Entre galletas, tortas, papitas y abarrotes, Adriana Domínguez trabaja diariamente para sacar a su familia adelante. En mitad de la pandemia por covid-19 ella ha fungido como madre, esposa, trabajadora y estudiante recién egresada de la licenciatura en psicología.
Inició su carrera universitaria a los 43 años y se graduó cuatro años más tarde, en mitad de la pandemia por covid-19, haciendo frente al desempleo y la incertidumbre social. Cuenta que tomar la decisión de estudiar fue algo que nació de forma espontánea, pero con el paso del tiempo, entendió lo mucho que esa meta significaba para ella.
“Cuando pagué las dos o tres primeras materias fue donde me cayó el veinte que era eso lo que más quería. No era probarle nada a nadie, sino que yo quería terminar una carrera”, dijo Adriana en entrevista para La Cadera de Eva.
Para Adriana, haberse graduado de la universidad siendo madre y trabajadora es un logro extraordinario, frente a los números de deserción educativa.
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De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en el ciclo escolar 2020-2121 no se inscribieron 5.2 millones de personas (9.6% del total 3 a 29 años).
Algunos de los motivos registrados fueron: 26.6% consideró que las clases a distancia son poco funcionales para el aprendizaje, 25.3% señaló que alguno de sus padres o tutores se quedaron sin trabajo, 21.9% no tiene de computadora, otros dispositivo o conexión de internet.
“No me di cuenta que estaba renunciando al sueño de tener una carrera”
En su juventud Adriana llegó hasta el cuarto semestre de la carrera Químico-Farmacéutico- Biológica (QFB) en la Facultad de Química de la UNAM, pero no lo estudiaba por vocación sino por buscar la aceptación y el reconocimiento de su padre:
“Cuando yo hice el examen para entrar a la universidad, lo único que yo pretendía era tener el reconocimiento de mi papá. En ese momento mi hermana estaba casada con un médico y mi hermano estaba estudiando para dentista, entonces lo que yo necesitaba era un nombre que sonara más fuerte que esas dos licenciaturas, por eso estudié ‘químico-fármaco-biólogo’”, dijo Adriana.
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A pesar de que para Adriana las matemáticas y la química siempre fueron fáciles, entrar a la Facultad de Química le permitió identificar que a ella no le gustaba esa carrera. “Lo hice porque mi papá se sintiera orgulloso de mí, pero desde el primer día que entré a la Facultad a él no le interesó, entonces perdí las ganas y el encanto por la carrera”, contó.
Tras cuatro semestres como estudiante de QFB Adriana enfrentó la ruptura amorosa de una relación que duró más de dos años y que fue significativa en su historia de vida. Esa situación no sólo la marcó emocionalmente, sino que también le brindó una puerta de escape, porque se convirtió en el “pretexto ideal” para dejar la carrera.
“Fue mi pretexto ideal para dejar la carrera, pero no me di cuenta que estaba renunciando al sueño de tener una licenciatura”, señaló.
La práctica y la teoría
Años después, a los 43 años de edad, Adriana decidió darle un giro a su vida y convertirse en estudiante de psicología. Para tomar esa decisión su participación en un grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) fue significativo, afirma que en ese grupo conoció más sobre ella misma y sobre sus emociones:
“Estar durante 17 años trabajando constantemente mis emociones fue un decir ‘ya estuvo’, cuando decido estudiar dije ‘esta no es por reconocimiento de nadie, esta es porque yo lo quiero hacer’. Me di cuenta que me apasionaba ver el cambio de la gente cuando llegaba al grupo de AA, ver un brillo de esperanza cuando les dices que puede haber un cambio que se genera a través de un trabajo de catarsis donde empiezan a vivenciarse como un ser distinto, un ser que sí puede estar bien”, cuenta Adriana.
En sus años como partícipe de las dinámicas de AA Adriana llegó a convertirse en “madrina”, una figura utilizada en estos grupos para acompañar el proceso de otros. Aunque para Adriana ese acompañamiento había fungido como práctica, aún le faltaba la teoría en psicología.
“17 años apadrinando gente en AA te da mucha práctica, pero hace falta teoría”, enfatizó.
Adriana quizo ser parte de al cifra de las mujeres con una licenciatura, en México, de acuerdo con el Inegi, 49.2% cuenta con una carrera terminada.
11:00 pm, el inicio del horario escolar
Adriana es madre de dos hijos, es esposa, ama de casa y dueña de un negocio de abarrotes. Para tener tiempo de estudiar ella debía esperar a que dieran las once de la noche:
“Era mi espacio, ya no era ni la trabajadora, ni la mamá responsable, ni la dueña del negocio, ni la madrina en el grupo del AA, simplemente era Adriana, como una esponja, absorbiendo todo lo que me podían mostrar las clases y las tareas”.
Para Adriana, esos tres años y seis meses de estudiante fueron la etapa más hermosa de su vida, pero también representaron un reto y una etapa de superación personal. Confiesa que al principio no sabía ni siquiera usar su computadora, por lo que tuvo que apoyarse de su hija Paola.
“Es la etapa más hermosa que he tenido porque me di lo que quería, el poder estudiar, poder aprender”, dijo Adriana con un nudo en la garganta, “pude hacer amistades muy bonitas con gente muy valiosa”, agregó.
Ser madre, estudiante y trabajadora durante la pandemia
Antes de la pandemia por covid-19 Adriana tenía un negocio de dulces y comida en una preparatoria pública, pero con la suspensión de clases perdió su empleo. Ella fue una de las 13 millones de mujeres que perdieron su empleo en América Latina y el Caribe, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
A un año de la pandemia, aún quedan 2.1 millones de empleos por recuperar en México, según datos publicados por el Inegi. 7 de cada 10 empleos que se perdieron en el primer trimestre de 2020 y el mismo periodo de 2021 pertenecían a mujeres.
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El mayor reto para Adriana fue poder pagar su colegiatura en tiempos de desempleo e inseguridad laboral, agarrándose de su experiencia en el trabajo informal. Incluso, tuvo que recurrir a enviarle una carta al dueño de su universidad, para continuar estudiando y poder pagar su colegiatura después.
En medio de la pandemia, Adriana tuvo que levantar casi desde cero su negocio, que ahora se ubica en Atizapán de Zaragoza, Estado de México, cerca de su hogar. Por si fuera poco, Adriana se contagió de coronavirus y tuvo que luchar para salir de una enfermedad que no le permitía respirar.
El 70% de las mujeres en países en desarrollo, como en México, se encuentran en el sector informal, de acuerdo con el informe de la ONU.
“Sentir que dejas de respirar y que te vas a ir y no vas a concluir lo que quieres es horrible”, dijo Adriana entre lágrimas, “hubo un día completo que no sabía qué pasaba conmigo porque no coordinaba mi cuerpo, y pensar que no iba a poder terminar mi sueño me dio mucho coraje porque siempre había hecho mucho por los demás y nada por mí”, agregó.
Mirar al pasado…
Hoy, después de 3 años y medio siendo estudiante en situaciones extraordinarias, Adriana se graduó como Licenciada en Psicología por la Universidad Latinoamericana (ULA) y su título ya se encuentra en trámite. Afirma que algo importante para decidir estudiar fue mirar hacia su pasado
“Mi pasado no fue agradable, entre los 5 y 7 años me violaron, eso hizo que yo tuviera mucho miedo. Tuve acoso durante siete años, eso me dio pánico, me hizo sentir que no merecía nada y que entre más invisible mejor porque así no me atacarían. Pero ni siquiera yo misma me veía, en ese pasado no hay nada que me gustara o enorgulleciera”, contó Adriana. “Había trabajado tanto, pero nada de ese trabajo había sido para mí”, agregó.
A nivel global, una de cada tres mujeres han sufrido violencia física y/o sexual y en algunos países esta proporción aumenta a siete de cada una, de acuerdo con Unicef.
La Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) estimó que casi 5 millones de mujeres fueron víctimas de delitos sexuales y/o acoso callejero durante el segundo semestre de 2020. De acuerdo con México Evalúa, 98.6% de los casos de violencia sexual no se denunciaron.
Lo que sigue…
“En el futuro si me veo en mi consultorio, si me veo dando terapia, porque decidí que nada de lo que me ha pasado me va a detener para tener lo que quiero en mi vida. Requiero una maestría y voy por ella, porque necesito más conocimiento”, dijo Adriana.
Para todas aquellas mujeres que desean estudiar, sin importar la edad, el estado civil o si son madres o no, Adriana recomendó mirar hacia a atrás y preguntarse “¿realmente he hecho algo por mí?”:
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“Mi consejo sería que se hagan la pregunta ‘¿realmente he hecho algo por mi?’ si se hacen esa pregunta y no tienen respuesta, yo les aconsejo que observen su pasado como referencia”, dijo Adriana.“Una pared se construye de ladrillo en ladrillo, así es la escuela. Pero no puedes empezar sin dar el primer paso”, concluyó.