el náhuatl y variantes de la región, el español y el inglés ya que la mayoría eran migrantes. Las mujeres tejían petates principalmente, bolsas y artículos diversos elaborados de palma que les compraban a muy bajo costo en el mercado del domingo en Chilapa. Un mercado tradicional colorido que congregaba comercialmente a todas las localidades cercanas que además de surtirse de mercancía, aprovechaban para vender o intercambiar productos de autoconsumo.
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Así comenzó mi trabajo desde hace más 25 años con la población indígena y en específico con las mujeres indígenas. Al regresar del servicio me integré al Programa de Trabajo con Mujeres Indígena a cargo de mi querida Paloma Bonfil Sánchez que me formó y enseñó las bondades de este trabajo. Es una mujer que más allá de la parte académica no ha quitado el dedo del renglón para seguir contribuyendo a la visibilización y autonomía de los pueblos y comunidades indígenas y en particular el de las mujeres indígenas.
Las mujeres indígenas
Foto de Agencia Informativa Guerrero
En 1995 en la IV Conferencia Mundial de la Mujer, realizado en Beijing se creó por primera vez una mesa de trabajo sobre La Mujer Indígena, lo cual marcó el inicio de inclusión del sector a las políticas públicas de atención en México. Sin embargo, este 2020 se conmemora Beijing +25, se registran algunos avances, pero las brechas aún son muchas, como diría mi querida Irma Pineda poeta juchiteca y representante indígena ante la ONU “De nada vale un día de la mujer indígena… porque sigue sin cambiar su vida… y se las siguen llevando los hombres, cuando pagan la cuota que el padre disponga de ella”.
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Pese a la historia, los usos y costumbres, la discriminación y las brechas de género, las mujeres indígenas han ido transformando los estereotipos culturales, preparándose a “destiempo”, cumpliendo sus triples jornadas, construyendo su propio discurso. Lo cual les ha “permitido” estar ahora en la cámara de diputados, en cargos públicos, en diversos partidos políticos, en organizaciones diversas, en redes nacionales e internacionales.
Son pintoras, cineastas, poetas, artesanas, abogadas, maestras, médicas tradicionales, parteras, zapatistas, revolucionarias, periodistas, radioastas, maratonistas, universitarias, actrices y elaboran medicina con plantas de sus regiones para curar a la gente, curando sus propias historias.
Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.