Para nadie es un secreto que vivimos tiempos difíciles en la lucha por desterrar los roles de género que se traducen en una profunda desigualdad. Y tampoco que una emergencia a gran escala como la que vivimos, nos trae de vuelta a las discusiones más elementales, cuando de visibilizar las estructuras machistas se trata: ¿por qué decimos que el confinamiento sanitario también es un tema de género?
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La respuesta a esa pregunta, radica principalmente en considerar que la instrucción de quedarse en casa para evitar el contagio, evidencia muchas de las prácticas patriarcales que colocan a las mujeres en situación de permanente desventaja. Si las mujeres ya enfrentaban un complicado techo de cristal que no lograba congeniar con éxito el trabajo con el cuidado de la familia; el confinamiento no hace más que reproducir esta situación, con la única diferencia de que ahora la triple jornada transcurre en el mismo espacio físico.
Hoy por hoy, las mujeres aumentan tareas en su diario cotidiano: trabajar, cuidarse y cuidar a otros, vigilar que otras actividades no se interrumpan y también -nos dicen- parece ser buen momento para cocinar, lavar, hacer ejercicio, capacitarse y leer, entre otras mil actividades.
La “super mujer” que es madre, trabajadora, cocinera, buena esposa, ambientalista, solidaria y sorora, se ve ahora encerrada, sobresaturada y con pocos recursos disponibles, – ya sea humanos, materiales o económicos- dominada y atrapada nuevamente por el rol social que la sociedad patriarcal espera de ella.
Esta emergencia ha servido para ilustrar que ese rol de “mujer perfecta” y aparentemente empoderada, es incompatible con la realidad, y que haber creído que era posible, no nos puso sólo un techo, sino una celda completa de cristal, en la que ahora estamos encerradas y con pocas posibilidades de salir de ella.
Y por si eso no fuera ya bastante revelador, la cuarentena también nos ha mostrado otras situaciones que es preciso visibilizar. Una de ellas es que incluso en situación de emergencia, las mujeres no contamos como prioridad, y nuestra situación de desventaja ha sido trágicamente normalizada.
Es claro que quedarse en casa no tiene las mismas implicaciones para los hombres como para las mujeres. Casi pareciera parte del reclamo colectivo, que al empezar a avanzar ocupando otros espacios, una emergencia sanitaria nos recuerde lo que desde niñas nos dijeron y remarcaron: que el espacio doméstico es el que por naturaleza “nos corresponde”.
Además de la enorme carga socio cultural, tampoco hay que olvidar que vivimos en una de las regiones más desiguales del mundo. En América Latina hay un ingreso dispar, grandes poblaciones excluidas, pobres y vulnerables, además de muchas formas de discriminación que se acentúan por condición de género.
En este panorama, pedirles a las mujeres que se queden en su casa – aún cuando sea para preservar su salud- es colocarlas en un dilema complejo, donde hay que considerar su precaria situación laboral y de ingresos. En un país como el nuestro de trabajadoras informales, cuidadoras y jefas de familia que viven acoso y violencia, los hogares se vuelven una carga muy pesada para las mujeres y sus familias.
El encierro también da para pensar que muchas mujeres, niñas y jóvenes, estarán en sus casas encerradas con sus violentadores. Es verdad que la pandemia es un problema de salud pública, pero la violencia feminicida también cobra un gran número de vidas a diario. Solas, sin apoyos, refugios, asistencia y protección, estas mujeres vivirán la cuarentena como una condena injusta y quizás, mortal.
La sociedad actual no parece entender que la carga hacia las mujeres en esta emergencia puede ser extenuante y muy agresiva. Que las casas no son hogares para todas y que confinarlas al espacio doméstico es en muchos casos, un doloroso recordatorio de la categoría subordinada que jugamos las mujeres en el espacio público.
Es importante visibilizar, hoy más que nunca, que ese techo de cristal que ahora está en nuestras propias casas, no ha desaparecido y está lejos de poder hacerlo. Que pretender cumplir con la triple jornada de trabajo, maternidad y cuidado es extenuante e incluso mortal. Que la existencia de las “super mujeres” es una mentira que nos contaron y algún tiempo creímos, pero que hoy, puede ir arrumbarse en el mismo cajón del olvido donde está la de la princesa indefensa y los príncipes azules. Es hora salvarnos solas y dejarnos de cuentos.
Norma Loeza
Twitter: Norma L. Loeza
Educadora, socióloga y latinoamericanista. Orgullosa normalista y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas sociales de la UNAM. Obtuvo la Medalla Alfonso Caso al mérito universitario en el 2002 y fue becaria en el Instituto Mora. Ha colaborado en la sociedad civil como investigadora y activista, y en el gobierno de la Ciudad de México en temas de derechos humanos análisis de políticas y presupuestos públicos y no discriminación, actualmente es consultora.