A mediados de junio decidí hacer un viaje a New York para “encontrarme a mí misma”. Cuando llegué al Airbnb, en Brooklyn, lo que en realidad hallé fue al (pensé entonces) chico de mis sueños: un turco de 34 años, con hermosas manos, dientes perfectos, lindas pestañas, ojitos coquetos y todo un estuche de monerías, pues era buen cocinero, lindo, caballeroso, amable y muy gracioso. Tras el viaje, “El príncipe azul” se convirtió en ogro.
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Desde el día uno hicimos match. Pasaría varios días en su departamento y de inmediato me sentí en confianza. Debo confesar que desde los primeros minutos sentí como si lo conociera de mucho tiempo atrás. Pensé que, después de dos “Cucarachos” al hilo, por fin la vida me recompensaba y me dije a mí misma: “De aquí soy”.
Su amabilidad empezó a tornarse en interés y poco a poco una cosa llevó a la otra: me enviaba mensajes por WhatsApp, me hacía los desayunos y las cenas, quedábamos en Bryant Park, nos encontrábamos en el Metro para volver juntos y hasta nos dimos obsequios como chocolates y avellanas. El último día traspasó la barrera del contacto y me abrazó, luego vino un beso en la mejilla y, esa noche, hablamos de temas muy personales antes de irnos a dormir, entonces me besó en la boca.
Tuvimos sexo esa última noche y a la mañana siguiente. Fue muy bueno e incluso lindo, cariñoso y romántico. Así que para entonces ya estaba perdida, pero confusa porque pensaba que no era correcto tener “algo” con tu Airbnb.
La despedida fue como en las películas románticas y los días que siguieron fueron un sueño. No hubo uno solo en que no me enviara mensaje o me llamara. Seguía siendo lindo y me llamaba “honey”, “baby” y “cielo”, algo que a mis amigas les fascinó. Entonces me di cuenta de que a veces estamos tan urgidos de cariño que cualquier palabra bonita nos emociona.
Además, hablamos de nuestros sueños y, supuestamente, él quería darme asilo si me aceptaban en The City University of New York; me pidió que volviera para tomar unas vacaciones juntos (todo pagado), y hasta me dijo que “cumpliría mi sueño” de llevarme a Forks, una ciudad en Washington. ¿Qué más podía pedir?
Es demasiado perfecto para ser verdad. Y tenía razón
Era perfecto y eso me hacía feliz, pero también me ponía a dudar mucho. ¿Cómo alguien así podía estar soltero? Peor aún, ¿cómo con esas cualidades se divorció tras cinco meses de casado? Entonces pensé: Es demasiado perfecto para ser verdad. Y tenía razón.
La primera gran pelea que tuvimos fue porque mi exnovio estaba una noche en mi casa. Terminamos, pero tenemos perros en común y uno enfermó. Entonces U, como llamaremos al chico turco, enloqueció. Tras un rato de alegar, todo se calmó e incluso mi ex, quien además es ahora un gran amigo, dijo que comprendía que sintiera celos.
La cosa no paró ahí y fue escalando a niveles que incluso me ocasionaron un ataque de ansiedad. Un día cometí un error idiomático al escribir, justo cuando hablábamos de las ETS, y pensó que yo tenía VIH. Me llamó “enferma”, “mentirosa” y no sé cuántas cosas más, incapaz de creer en mi explicación y mucho menos en la imagen de la última prueba que me había hecho y cuyo resultado fue negativo.
Lo sé, debí alejarme ahí. Pero créanme que no es sencillo y menos cuando tienes tantos issues psicológicos como yo y piensas que necesitas a ese alguien. Menos cuando ese alguien tiene Doctorado en manipulación.
A estas rabietas siguieron peticiones sexuales que quería realizar cuando nos viéramos de nuevo, algunas muy Deep, y confesiones sobre sus fantasías con varias personas al mismo tiempo, acerca de sus relaciones con mujeres mayores y sus experiencias con otros hombres. No me asustaba su vida sexual ni sus deseos. Me daban curiosidad y sé que hay Bud Sex; además, creía que era bisexual, aunque lo negaba. Lo que detestaba era que creyera que sus encuentros con hombres eran “anormales” y que sacara su lado homofóbico por cualquier cosa.
Comenzaron más red flags
Podría haber sorteado lo anterior (o al menos eso creía), pero entonces comenzaron más red flags. Hablaba mal de sus exes, a su exesposa la llamaba “bitch”, decía que los hombres y mujeres no son iguales, que ellas son “Evil” y que solo buscan a un hombre rico. Se sumaron sus cambios de humor extremo, de pronto era el hombre perfecto y a los 5 minutos estaba enojado.
Lo peor era que me culpaba de todo: “Es que haces muchas preguntas todo el día”. Claro, soy muy preguntona, pero si iba a viajar con alguien o tener algo con esa persona, debía saber al menos “que madre lo parió”, diría mi mamá.
Daba por sentado que teníamos algo que era “suya” y manipulaba todo para que cualquier cosa fuera mi responsabilidad. Si él iniciaba una pelea, después decía que era una broma o que solo se trataba de “una discusión” y que en las parejas era normal. Entonces iniciamos un ping pong de bloqueo-desbloqueo, porque mi parte racional me gritaba: “¡Sal de ahí! ¡No necesitas esto!”, pero terminaba cediendo.
Si esto no fuera suficiente. Se molestaba por mis publicaciones en Instagram porque pensaba que “todas” eran dirigidas a él o mostraban “mi odio hacia los hombres” al tratar temas de violencia o feminismo, así que me llamó lesbiana, como si eso fuese un insulto. Asimismo, me preguntaba con quién estaba o quién había tomado mis fotos, “¿es hombre o mujer?” Jamás respondí a esto y llegué al hartazgo.
La gota que derramó el vaso (mi vaso) fue cuando un día le marqué por error. Estaba nerviosa y me urgía llamar a mi madre. Al escucharlo, solo dije unas cuantas frases en español y colgué. De inmediato le envié un mensaje para explicarle lo sucedido y lo que recibí fue una serie de notas de voz con gritos e insultos (mucha F Word), seguidos de mensajes de texto diciéndome mentirosa. Nunca entendí por qué me llamó así.
La dualidad
Le dije que no toleraría eso nunca más, pero no lo bloqueé. Horas más tarde, recibí un mensaje como si nada hubiese pasado: “How was your day?” No respondí y una hora después envió dos corazones y se disculpó. Posteriormente se armó “la guerra”, como él mismo la llamó. Me culpó de su violencia, afirmando que cuando llamé le dije “secuestrador” y “asesino” y después me acusó de quererlo extorsionar.
Posteriormente, vino una lluvia de mensajes que incluyeron un “me casaría contigo”, también “don’t let me go” y “I love you”.
En menos de dos meses leí frases que nadie debe tolerar y que llegaron al punto de las amenazas: “Soy agresivo por tu culpa”, “Tú solo coges con personas al azar”, “Por tu culpa, voy a descargar Grindr y alguien me lo chupara esta noche”, “Por tu culpa, a partir de ahora soy gay”, “Si te vuelvo a ver, te voy a abofetear”, “Violaré tu trasero”, además de acusarme de mentirosa, “player”, narcisista, sin sentimientos y hasta racista.
Al principio, sentí algo muy fuerte y pensé que me estaba enamorando. Pero creo que eran mis carencias afectivas respondiendo a su atención e interés. Seguro I felt in love pero de la imagen idealizada que tenía de U y de todo el cuento de hadas que pudo ser. Pero los cuentos de hadas no existen, la violencia sí.
La terapia me ayudó a comprender que no necesito eso, me escuché a mí misma diciendo que merezco algo sano y abrí los ojos cuando al escuchar esas notas de voz sentí temor. Nunca había sentido temor por un hombre. ¿Se imaginan lo que me habría hecho cara a cara?
Todas escuchamos o vemos historias de violencia, pero jamás te imaginas que tú estarás en un escenario así, donde lo mejor que podemos hacer es recomendar terapia e irnos porque nadie merece ningún tipo de violencia, aunque sea a distancia o de manera virtual. Todxs merecemos algo bonito y sanito.
*Es Doctora en Comunicación, docente y eterna aprendiz del periodismo.