Soy amado.

Mi madre y mi padre me aman y me enseñaron cómo valorarme. A veces sus palabras me sonaron huecas, falsas, “por compromiso”. Tal vez porque yo aún no era capaz de amarme, de cuidarme, aún no sabía a cabalidad como vivirlas y hacerlas propias. Tal vez porque a veces notaba su preocupación por mi bienestar ante las bromas y burlas de otras personas hacia mí. Sentía que era lo que “debían decirme”, pero aún dudada que no sólo fuera resignación de su parte. ¿Quién, antes de tenerlo, quería un hijo como yo?

Tal vez solo es cuestión del crecimiento personal y yo no entendía. Pero en mi camino encontré no sólo a mi papá y a mi mamá, sino a muchas personas que me querían y me respetaban. Muchas más que aquellas que se burlaban. Conté con el apoyo que necesitaba. Con personas que me cuestionaron por amor y que con ello me ayudaron a crecer. Coincidí con personas que se sintieron confrontadas por mi forma de ser, que supieron preguntarme y escuchar mis respuestas. Me ayudaron a precisar que soy. Crecí.

En esas experiencias hubo muchas que no fueron agradables. Que me hicieron llorar, dudar, sentirme mal conmigo y con la gente que me amaba, que me exigía, que me acompañaba, que me cuidaba. Ahora sé que mi crecimiento, que mi proceso para ser una persona adulta, en términos generales, fue como el de mucha gente. Que me sentí diferente por sentires que todas las personas viven, que mi singularidad no era tal. Crecí para saber que vivo en un mundo que cada vez se desconcierta menos, que asume la normalidad de la diversidad, todas las singularidades que nos permiten ser comunidad.

Con esa seguridad, hoy me siento satisfecho. Aprendí a hacer propio el amor de la familia en la que nací, de la familia que elegí, que me acompaña, que me cuida. Hoy no sólo soy profesionista, soy una persona productiva, contenta con sus actividades, con su solvencia, con su productividad.

Hoy celebro mi primer año de independencia, de contar con un espacio propio en el que me siento seguro, que a ratos comparto con la gente que me ama y con personas interesadas en conocerme y decidir si también formaré parte de su familia elegida o no.

Hoy vivo ser amado… antes que nada, por mí.

Soy amado.

Si miro atrás, reconozco los momentos en que estaba seguro de que no era así. Aún recuerdo, pero no revivo, el miedo de mi adolescencia temprana cuando mi padre me echó de la casa. No estaba para criar hijas “machorras” y si yo quería ser una “desviada”, lo hacía por mi cuenta. Recuerdo el desprecio en la mirada de mi madre cuando firme lo apoyó y sólo dijo “Lárgate”.

También recuerdo que al hablar con mi papá y mi mamá yo sabía que era un riesgo. Al asumirlo llegué a casa de un amigo que ya vivía solo. Me recibió, alegre de tener ahora con quien hablar y de tener compañía. Recuerdo sus palabras: “no hay mucho, pero estaremos bien”. Y estuvimos.

Necesitamos discreción, yo era menor de edad y ningún adulto como responsable de mí. Fue necesario trabajar, aunque no había muchas opciones. Pero hicimos comunidad, encontramos a “los nuestros”. No todos los trabajos fueron buenos, pero tampoco toda la gente fue hostil. Claro que pasamos hambre, claro que vivimos muchos tipos de dolor. Sin embargo, también creció nuestra comunidad.

Él ya sabía por propia experiencia que solo era más difícil sobrevivir. Juntos supimos que valía la vida arriesgarnos y sumar personas a nuestra comunidad. Aprendimos a elegir y comprometernos con una familia a la altura de nuestros sentires, dispuesta a cuidarse entre sí, a vivir en conjunto las buenas y las malas.

Crecimos. Aprendimos a ser quienes realmente éramos, a dejar atrás la imagen que daba tranquilidad a las personas que nos vieron nacer, pero que no éramos nosotros. Jugamos, tomamos la vida en serio, nos equivocamos y aprendimos a acertar.

Hoy celebramos dos décadas de comunidad. De contar con un espacio nuestro, que somos un refugio para quienes, como nosotros, alguna vez vivieron el no tener cabida en donde estaban.

Hoy somos, porque nos amamos, porque cada vez estamos más en los diferentes espacios, porque seguimos haciendo comunidad para cuidarnos y porque aún luchamos porque dejen de discriminarnos por no “ser normales”. Somos personas y vivimos en comunidad.

 

 

 

*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten

 

Alhelí López Gómez

Licenciada en Psicología; pasante de la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, ambas en la UNAM. Su área de ejercicio profesional es el ámbito educativo, tanto en docencia como en evaluación. Estudiosa del feminismo y la gerontología, de los huertos y amante de los gatos.

Luz Galindo

Actualmente, docente de la UNAM. Realizó su estancia postdoctoral en el CEDUA-COLMEX. Sus líneas de investigación son la perspectiva de género, políticas públicas, usos del tiempo, corresponsabilidad social, vida cotidiana y trabajo de cuidados, diversidad familiar y diversidad sexual, nuevas experiencias de ser hombres (masculinidades).

@Luzapelusita