Es llamativo que en esta semana la violencia mostrada por la película del Guasón (Joker) haya capturado tanto la atención, y creo que es peculiar porque usualmente la cartelera está llena de propuestas extremadamente sangrientas; desde aquellas en las que se retoman hechos históricos de guerras famosas hasta comedias románticas estadounidenses donde aparecen arsenales enteros en manos de personajes como “La Roca”.
Y si bien es atractivo entrarle al tema del análisis de la violencia y la presencia de las armas en el cine estadounidense, hay un tópico que se ha dejado de lado con respecto a la forma en la que los personajes masculinos son construidos y el impacto que tienen sobre la audiencia; esta película permite hacer un análisis a fondo y preocuparnos por la salud mental de muchísimos varones.
Empecemos por el principio; el Guasón es uno de los villanos más complejos e interesantes que existen porque a diferencia de otros personajes cuyos objetivos son el poder económico, el control político, el amor de alguna persona ó la destrucción de algún personaje, el espíritu caótico e impredecible de este villano en particular provoca a analizar con mayor atención los motivos y la historia que lo condujeron a un actuar tan antisocial.
Sin entrar a la basta literatura presentada en los cómics, los elementos que nos presenta la película son suficientes para comprender el mundo de Arthur Fleck; un varón de edad madura con una discapacidad, en un trabajo en el cual le marginan y otros varones se burlan cotidianamente de él. Para colmo, está atorado en el rol de proveedor ya que su madre, también enferma, depende del dinero que lleva a casa.
Víctima de un sistema económico que no le garantiza ninguna certeza, deambula por una ciudad en la que la decadencia es generalizada; asaltado y golpeado por jóvenes pandilleros, humillado por su discapacidad, viviendo en un edificio medio derruido y finalmente, acosado por varones blancos, heterosexuales y privilegiados, decide modificar sus patrones de comportamiento y entonces sí, no sólo ser parte de ese mundo, sino convertirse en ícono.
Pero antes de ser el villano inestable que todo el mundo espera ver, hay un elemento clave que es fundamental para comprender la historia; la última barrera que separa a Arthur de las conductas antisociales, es la terapia subsidiada por el gobierno que toma semana a semana y que debido a los recortes presupuestarios, le informan que llegará a su fin en el corto plazo. Esa es la verdadera afrenta; se sabe solo y que al mundo no le importa.
Ese escenario es bastante conocido en Norteamérica y se presenta de diferentes maneras; el fenómeno de los tiroteos a manos de hombres incel (que proviene de “involuntary celibates” ó “célibes involuntarios”) debido a la falta de una vida sexo-afectiva producto de la incapacidad de lidiar con sus propios problemas emocionales, genera un número alarmante de matanzas en espacios públicos. El fenómeno también ocurre en México, la masculinidad tradicional y la idea del amor romántico suele ser una combinación tan tóxica que lleva a un altísimo número de varones a asesinar a sus parejas y a violentarlas cotidianamente.
Y no es que el fenómeno del machismo sea diferente en Latinoamérica, sino que aquí se combina con un elemento que presenta también Ciudad Gótica; la falta de certezas del Estado. Los feminicidios son tan comunes porque la impunidad de los feminicidas está casi garantizada, al igual que en el universo distópico que presenta la película, las muertes importan o son perseguidas cuando son de ciertos sectores, pero usualmente son ignoradas cuando forman parte de la estadística.
Arthur Fleck, el Joker, tiene una discapacidad, si, pero no es el único problema que padece; víctima de abuso sexual y físico por parte de su padrastro, vive en un entorno en el cual los varones le hacen todavía más difícil la cotidianidad. Quizá la película no hubiera tenido el destino que tuvo si sus colegas hubieran tenido escucha, camaradería cálida y cuidado de los otros, pero sabemos que los hombres carecemos de ello y la respuesta ante los conflictos fue la más predecible; la violencia, en este caso, representada por el arma que le brinda su propio agresor y el falo simbólico que lo llevará a empoderarse en el agresivo contexto en el que se desenvuelve. Esa pistola es la que reafirma la ley del más fuerte y la incapacidad del sistema para brindarle garantías de supervivencia.
Es aquí cuando viene lo verdaderamente aterrador; el personaje tiene una discapacidad con la que aprende a vivir desde pequeño, pero los estragos de su comportamiento vienen a partir de que normaliza y asume las conductas patriarcales violentas de su entorno y entonces sí, se adapta perfectamente a la violencia generada y reproducida por varones; jóvenes golpeadores, hombres abusadores y conductores de televisión conservadores. Es simbólico que al llegar al programa, el Guasón besa sin su consentimiento a una de las integrantes del set ante la carcajada del público, la impunidad hecha acto frente a la televisión nacional. Ese acto es la primera transgresión que culminará con el disparo al conductor; un orgasmo culminante de una sociedad decadente y machista de la cual ahora no sólo es integrante, sino modelo de comportamiento. Arthur pasó de ser un hombre enfermo y pacífico a ser el Joker, un hijo sano del patriarcado.