Lo siguiente tal vez te suene familiar: son las 12 de la noche y recibes un mensaje de WhatsApp preguntándote “una cosa rápida” que termina en dos horas extra frente a la computadora, o un cliente te pregunta si de verdad “es lo menos porque tu competencia es más barata” y accedes para tener el trabajo, o tal vez has dicho tanto que si que no te diste cuenta que un proyecto se ha transformado en una montaña de trabajo sin control y peor aún, sin un ajuste en el precio.

Si esto te ocurre más de lo que quisieras admitir, te tengo malas noticias: tienes un problema poniendo límites. Todo lo que escribo en esta columna está basado en traumas reales; identificar y poner límites claros es una de mis fuentes inagotables de aprendizaje en el camino emprendedor.

“Educación”, “actitud de servicio”, “el precio que hay que pagar por empezar” e incluso algunos mitos culturales alrededor del trabajo y el dinero, son algunos ejemplos de las trampas mentales que nos hacen caer en la misma piedra. A veces queremos que los límites lleguen por generación espontánea o como respuesta a un momento de iluminación y empatía del otro.

Mientras nos contamos ese bonito escenario nos olvidamos de algo fundamental: la única responsable de entender, comunicar y mantener esos límites eres tú. La mayoría de las ocasiones el otro reacciona y se relaciona con nosotras en función de nuestro comportamiento.

Sé que esta es una verdad dolorosa y más allá de ser tu terapeuta por unas líneas me quiero enfocar en la importancia de hacer el trabajo interno necesario. Esta es una situación que requiere mucha introspección y disciplina, sobre todo entender que cuando no ponemos límites razonables no sólo le estamos faltando al respeto a nuestro emprendimiento, también le estamos fallando a nuestra “yo” del futuro.

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Estadísticamente estamos acostumbradas a que sólo se nos reconozcan tres cuartas partes de los derechos legales que gozan los hombres, según datos del Banco Mundial, y es normal que al no tener igualdad de oportunidades, existan fronteras difusas entre lo que aceptamos y lo que no. Sin embargo, está en nuestras manos abrazar la capacidad de agencia que tenemos e ir poniendo los altos necesarios.

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¿Cuáles son los límites más importantes?

Cada una tiene que definir lo que le resulta aceptable y lo que no, casi me atrevo a decir que el propio cuerpo nos lo hace saber con una sensación de incomodidad cuando nos descuidamos. No obstante hay algunos elementos fundamentales a trabajar en todo emprendimiento.

1) Tiempo: Alguna vez te has preguntado ¿cuánto vale una hora de tu vida? ¿Qué estás invirtiendo para hacer espacio a determinada actividad?  Tal vez tengas la tentación de pensar “si mi tiempo es gratis” y lamento romperte la ilusión de millonaria de horas, pero probablemente ese pensamiento es la razón por la que el límite no llega.

Cuando era niña me resultaban fascinantes los “hombres de gris” de Momo, la novela de Michael Ende, que se dedicaban a robar las horas de los adultos; hoy si no pongo la atención necesaria termino el día preguntándome si alguien tomó una foto del hombre de gris que me atacó.  El tiempo es uno de los recursos no renovables más valiosos que tenemos, cada vez que destinamos una hora a determinado proyecto estamos decidiendo dejar de hacer algo más.

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¿Qué hacer? Racionalizar que no puedes regresar una hora perdida, ser meticulosa con la agenda y cuidar la puntualidad de clientes, proveedores y colaboradores. Trata a tu tiempo como si cada segundo fuera oro antiguo.

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2) La dicotomía entre precio y valor: este párrafo resume muchas lágrimas de emprendedora que espero ustedes no derramen. Lo llamo el dilema de “qué es primero, el valor o el posicionamiento”, porque es más común cuando estamos empezando: nos gana la tentación de caer en el regateo del precio y no pensar en función del valor. Un cliente que no puede ver el valor de tu producto o servicio hoy no lo verá si le reduces el precio.

Esa promesa de la “renegociación futura” el “pago con exposición” y el “tendré más proyectos” suele parecerse más a la olla de oro al final del arcoíris, sobre todo porque el problema inicial es que no pusiste un límite.

¿Qué hacer? Ten claro el valor de tu producto, servicio, trabajo. Compara el promedio del mercado, establece un estándar y amablemente responde que la limitante es su presupuesto y no tu valor: “Me encantaría trabajar contigo, entiendo que por el momento mi rango de precios no está dentro de tu presupuesto, espero en un futuro logremos coincidir.” Requiere disciplina similar a dejar el pan dulce, pero lo vales.  

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3) Sobre servicio: Siguiendo con mis analogías coloquiales, piensa que llegas a un restaurante y pides el plato del día pero preguntas si te pueden servir un poquito de camarones, probablemente algo de langosta y ya que estamos en eso, cambiar el agua de jamaica por un Priorat, evidentemente por el mismo precio. Así se ve el sobre servicio y puede ir desde tratar de incluir el envío, hasta toda una línea nueva de acciones que no estaban consideradas.

¿Qué hacer? Cuando pienses tu portafolio de productos o servicios sé muy clara en lo que incluyen y lo que se cobra por separado, mientras más precisión tenga el documento mejor. Ese límite es inamovible.

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Estos tres límites básicos son una buena base para cambiar de mentalidad. Puede ser que algunos clientes decidan dejarte, esa es la señal de “amiga date cuenta” pues en los negocios como en el amor si alguien no está dispuesto a respetar tus límites, ahí no es.

Piensa siempre que un límite bien puesto es un guiño a tu futuro como empresaria y sobre todo que, de lo contrario, es una lección que se repetirá hasta que decidas aprenderla.  

Mercedes Baltazar es internacionalista dedicada a la comunicación estratégica que decidió emprender para contar noticias desde Meraki México,

Twitter: @LaMarimer