Se tiene registro que fue en 2019 cuando la Sedena comenzó a monitorear las marchas llevadas a cabo por colectivas feministas y, en distintos documentos, detalla que acciones ocurrieron durante aquellos enfrentamientos con la calle. Portales afirman que fue en ese momento cuando comenzó el espionaje.
El 12 de agosto del año 2019 distintas colectivas alrededor del país convocaron a una marcha pacífica donde la diamantina rosa se convirtió en el estandarte de la lucha contra la violencia ejercida por la policía ya que dos elementos fueron señalados por abusar sexualmente de dos jóvenes. Ese día surgió la “diamantada” en donde el entonces secretario Jesús Orta Martínez fue bañado por los brillos rosas de las activistas.
Son tantos los casos de violencia de género que sigue sorprendiendo que la protesta se caracterice por la genialidad y la creatividad del lanzamiento de diamantina rosa y no por algo mucho peor, algo mucho más violento (mucho más destructivo que dañar inmuebles), escribe Alejandra Ibarra Chaoul para Pie de Página.
Otra comunicación en poder de la Sedena, fechada en diciembre de 2020 y que le fue compartida por la mesa de coordinación de seguridad en Puebla, brinda información específica sobre la creación del colectivo Brujas Sufragistas. Ahí se identifica, con nombre y fotografía, a las principales integrantes del grupo y a sus aliadas en la Ciudad de México y en Guadalajara. El documento pone especial atención en sus redes sociales como medio de enlace, comunicación y movilización, afirman medios.
No me cuidan, me violan
El día 6 de agosto de 2019, una joven de 17 años denunció haber sido violada por cuatro policías en Azcapotzalco quienes la subieron a una patrulla para cometer el acto y pocos días después otra menor de edad hizo público la agresión de la que fue víctima dentro de las instalaciones del Museo Archivo de Fotografía (MAF); a pesar de que las denuncias se hicieron en las instancias legales correspondientes, La PGJDF filtró que las adolescentes habían “mentido” y la sociedad las revictimizó.
La respuesta ante este juicio mediático la dieron varias colectivas feministas que marcharon a las instalaciones de la procuraduría capitalina, mientras gritaban “No nos cuidan, nos violan”, refiriéndose a los policías, lema que se volvió una constante en las marchas feministas posteriores.
Pero la consigna “no nos cuidan, nos violan” no fue la única herencia que dejó esa manifestación ya que el 12 de agosto, mujeres se manifestaron afuera de la Secretaría de Seguridad Pública local y Jesús Orta, entonces jefe de la policía salió a hablar con ellas. Mientras él se presentaba a los medios, una joven le aventó un puñado de diamantina morada a un funcionario.
También valdría la pena detenernos en la diamantina. En la simplicidad de su genialidad. En su infalibilidad. Qué sutil y atronadora protesta la de arrojar brillantina (tan infantil, tan inocente, tan festiva) rosa (tan femenina, tan propia de los roles de género) al secretario de Seguridad Ciudadana mientras da un discurso vacuo de lo que (no) hará para resolver el caso. Qué avasalladora genialidad la de un acto de protesta cargado de simbolismos que enoja y agrede, pero es tan insulsa y babosa que cualquier reacción oficial no podrá ser más que idiota, insensible y ruin, escribe Alejandra Ibarra Chaoul para Pie de Página.
Los medios de comunicación se encargaron de dar a conocer el “violento” hecho de la diamantina y fue ahí donde las colectivas involucradas se dieron cuenta de la poca objetividad que existía dentro de las notas donde se difundía el hecho, por lo que optaron por dejar de creer en las representaciones mediáticas que se daban a conocer por parte de cualquier medio.
La diamantina rosa se convirtió en un símbolo de lucha feminista, pero también en una sentencia de espionaje donde las mujeres que protestaron fueron vistas como las más atroces criminales y que, al día de hoy, se les continúa persiguiendo.