La mutilación genital femenina (MGF), es una práctica que se anida en el pensamiento protector de las tradiciones y la cultura que decide desde el nacimiento de la mujer su papel en la sociedad, su sexualidad y su valor. Una práctica atravesada por el género, la lucha por habitar un cuerpo con libertad, el abandono de las instituciones y su perpetuación en las comunidades por el arraigo de la violencia de género.
200 millones de niñas, adolescentes y mujeres son sobrevivientes de la mutilación genital femenina, según UNICEF, sin embargo, se desconoce de una manera clara el número exacto de las infancias y bebés de 30 países que han vivido este procedimiento en la diáspora. Una de las incidencias más importantes es el aumento poblacional y el nacimiento de mujeres en estas comunidades, lo que proyecta un incremento considerable en los próximos 15 años.
“Es lo que mi abuela llamaba las tres penas de una mujer: el día de la circuncisión, la noche de bodas y el nacimiento de un hijo” (extracto del poema somalí “Las tres penas de una mujer”)
Hablar de la mutilación genital femenina es trastocar múltiples factores que van más allá de la creencia de que es un acto hórrido -pues además, es un pensamiento revictimizante y poco empático con las sobrevivientes-, en entrevista para La Vanguardia, la mediadora intercultural de Médicos del Mundo Aisse Dansoko, señala que las mujeres de estas comunidades perciben la MGF de una manera distinta relacionada a su tradición, por ende, añadir adjetivos a esta práctica es un acto que, desde afuera, no nos corresponde.
En una reflexión respetuosa, es necesario abonar a esta conversación con el género, la disparidad de oportunidades, la violencia económica y el desamparo educativo y de salud que se ejerce sobre estas infancias, explica Aisse Dansoko.
Por ejemplo, uno de los países donde más se practica la mutilación genital femenina es Egipto, donde el 71% de los hombres rechaza que las mujeres sean económicamente activas, según el último reporte del Centro de Encuestas de Opinión Pública de gabinete egipcio (2016). En este país, la MGF es un requisito indispensable previo al matrimonio y tomando a consideración que la mujer no tiene permitido acceder al trabajo ni a la educación, no existe alternativa alguna para su libertad de decisión.
Entender la mutilación genital femenina es un acto que trastoca el contexto social, el patriarcado, los roles de género y la violencia sistémica que deja en total desprotección a las niñas de entre 0 y 15 años.
¿Por qué continúa existiendo la mutilación genital femenina?
Cada una de las comunidades alrededor del mundo que practican la mutilación genital femenina tienen razones específicas en función de sus tradiciones y creencias, sin embargo, se puede encontrar un hilo conductor: la desigualdad de género. Las niñas que sobreviven a la MGF son consideradas de mayor valor en la sociedad, son reconocidas como seres más limpios y con la facultad de ofrecer mayor placer al hombre que las desposará.
El pensamiento machista y violento está profundamente arraigado en esta práctica, que además, condena a las madres que deciden no practicar esta mutilación en sus hijas, pues son acosadas por la comunidad, lo que perpetúa que las mujeres no tengan la oportunidad de decidir sobre el bienestar de sus hijas, afirma el Fondo de Población de las Naciones Unidas. Esta práctica continúa existiendo en nuestros días porque el sexismo, el machismo y la violencia sobre los cuerpos femeninos también lo hacen.
Estigmas en torno a la mutilación genital femenina
Es una práctica exclusiva de África
El pensamiento occidentalizado nos empuja a creer que esta es una práctica lejana y que corresponde únicamente a países africanos. Este argumento conlleva una profunda estigmatización que históricamente, ha mirado con desdén y discriminación a los países de este continente. Según información de la UNFPA, se tiene registro que la MGF se practica en Asia, Medio Oriente, al sur de Europa y en América del Sur, como Ecuador, Colombia, Panamá y Perú.
Querer mirar desde la otredad a la mutilación genital femenina sólo porque se considera, ocurre en África y por lo tanto no es tan relevante en la vida occidental, es un acto de egoísmo.
Se hace porque es más higiénico
El pensamiento de que la vulva es desagradable a la vista, es uno de los motivos primordiales por el que existe la mutilación genital femenina, aunado a esto, se considera que este proceso ayudaría a mejorar la higiene del área y evitar malos olores cuando entren en edad reproductiva. Sobre esto, es necesario cuestionar si los países donde es imperante esta práctica, Egipto (38%), el Sudán (67%), Kenya (15%), Nigeria (13%) y Guinea (15%), garantizan a las comunidades rurales un sistema de salud ginecológico de calidad, a una salud menstrual digna o a un conocimiento de infecciones vaginales y de transmisión sexual.
Es una práctica religiosa que no tiene qué ver con el género
No existe religión que fomente la mutilación genital femenina y tampoco es imperativo de un grupo religioso específico. En realidad, es una práctica que se da indistintamente en la mayoría de las religiones, como por ejemplo, en el islam, cristianismo o judíos etíopes, con esto, se entiende que la MGF no está impulsada por una creencia específica de corte religioso o algún mandato divino, más bien, se realiza obedeciendo a una tradición que exige a la mujer ser sometida a la MGF para reafirmar su valor en la sociedad.
Controla el líbido
Una de las creencias más comunes es que se considera al clítoris como una zona que desata en las mujeres un alto deseo sexual e incluso, puede llegar a crecer tanto que alcanza el tamaño de un pene. La desinformación en torno a los genitales femeninos perpetúa esta práctica y en esta misma lectura, es necesario destacar las dificultades para que ciertos sectores de las periferias accedan a servicios educativos de calidad que sirvan como herramienta para concientizar sobre la reproducción y sexualidad.
No se puede hacer nada porque es una tradición y se debe respetar
Una de los argumentos que salen a colación al momento de hablar de la mutilación genital femenina es cuando se define como una práctica ancestral que tiene un motivo y que no se puede cambiar porque se trata de una cuestión cultural, sin embargo, es imposible estar en contra de una tradición que amenaza el bienestar y la vida de las infancias.
No existe argumento cultural que sirva de escudo para defender un acto violento; la cultura no es estática, muta, cambia y es posible adaptarla. Toda niña tiene derecho a ser protegida y vivir las tradiciones de su comunidad con amor, respeto y libertad.
Lucha en contra de la mutilación genital femenina
Las ONG más importantes, como la UNICEF y ONU, fomentan a través de algunos programas la erradicación de la mutilación genital femenina, por ejemplo, a partir de la educación y la sensibilización en conjunto con los países para intentar eliminar la práctica, aún así, como se mencionó anteriormente, esta lucha no compete únicamente desde la otredad de “querer hacer”, sino de realmente originar un cambio en el paradigma de la violencia de género, de la educación, de los sistemas de salud y de la emancipación laboral de las mujeres.
Observar la MGF como un fenómeno horizontal, no permite erradicarlo y mucho menos mejorar la calidad de vida de millones de infancias que libran una batalla por su vida desde el momento en que nacen.
Es necesario que los países comiencen a empujar políticas públicas en pro de los derechos de las mujeres, que saquen del rezago y las vulnerabilidades a las comunidades que habitan en las zonas rurales y que, de manera paulatina, las comunidades tengan la posibilidad de tener acceso a conocimientos de salud sexual y reproductiva.
Es un trabajo conjunto por parte de todos los miembros de la sociedad; la mutilación genital femenina no es un acto aislado, es el fruto de una violencia sistémica. Aportar a la conversación es visibilizarla, difundir la palabra en los medios, dejar de colocarnos en una posición que mira a lo lejos cómo las infancias del mundo son mutiladas, que nuestra mirada deje de ser eurocentrista y acuerparnos con respeto y sororidad a una lucha que es dolorosa; por infancias libres, amadas y respetadas.