Si la historia no hubiera dejado en la invisibilidad a las mujeres, nuestro presente sería distinto. Las huellas borradas o tergiversadas de muchas de ellas evitan que conozcamos su grandeza. Un ejemplo, Juana Cata, a quien se le conoce, generalmente, por ser concubina del presidente Porfirio Díaz; aunque no haya pruebas contundentes de esa relación, que pudo haber sido más bien una amistad que duró toda la vida. También la han retratado como una femme fatale, seductora y hasta bruja, solo porque sabía de herbolaria. 

Más allá de esos mitos, la trascendencia de este personaje radica en la transformación de vendedora ambulante a poderosa empresaria y filántropa. Sí, eso fue Juana Cata.

Según la investigadora norteamericana, Francie Chassen-López, la vida de Juana Cata abarcó tres periodos históricos de nuestro país: la Reforma, el Porfiriato y la Revolución, a lo largo de ellos, su vida refleja “cómo en ciertos espacios las mujeres actuaron como agentes de cambio, ejercieron poder y tuvieron un impacto sobre sus sociedades, durante una época en que todavía no podían votar ni ocupar cargos públicos”.

Juana Catalina Romero nació un 24 de noviembre de 1837 en el barrio de Jalisco de Tehuantepec, en Oaxaca, según consta en su fe de bautismo. La niña mestiza, y no zapoteca como se ha dicho, fue hija ilegítima de María Clara Josefa Romero, se desconoce la identidad del papá.

Una infancia de pobreza y trabajo

En medio de la pobreza, la familia de Juana se dedicaba a hacer cigarros en hoja de maíz que ella vendía en las calles y el mercado, aunque era analfabeta, hablaba zapoteco y español.

Durante la Guerra de Reforma, el entonces capitán Porfirio Díaz, fue nombrado gobernador y comandante militar del departamento de Tehuantepec, pertenecía a los liberales que estaban luchando contra los conservadores, a quienes llamaban “patricios”. Fue en esa época que Juana y Díaz se conocieron. 

Juana vendía sus cigarros a los soldados, por su desenvuelta forma de ser, se hizo popular entre ellos, y gracias a sus contactos entregó valiosa información a los liberales, formando así, parte de la policía secreta de Porfirio Díaz.

Cuando terminó la contienda, Juana tenía 23 años, seguía soltera, era prácticamente, una veterana de guerra. En recompensa por su labor de espía, los liberales la premiaron con un capital, el cual empleó para poner su primera tienda en un local detrás del mercado central de Tehuantepec. También aprovechó para aprender a leer y escribir. 

Asimismo, inició una relación con el coronel Remigio Toledo, quien fue prefecto imperial de su pueblo, el cual gobernó de manera arbitraria y corrupta, los cronistas de la época señalaban que “salía a las calles contoneándose al lado de su amasia, Juana Cata”. Este hombre murió asesinado durante la rebelión de la Noria.

Juana siguió su vida como comerciante, cumplió 33 años y seguía soltera, lo cual fue un punto a su favor, ya que a la mujer casada se le requería una licencia marital, es decir, un permiso de su esposo, tramitado ante un juez para disponer de sus bienes, lo que no aplicaba para ella ya que los contratos que firmaba especificaban “soltera” y “apta para negociar”.

Una empresaria rebelde

Juana Cata dio el siguiente paso y comenzó a ser comerciante viajera, compraba añil y cacao producidos en la región y los transportaba en mula a la ciudad de Oaxaca, un viaje que duraba de ocho a diez días.

Amplía el negocio del comercio

Posteriormente, empezó a enviar sus productos al puerto de Veracruz, pero ya no iba ella, mandaba arrieros que a su regreso traían diversos artículos para surtir su tienda en Tehuantepec. Sin embargo, se dice que ella misma viajaba a Oaxaca o la ciudad de México para atender personalmente sus negocios.

En esa época, el comercio estaba monopolizado por un grupo de españoles, alemanes y canadienses que vieron afectados sus intereses por el éxito que tenía Juana Cata, pero ella más inteligente, le daba crédito a la gente que dichos potentados rechazaban. 

Con el tiempo, Juana se especializó en la importación de productos extranjeros: vinos, artículos de cristal, y sobre todo, textiles para los trajes de Tehuana. Para conocer lo último en moda, viajaba a Estados Unidos y Europa.

Juana Cata, una comerciante ejemplo

En 1891, el Bureau of American Republics difundió un análisis de la economía mexicana e incluyó una lista de los mayores comerciantes del país, en la cual figuró el negocio de Juana Cata, el único cuya dueña era una mujer, pero por un “error” su nombre apareció como Juan C. Romero. 

En su finca Santa Teresa, Romero cultivó caña de azúcar, fue a Cuba a investigar cómo se hacía este cultivo, luego importó maquinaria de Alemania y Estados Unidos y puso la refinadora de azúcar más grande de Tehuantepec. Su producción ganó una medalla de plata y un Grand Prize en la Louisiana Purchase Exposition en San Louis Missouri, en 1904, y luego, el primer lugar en la competencia mundial de azúcar en el Crystal Palace de Londres.

Tehuantepec se encontró en el camino de la modernización, el proyecto del ferrocarril que uniría el Golfo de México con el Océano Pacífico fue una prioridad para el presidente Porfirio Díaz y enero de 1907 se inauguró  la primera vía, el periódico El Imparcial informó:

“A su llegada a Tehuantepec, el señor presidente fue a visitar a la señora Doña Juana C. Romero, una de las damas más ricas de aquí…”.

En ese mismo año, ella inauguró su gran tienda La Istmeña, que abarcaba todo un portal de la calle por donde pasaba el ferrocarril.

En 1911, Juana Cata se mandó a construir un elegante chalet estilo francés de seis recámaras, repleto con muebles estilo Luis XV y Chippendale, vasos de cristal murano y estatuas de santos traídas de España para su capilla. Aquí la leyenda cuenta que Porfirio Díaz mandó a que las vías del ferrocarril pasaran frente a este inmueble, cosa que no pudo ser cierta porque Díaz ya estaba en el exilio.

Impresionada por la obra modernizadora del arzobispo Gillow en Oaxaca, Juana decidió modernizar Tehuantepec, su amistad con el clérigo le permitió que su tierra natal fuera elevada a obispado, y en el plano personal, legitimaba su liderato, borraba su pasado “pecador” y se ganaba el respeto de la sociedad.

Impulsó la educación en niñas y niños

Juana nunca asistió a la escuela, quizá por ello se preocupó por la educación de la juventud istmeña y fundó dos escuelas, una para niñas y otra para niños, dirigidas por religiosos. A los mejores estudiantes los enviaba a la ciudad de Oaxaca, a Puebla o la Ciudad de México. Atenta a las innovaciones pedagógicas, agregó un sexto año a la primaria antes de que las escuelas oficiales lo instituyeran. También apoyó el deporte y la educación musical.

En cuanto a su pueblo, pagó la construcción de un anexo al mercado central de Tehuantepec y donó fondos para la edificación de palacio municipal. Importó baldosas de mármol de Carrara, Italia, para el piso de la catedral, mandó a hacer un elegante portón de hierro forjado y las bardas del panteón. En una epidemia de viruela que azotó a la población, ella trajo doctores y cubrió los gastos.

Debido a sus conocimientos de la moda occidental, contribuyó a hacer cambios al famoso traje tehuano que comenzó a ser confeccionado con nuevas telas como terciopelo y encajes, además de adornos como el fleco de oro y las mascadas de seda. El traje típico que conocemos hoy día es producto de esas innovaciones modernas y la creatividad de las mujeres zapotecas.

Debido a la competencia que representaba para los comerciantes extranjeros, Juana siempre estuvo cerca del poder político, lo cual le generaba muchas envidias, el abogado masón Apolinar Márquez la desacreditó en el diario El eco del Istmo, criticó su influencia y defendió el papel de la mujer como “ángel del hogar”. Además, bloqueó algunos de sus pedidos internacionales y le negó la adjudicación de terrenos, pero Juana acudió a su amigo, el presidente Díaz y consiguió, después de una década de litigios, que el abogado fuera cambiado de ciudad.

Una mujer llena de poder

Asimismo, Juana lideró el Grupo Rojo, un conjunto de comerciantes y políticos porfiristas con los que consolidó su poder y se le llegó a considerar la “cacica” de Tehuantepec.

Un viajero alemán, cercano a los opositores a Juana Cata decía “el poder más grande en el pueblo fue una cierta vieja, quien dominaba al lugar por medio de su astucia y riqueza…”.

Juana fue una consentida del poder, gracias a su astucia, valentía e inteligencia, pero con la Revolución Mexicana, sus opositores se encumbraron y su autoridad comenzó a tambalearse, los alzados saquearon las tiendas de los comerciantes porfiristas, incluyendo la de ella, pero pronto se adaptó a la nueva circunstancia e hizo amistad con el gobernador maderista Benito Juárez Maza, hijo del expresidente Benito Juárez. También surtió con víveres y ropa a los carrancistas, para ella, negocios eran negocios.

Juana Catalina murió el 19 de octubre de 1915, tres meses después de que falleciera Porfirio Díaz.  La muerte la sorprendió en Orizaba, Veracruz, cuando viajaba a la Ciudad de México, padecía cáncer, su cuerpo fue trasladado a Tehuantepec por tren con un salvoconducto del Ejército Constitucionalista, su legado es ejemplar.