Pienso, por supuesto, en quienes amaban a una de esas más de sesenta mil personas que han fallecido a causa del covid-19 en nuestro país. Esas vidas, como suele suceder en todas las crisis que enfrenta México desde hace años, para la mayoría se contienen en números, pero no para las familias y amistades de quienes han fallecido por esta pandemia.

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Pero la realidad es que hay muchos duelos sucediendo de manera paralela y cotidiana en nuestros cuerpos, en nuestros espacios, en los cuerpos y espacios de las personas que amamos.

No poder acompañar a un ser querido en un tratamiento contra el cáncer.

No estar con una hermana el día en que tiene un aborto espontáneo.

No poder salir de casa de los padres porque perdiste tu primer empleo.

Decidir ya no embarazarte porque tu pareja y tú fueron despedidos del restaurante.

Pasar por un divorcio sin los abrazos tan necesarios.

Ya no poder ser la primera o primero de tu familia en ir a la universidad porque los ahorros serán utilizados en otra prioridad.

No despedirte de tu amiguita de la escuela porque a tus padres o a los suyos ya no les alcanzó para la colegiatura.

Retrasar los trámites de adopción que tanto esperabas porque las instituciones tienen aún menos recursos para atenderte, que una niña o niño en espera de adopción no pueda tener ya a su familia porque las instituciones tienen menos recursos para atenderlo.

Cerrar el negocio que por tanto tiempo soñaste abrir.

Que te despidan faltando un año para tu jubilación.

Dar a luz resultado de una violación porque en el sistema de salud se negaron a atenderte.

Que te cancelen la publicación de tu primer libro porque la editorial ha quebrado.

Que tu hija muera en prisión siendo inocente.

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La mayoría de los cuerpos y hogares en este país están viviendo, de muy distintas y a veces inimaginables maneras, un duelo. Cegarnos pensando que esto no tiene relación alguna con el Estado y con lo político, nos aleja de cualquier posibilidad de encontrarnos desde la empatía y la transformación de estas realidades cotidianas. Tal vez, y solo tal vez, el Covid-19 sea la última oportunidad que tenemos de encontrarnos en nuestras diferencias para, desde el dolor más profundo que compartimos, imaginar otro futuro y caminar hacia él.

Como describió la escritora y periodista Joan Didion: “El dolor, cuando llega, no es parecido a lo que esperábamos…el dolor no tiene distancia…”

*Maria Fernanda Salazar Mejía es politóloga y maestra en derecho constitucional y derechos humanos. Feminista. Me gusta bailar, la playa y el deporte. Mezcalera y cervecera. 

@fer_salazarm