En 2007, Shahra Razavi, una académica iraní, propuso un esquema que denominó “el diamante del cuidado” para identificar a los principales actores que participan en la provisión de los cuidados; especialmente de aquellas personas que los requieren de manera intensa y prolongada: el Estado, el mercado, la familia y la comunidad (Razavi, 2007). Pero ¿cuál es el valor que se le ha dado a la comunidad en la organización social de los cuidados?
En su texto original, Razavi menciona que el vértice de la comunidad está conformado por “un grupo heterogéneo de proveedores de cuidados que se denomina de diversas maneras: sector comunitario, voluntario, no de mercado o sin ánimo de lucro”.
Desde esta perspectiva, aquí se ubica a una amplia gama de formas de organización social, con distintos niveles de desarrollo e institucionalidad, que actúan en espacios territoriales específicos. Se reconoce que las organizaciones de la sociedad civil y las religiosas se han encargado de subsanar las necesidades de provisión de cuidados en espacios en los que el Estado ha mostrado sus limitaciones.
La oferta del mercado es inexistente o inalcanzable y las familias, en particular las mujeres, han visto rebasadas sus posibilidades para resolverlas. Sin embargo, el vértice de la comunidad incluye otras formas de organización que no se encuentran institucionalizadas, que no son reconocidas. Me refiero a aquellas que emanan de formas tradicionales de organización, de prácticas locales, costumbres y valores que son comunes en espacios geográficos específicos.
El cuidado comunitario
El cuidado comunitario involucra cooperación y procesos autogestivos, de los cuales se desprenden prácticas colectivas que implican tareas y trabajos específicos que hacen posible el sostenimiento de la vida (Vega et al., 2018; Draper, 2018). Esta forma de cuidado tiene cuatro características:
- Parte de la cooperación, la colaboración, la organización, el sentido de responsabilidad colectiva y la solidaridad.
- Reconoce que el cuidado es parte de la vida y que las personas somos interdependientes.
- Incluye, como actores presentes en las prácticas concretas de cuidado, a las redes vecinales y a los grupos de afinidad política y religiosa.
- Valora y reconoce saberes y conocimientos que provienen de grupos sociales muchas veces subordinados e invisibilizados por el Estado y el mercado (Vivaldo-Martínez y Martínez, en prensa).
En México, podemos encontrar ejemplos de organización comunitaria, tanto en espacios rurales como urbanos que, sin hacer referencia de manera explícita al cuidado, han permitido la sostenibilidad de la vida. Estas formas de organización han atendido necesidades compartidas por los miembros de una comunidad relacionadas con la alimentación, el cuidado del medio ambiente, la enfermedad, el apoyo frente a la muerte, ante desastres, entre otras. Tal es el caso de la kórima en las comunidades rarámuri, la faena, ampliamente practicada en zonas urbanas y rurales del centro del país o los sistemas de cargos, que han evolucionado, pasando de objetivos asociados a la organización de festividades, a formas complejas que aseguran el acceso a servicios públicos y, en algunos casos, a formas no institucionalizadas de seguridad social.
Mirar a la comunidad
Estas formas de organización comunitaria parten de la noción de buscar el bien común y responden a intereses colectivos. Por supuesto, al interior de las comunidades existen desigualdades y tensiones entre sus actores, muchas de ellas se configuran como espacios de resistencia ante los embates cotidianos de un sistema que individualiza los problemas y que piensa al cuidado como un problema que debe resolverse al interior de las familias y, además, por las mujeres. La organización comunitaria puede ser un importante puente de comunicación con el Estado, el mercado y la familia.
La pandemia por COVID-19 representa una oportunidad para repensar las formas de participación que requieren ser fortalecidas y las estrategias que pueden vigorizar a las formas de organización ya existentes. Esto se puede lograr a través de propuestas de acción comunitaria incluyentes, emanadas desde su interior, desde sus necesidades, realidades, problemáticas y recursos que conduzcan a un cambio cultural que abone a la reorganización, redistribución y revalorización del cuidado.
Es fundamental aprender a mirar nuestra interdependencia, vulnerabilidad y fortaleza. Mirarnos en el espejo de lo colectivo, de nuestro territorio, de los espacios que habitamos, en los que soñamos, pensamos y construimos. Mirar y cuidar a la comunidad y desde lo comunitario.
Referencias
- Draper, S. (2018). Tejer cuidados a micro y macro escala entre lo público y lo común. En Cuidado, comunidad y común: experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida (pp. 167-185). Traficantes de Sueños
- Razavi, S. (2007). The Political and Social Economy of Care in a Development Context: conceptual Issues, research questions and policy options. United Nations Research Institute for Social Development.
- Vega, C., Martínez-Buján, R., y Paredes, M. (2018). Introducción. Experiencias, ámbitos y vínculos cooperativos para el sostenimiento de la vida. Cuidado, comunidad y común, 15.
- Vivaldo-Martínez, M. y Martínez, M. (en prensa). Las formas invisibles del cuidado comunitario y sus aportes a la reorganización social del cuidado. En: La década COVID en México. Los desafíos de la pandemia desde las ciencias sociales y las humanidades. Universidad Nacional Autónoma de México.
Marissa Vivaldo-Martínez
Es licenciada en Relaciones Internacionales por la FCPyS de la UNAM, cuenta con estudios de doctorado en Ciencias en Salud Colectiva en la UAM Xochimilco y es especialista en Políticas de Cuidado con Perspectiva de Género por CLACSO. Es profesora de asignatura adscrita a la Licenciatura en Desarrollo Comunitario para el Envejecimiento de la FES Zaragoza, UNAM y miembro del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez de la UNAM. Además, participa en el Seminario de investigación “Sociología Política de los Cuidados” del Instituto Mora.