No sé si parta de mi aceptación tácita como macho confeso, pero me irrita de sobremanera todo lo que huela y se diga “aliade”. Peor, viene el 8 de marzo y mis redes sociales se llena de algunos individuos que con aires de grandeza y una falsa superioridad moral retan a sus congéneres... y bueno; “estoy rompiendo el pacto”, seguro dirán, pero la verdad es que a muchos de ellos los conozco personalmente y más allá del discurso vacío, levantarse el cuello usando el discurso feminista busca una declaración implícita nefasta; “not all men”.  

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Y es que de pronto, utilizar el discurso de género para obtener aplausos, simpatías o franco ligue fue una estrategia del patriarcado del siglo XXI para medio hacernos “pendejos” sin entrarle de fondo al asunto de la violencia, las desigualdades estructurales y el trabajo que nos toca como generación para detener nuestras violencias cotidianas contra las mujeres, los hombres, los niños y hasta los animales (porque sí, la violencia patriarcal va contra la vida).  

El problema, según como lo analizo, tiene que ver con la estrategia para “deconstruirse”, es decir, al igual que las recetas mágicas que dan los inteligentísimos coaches de emprendedurismo, la trampa radica en creer que todo es voluntad, buena onda y simpatías con las “compañeras feministas”... y no, no va por ahí la cosa, así como el pobre no es pobre porque quiere. El hombre no deja de ser macho porque así lo decida por más que se deshaga en disculpas con sus exparejas o no se pase de lanza con sus ligues (básicamente por el temor a ser quemado en redes).  

Tenemos que entender como hombres que no todo es voluntad. Es difícil pensarlo así porque estamos educados en un liberalismo sistémico que considera que el libre albedrío de las personas es el valor más grande al que podemos aspirar y que la mínima intervención de la comunidad en nuestras vidas es la alternativa para salir del hoyo. De hecho, de ahí viene la reflexión sobre porqué me molestan tanto los que van por la vida intentando hacerle honor a su etiqueta de “aliade”. 

Me explico mejor con un ejemplo: hace poco charlaba en un grupo de hombres sobre conceptos como el “éxito” y lo que implicaba ser “exitoso”. Aportando elementos específicos nos dábamos cuenta de que todos nuestros deseos más profundos para encontrar la realización estaban ligados a el rol típico de proveedor; tener una casa, poder mantener una familia, cambiar el auto, trabajar más para tener una mayor percepción económica, poder y la pareja idónea. Ese chip no lo traemos, nos lo implantan con años de educación machista en la que los hombres nos mutilan emocionalmente para aguantar como mulas las jornadas de trabajo y ser insensibles ante las personas que nos rodean y por más que queramos salirnos de ese esquema, lo traemos inscrito en la médula.  

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Es por eso que cuando hablamos de un proceso de deconstrucción no podemos hablar de buenas intenciones individuales; la deconstrucción real no va a ser un proceso fácil porque no es la voluntad individual la que va a hacer el cambio sino la conciencia colectiva que modifique de a poco la educación cotidiana que se les imparte a las nuevas generaciones y que están absorbiendo en este preciso instante. Afortunadamente, ya hay cambios y lo podemos ver en el lenguaje para describir situaciones, conceptos como “consentimiento”, “responsabilidad afectiva”, “roles de género” y otras tantas palabras que nos permiten hacer visible procesos que ocurren en nuestra convivencia cotidiana y que hace apenas unos años no eran conocidos por los que somos de una generación más vieja.  

Ojo aquí, saber que la deconstrucción es un proceso colectivo y a largo plazo no nos exime de cambiar a la brevedad nuestros comportamientos machistas conforme los vamos descubriendo, al contrario, saberse parte de un proceso histórico implica comprometerse con el mismo y sin buscar purismos, premios individuales o caer en reproches sobre quién está más deconstruido y porqué se es mejor que otros varones que todavía no encuentran la luz.  

Así que, mis estimados congéneres, la ridiculez con la que quieres ir por la vida presumiendo lo feminista que eres y lo diferente al resto de los mortales (machos pendejos) no sólo demuestra tu necesidad de atención sino que también es el mejor ejemplo de que todavía no comprendes el papel que se te está pidiendo que asumas, así no más, en silencio y con un montón de compromiso personal, quizá si logras cambiar suficientes comportamiento y te mantienes respetando a la humanidad, alguien diga en unos años “pues fulanito es buena persona”, y hasta ahí llegará tu trofeo. Ánimo.