Conocí a Kali a propósito de una entrevista exploratoria para un proyecto sobre la experiencia de la violencia en estudiantes universitarios. Ella, al igual que mi hija, nació en el año 2000, cuando yo estaba por concluir la carrera de periodismo en la UNAM. En esos años eran común la evaluación en pasillos de algunos profesores, el “barco”, el “seductor”, o el que pedía “cuotas” para subir una calificación. Lo mismo sucedía con los más exigentes, así cada quien decidía el tipo de profesor con el que deseaba tratar. Esa galería de posibilidades nunca fue motivo de denuncia, al menos en mi generación. 

Desde entonces algo cambió. Kali, quien pertenece a otra generación, inició su activismo en el último año de preparatoria. Me cuenta que sus compañeras se organizaron para denunciar a un profesor que hostigaba a las estudiantes en viajes o excursiones. A su ingreso a la universidad, Kali se integró a un colectivo feminista donde también militaban otras compañeras de la preparatoria y desde ahí denunciaron por medio de tendederos y escraches a profesores y compañeros por acoso, hostigamiento o actitudes misóginas. 

El año pasado, la feminista Martha Lamas publicó el ensayo “Acoso ¿denuncia legítima o victimización?”, la reacción por parte de los colectivos de jóvenes feministas fue de rechazo, a tal grado que cuando Lamas asistió a presentar el libro a la facultad de Kali, su colectivo se movilizó para expresar su desacuerdo. “La escritora (Martha Lamas), comenta Kali, se dice feminista, pero escribe un libro de cómo el acoso callejero es permisible porque es la manera de relacionarse de hombres y mujeres y dice que no debería ser penalizado, que el hecho de que un hombre te diga o te grite por la calle tendría que ser algo que tú deberías tomar como un halago, entonces muchas de sus opiniones son reprobables”. 

Lamas cuestiona los movimientos como el #MeToo y las denuncias en centros escolares para advertir que una ola de “puritanismo” se está alineando con las denuncias de los nuevos colectivos feministas. Se refiere al discurso hegemónico sobre el acoso, con influencia del feminismo norteamericano, a partir de tres premisas que retoma de Janet Halley: la inocencia de las mujeres, el daño que sufren y la inmunidad de los hombres. Así, concluye que el victimismo es lo que predomina en las “denuncias explosivas en nuestras universidades”, a pesar de la existencia de protocolos para abordar casos de acoso sexual. 

Una expresión de las nuevas formas de denuncia ante la violencia de género en centros universitarios, es el linchamiento público a través de los llamados tendederos de la denuncia o bien de grupos de Facebook con el propósito, según indica Lamas, de presionar para que se despida a un maestro o se expulse a un compañero. El efecto, según la autora, es que cada día aparecen nuevos casos de injusticias: difamaciones, persecuciones mediáticas y despidos, aunque no repara en los antecedentes que detonaron este clima.

Desde la perspectiva de Kali, la denuncia pública de los agresores fue el último recurso luego de acudir a las autoridades a denunciar situaciones de acoso u hostigamiento por parte de profesores y compañeros: “Pues ya no esperamos nada, ya evitamos pedirles cosas, porque sabemos que no van a hacer nada o lo único que van a hacer es humillar a las compañeras, decirles para qué traes esas fotos, para que vienes vestida así a clases, o incluso, si ya sabes cómo es el maestro para qué metes clase con él. Ya no vemos a las autoridades como un respaldo, más bien son un respaldo de las personas que violentan.”

Sin duda, el clima de linchamiento público que describe Lamas se originó por la pasividad y en muchos casos, la complicidad de autoridades que fueron omisas ante situaciones de abuso de poder y conductas ofensivas por parte de los profesores. Lamas advierte la vuelta a un  puritanismo punitivo ante situaciones incontrolables mediadas por intercambios de tipo sexual. Al respecto, considero que es importante escuchar a las jóvenes feministas, entender su molestia y hartazgo. Procurar desde el diálogo una mediación entre posiciones radicales y potencialmente injustas para denunciantes y denunciados. 

Finalmente, los profesores también debemos revisar la manera de conducirnos con los estudiantes. Algunos lamentan que, ante la cacería de brujas, algunos intercambios gratificantes entre alumnos y profesores resulten imposibles, pero olvidan el tipo de abusos y presiones que desató la ira de los estudiantes. El lugar desde donde escribe Lamas y desde donde denuncia Kali, nos exige estar abiertos a las nuevas sensibilidades juveniles, puede ser un punto de quiebre para replantear los límites y tensiones en las relaciones entre profesores y alumnos. A diferencia de mi generación, la de Kali cuestiona, denuncia, confronta, un posicionamiento que trasciende la perspectiva victimista.  

CRISTINA TAMARIZ

Twitter: @Xtinatamariz

Doctora en Ciencias Sociales por el Colegio de México, maestra en Sociología política por el Instituto Mora y licenciada en Ciencias de la Comunicación y Periodismo por la UNAM. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores (SIN) del Conacyt. Forma parte del cuerpo docente de la maestría en Periodismo Político de la Escuela Carlos Septién García.

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