Un caso, aparentemente aislado, acaba de sacudir a la Argentina; diez rugbiers pertenecientes al Club Náutico Arsenal de Zárate fueron imputados por el asesinato de Fernando Báez Sosa en la localidad de Villa Gesell. El joven, hijo de inmigrantes paraguayos, se encontraba de vacaciones en la misma discoteca que los jugadores y al tener un pequeño altercado -un par de tropiezos, una bebida derramada... nada trascendente- fue suficiente para que lo golpearan en colectivo, provocándole un traumatismo craneoencefálico al cual no pudo sobrevivir. 

A partir de entonces se han generado diversas discusiones al respecto; ¿la agresividad es  una característica de los deportes de contacto?; ¿es el ambiente de extrema competencia el que provoca ciertas actitudes entre los practicantes?; ¿es peligroso que se exponga a los más jóvenes a ambientes donde la masculinidad tradicional más tóxica es todavía una norma?

Las generalizaciones no sirven de mucho; no hay evidencia estadística que sostenga que algún deporte en específico tenga una correlación directa con crímenes o con actitudes violentas. No obstante, se puede sostener que los parámetros bajo los cuales se entrena a los deportistas de alto rendimiento pueden llevarlos a desarrollar conductas poco sanas para estimular su desempeño deportivo. 

Hace algunas semanas estrenaron en Netflix el documental: “El asesino oculto; en la mente de Aaron Hernández”, que relata la vida personal, los crímenes y el entorno en el que un famoso jugador de una de las franquicias más lucrativas de la NFL (los Patriotas de Nueva Inglaterra). 

El documental permite observar algunas cosas que son importante reflexionar para comprender el fenómeno. 

En un principio, la latente homofobia dentro de los vestidores del fútbol (tanto del americano como del soccer), en el cual los jugadores abiertamente homosexuales suelen ser segregados y señalados constantemente por sus compañeros, entrenadores y todo el entorno, afectándoles su carrera deportiva a tal grado, que prefieren guardar sus preferencias y fingir encajar en ese entorno. Es curiosa esta cuestión porque, irónicamente, el entorno hipermasculino que se vive en dicho ámbito suele estar llena de conductas señaladas como homosexuales sin que sean consideradas así; hace un tiempo un amigo que juega en un equipo de fútbol colegial me comentaba que en los viajes suelen ponerle el pene en la boca a los compañeros que se duermen primero… “pero no es nada gay, eh”, me advirtió después de notar mi cara de asombro. 

En una segunda instancia, el documental da cuenta sobre las exigencias que los clubes tienen para con sus jugadores; las franquicias no privilegian la colaboración y el trabajo en equipo, se enfocan en el espíritu competitivo y el alto rendimiento mediante el control de algunos aspectos de la vida de su personal. Es obvio, cuando los resultados deportivos no sólo traen gloria para el equipo y los fans, sino carretadas de billetes por conceptos de publicidad, transmisión del partido y venta de todo tipo de mercancía, ganar no es sólo una cuestión de excelencia deportiva sino el de una inversión que rinde frutos. Así, se fomenta un tipo de agresividad dentro de las canchas que no es difícil que los jugadores lleven a su vida cotidiana; ese fue el caso de Aaron Hernández y su doble vida como “ejemplo de los niños” que jugaban a ser como él y la vida oculta de drogas y crímenes del cual salió impune en un par de ocasiones. 

Finalmente, es de resaltar el poco interés que se muestra en esos ámbitos por la salud y la seguridad de los individuos que salen a golpearse en el “emparrillado”; en 2017 cerca de mil 800 jugadores presentaron una demanda colectiva contra 32 equipos de la liga por abusar de analgésicos y antiinflamatorios, promediando un aproximado a la semana de 6-7 pastillas o inyecciones. El dolor en el fútbol americano pareciera ser una constante y una consecuencia lógica del rudo trabajo que llevan a cabo los jugadores y la falta de equipo apropiado y las contusiones constantes pueden llevar a desarrollar CTE (Encefalopatía traumática crónica), como la que se descubrió en el cerebro del exjugador de los “Patriotas”, Aaron Hernández, y que pudo haber tenido como consecuencia un severo deterioro cognitivo, depresión, inestabilidad emocional o incluso, abuso de sustancias. No sobra señalar que al final el jugador se suicida dentro de su propia celda. 


El Super Bowl no sólo es uno de los eventos televisados con mayor raiting en el mundo, también es una justa entre deportistas de alto rendimiento que se enfrentan, en igualdad de destructivas condiciones ya que para obtener un anillo de campeón, han tenido que dejar sus preferencias sexoafectivas de lado; tuvieron que ser castrados emocionalmente para poder rendir al máximo y afilar su espíritu de competitividad; fueron drogados -ilegalmente- para poder resistir el dolor constante que implica el deporte en esos niveles y finalmente, tendrán que soportar una vida de secuelas debido a los constantes golpes en la cabeza. 

Analizar estos patrones es fundamental para que los hombres podamos replantearnos y trabajar con ellos; hoy, cuando veo en la transmisión a un rival en el piso y a un grupo de contrarios mofándosele en la cara, no puedo dejar de pensar en el chico asesinado de Villa Gesell y en los diez jovencitos que jamás pensaron que iban a pagar un par de patadas con condenas de varias décadas en prisión; la masculinidad tradicional destruye nuestras vidas y seguimos ávidos por defenderla.