El mundo la aclamaba por su belleza y por las escenas sexuales que grabó en el mundo del cine, en épocas donde la sexualidad femenina todavía era un tabú. Lamentablemente, su belleza y sus tiempos en la pantalla grande eclipsaron uno de sus mayores logros: la invención del Wifi.
"Cualquier chica puede ser glamurosa. Todo lo que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida", dijo irónicamente Hedwig Eva Maria Kiesler, mejor conocida en Hollywood como Hedy Lamarr.
Entre la ingeniería y la actuación
A corta edad sus profesores comunicaron a su familia que Hedwig era una niña superdotada, cuando tuvo edad para ello empezó a estudiar ingeniería, tiempo después la joven decidió detener sus estudios para dedicarse al arte dramático. Logró estudiar en la prestigiosa escuela del director de escena Max Reinhardt y sus primeros papeles como actriz fueron en la película Geld auf der Straße del director Georg Jacoby. Luego realizó pequeñas intervenciones en cintas de producción checa y germana como Die Blumenfrau von Lindenau, Man braucht kein Geld y Die Koffer des Herrn O.F.
En 1932 Hedwig protagonizó la película del director checo Gustav Machatý, Éxtasis, en la que protagonizó el primer desnudo integral de la historia del cine y tuvo que fingir un orgasmo. El film fue tachado de escándalo sexual y recibió toda clase de censuras y condenas, incluidas las del Vaticano.
El escape de un matrimonio tortuoso
Los papeles interpretados por Hedy dejaron a sus padres realmente horrorizados con las imágenes. La época y los prejuicios sobre su lugar en el cine motivaron al padre de Hedwig a obligarla a casarse con un magnate de la industria armamentística llamado Fritz Mandl. Ignorando la voluntad de su hija, que deseaba seguir con su carrera artística, los padres accedieron a la boda creyendo que Fritz Mandl podría reconducir a la joven por “el buen camino”.
Fotografía tomada de internet.
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Lo que Hedwig vivió en su matrimonio fue una constante de violencia y control sobre su propio cuerpo perpetrado por parte de su esposo, ella solo podía desnudarse o bañarse si él estaba presente. Tambien la obligó a acompañarle a todos los actos sociales y cenas de negocios a los que estaba invitado para no perderla de vista. A pesar de que vivía rodeada de lujos, Hedwig odiaba sentirse como un trofeo y tener que pedir permiso siempre para hacer cualquier cosa.
Aburrida de la vida que su marido la obligaba a llevar, Hedwig retomó la carrera de ingeniería que años atrás había dejado de lado para dedicarse al cine. Por su parte, Mandl mantenía estrechos lazos sociales y comerciales con el gobierno de Mussolini, al que vendía armas. Hedwig, astutamente, aprovechó las reuniones a las que su marido la obligaba a asistir para recopilar todo tipo de información acerca de la tecnología armamentística nazi. Según escribiría más tarde la propia Hedwig, tanto Mussolini como Hitler asistieron a las lujosas fiestas que se celebraron en casa de su marido, quien, pese a ser de origen judío, fue nombrado por los distintos gobiernos fascistas "ario honorario".
El continuo y férreo control al que se veía sometida la joven Hedwig llegó a ser tan insoportable, que durante un viaje de negocios de su marido decidió huir de su asfixiante matrimonio escapando por la ventana de los servicios de un restaurante –pero según otra versión, que ella misma cuenta en su autobiografía, al parecer administró un somnífero a su asistenta y pudo salir de su casa disfrazada como ella–. Consiguió llegar a la estación de tren y viajar hasta París. Hedwig tan sólo se llevó algunas joyas que le permitieran disponer de dinero en efectivo para poder seguir con su huida.
Durante varios días se vio acosada por los guardaespaldas que le había puesto su marido hasta que llegó a Londres y pudo embarcar en el trasatlántico Normandie con destino a Estados Unidos. Durante la travesía conoció al productor cinematográfico Louis B. Mayer, el cual antes de que llegasen a puerto ya le había ofrecido trabajo. El único requisito que le pidió fue que se cambiase el nombre para que nunca se la pudiera asociar con la película Éxtasis. Así pues, Hedwig Eva Maria Kiesler se convirtió, en memoria de la actriz de cine mudo Bárbara La Marr, en Hedy Lamarr. En aguas del Atlántico firmó su contrato con la Metro-Goldwyn-Mayer.
El regreso a la ingeniería
Instalada en Hollywood, Hedy trabajó para el director de cine King Vidor en Camarada X y Cenizas del Amor, para Jacques Tourner en Noche del Alma, para Robert Stevenson en Pasión que redime y para Cecil B. Demille en Sansón y Dalila. Rechazó dos filmes que acabarían convertidos en obras maestras del séptimo arte como Luz de Gas de Thorold Dickinson y Casablanca de Michael Curtiz, y se quedó a las puertas de poder interpretar a Escarlata O''Hara en Lo que el viento se llevó. A pesar de esto se convirtió en una verdadera estrella emergente de los años treinta.
Fotografía tomada de internet.
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Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Hedy ofreció sus servicios al Gobierno de Estados Unidos ya que disponía de información privilegiada acerca del armamento del ejército alemán. Ubicada en el departamento de tecnología militar, Hedy se dio cuenta de que las señales de radio que guiaban a los torpedos de la armada norteamericana eran muy fáciles de interceptar. Fue entonces cuando elaboró junto con su amigo el compositor George Antheil un sistema de detección de torpedos teledirigidos. Inspirado en un principio musical, este funcionaba con 88 frecuencias, las equivalentes a las teclas del piano, y era capaz de hacer saltar señales de transmisión entre las frecuencias del espectro magnético.
Los militares no supieron apreciar entonces la utilidad del invento que les estaba ofreciendo Hedy hasta que muchos años después, en 1962, se produjo la crisis de los misiles cubanos. Entonces la tecnología de Lamarr se utilizó para interceptar las comunicaciones y el control de los torpedos. A día de hoy este método se emplea para los sistemas de posicionamiento por satélite, como el GPS, y fue el precursor del wifi.
Su faceta como inventora
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Hedy fundó su propia compañía cinematográfica con la que produjo y protagonizó algunas películas mediocres. Durante los descansos de los rodajes aprovechaba para seguir explorando su faceta de inventora, faceta que se mantuvo en secreto mientras fue una estrella.
Su vida personal fue bastante desafortunada. Lamarr se casó seis veces y ya en el declive de su carrera cinematográfica cayó en el consumo masivo de pastillas y desarrolló una obsesión enfermiza por la cirugía estética. Se volvió cleptómana y fue detenida en varias ocasiones.Tras estos sonoros escándalos, Hedy Lammarr se recluyó en su mansión de Miami para pasar los últimos años de su vida aislada de un mundo que había marginado su lado intelectual y no la había reconocido como inventora de las aplicaciones que se estaban usando; ni tan sólo la había nombrado.
Fotografía tomada de internet.
Cuando finalmente llegaron los reconocimientos a sus capacidades y logros, ya era demasiado tarde. Su amargura había crecido hasta tal punto de que cuando en 1997 le comunicaron la concesión del Pioneer Award se quedó imperturbable y comentó escuetamente: "Ya era hora”
Con información de: National Geographic