En México y en América Latina, la diversidad de la composición de los hogares ha ido en crecimiento en los últimos años. 

Familias formadas por pareja e hijos; familias extensas donde se ven involucrados terceros como tios, tias y abuelos; hogares monoparentales encabezados por hombres o mujeres; así como parejas que viven en concubinato, o bien, personas divorciadas o solteras, son algunas de las formas en que miles de familias se desenvuelven.

Pero en toda esta diversidad, caemos en cuenta en que las mujeres son las principales víctimas de la desigualdad, sobre todo cuando conforman la cabeza de las familias monoparentales.

Según un diagnóstico de ONU Mujeres sobre el Progreso de las Mujeres en el Mundo 2019-2020, la región de América Latina presenta la mayor tasa de hogares monoparentales del mundo, en el cual, la inmensa mayoría de ellos son hogares encabezados por mujeres, quienes a menudo tienen grandes dificultades para conciliar el trabajo remunerado, la crianza de sus hijas e hijos, y el cuidado de otras personas dependientes.

Los hogares monoparentales encabezados por mujeres, sobre todo en el grupo económico más desfavorecido, continúan expuestos a elevados riesgos de pobreza.

En 2016, la historia de Sol sacudió a la sociedad mexicana, cuando, ante la pobreza en la que vivía, la llevó a terminar con su vida y con la de sus dos hijos menores de edad.

La mañana 30 de agosto de ese año, en Tlajomulco, Jalisco, un olor nauseabundo despertó a los habitantes del fraccionamiento Los Agaves. 

El olor provenía de la casa de Sol, una mujer de 35 años, madre soltera de dos hijos, Alberto de 14 y Oscar de 7.

Sol era una mujer trabajadora “pero no le alcanzaba”. Ganaba en promedio 800 pesos a la semana, como empleada en una maquiladora de material electrónico en su nuevo trabajo,

Ella era el sustento de sus dos hijos. Su esposo la había abandonado y le heredó una deuda de 300 a 600 pesos mensuales como parte de un crédito. Sol tenía visitas constantes de abogados que querían echarla de su casa. Y sin otra solución, tuvo la certeza de que lo mejor era terminar con su vida y la de su familia.

La historia de Sol no sólo conmovió a los jaliscienses, sino que visibilizó el papel de la mujer cuando se convierten en el sustento de una familia, y factibilidad para caer en el peor panorama de pobreza en el país.

El nivel de vulnerabilidad para las mujeres incrementa tras el abandono económico y la falta de una figura paterna.

Con frecuencia, las pensiones alimentarias que reciben las madres de los padres de sus hijas e hijos son insuficientes, y la probabilidad de retrasos o suspensión en los pagos es muy alta. 

En 2016, la CNDH señaló que en México una de cada tres familias es monoparental; pero 67 por ciento de las madres solteras no recibe pensión alimenticia y sólo una tercera parte tiene acceso al recurso necesario para alimentar a sus hijos.

En países de América Latina como Colombia, por ejemplo, tan solo el 28 por ciento de las madres que tenían la custodia de sus hijas e hijos recibieron pensiones alimentarias en 2008; sin embargo, en los casos en que sí las recibieron, las pensiones redujeron la pobreza del hogar.

Es posible que, para poder recibir apoyo estatal, las madres solas (en custodia de sus hijos) tengan que demostrar su imposibilidad de recibir pensiones alimentarias por parte de los padres. Una investigación sobre las madres solas en el Caribe reveló diversos motivos por los que no querían acudir a los tribunales para tratar de obtener pensiones alimentarias de sus exparejas. Entre las razones esgrimidas figuraban, por ejemplo, el tiempo, la energía y demás recursos necesarios para presentar una solicitud, la vergüenza que les causaba dicha situación, la probabilidad de sufrir acoso o violencia a manos de su expareja, o la frecuente irregularidad en los pagos.

Frente a este panorama, las desigualdades vuelven a poner en riesgo la dignidad de las mujeres en esta situación; sin embargo, las cifras no logran disminuir en los matrimonios forzados de niñas y mujeres jóvenes y los embarazos no deseados.

El informe de ONU Mujeres demuestra que el matrimonio infantil y la cohabitación antes de los 18 años sigue construyendo problemas significativos: un 24. 7 por ciento de las mujeres señala haberse casado o haber cohabitado con una pareja antes de los 18 años, lo que representa un incremento en comparación con el 23.5 por ciento registrado hace 25 años.

En cuanto a los embarazos, la cifra es peor. América Latina y el Caribe tiene la segunda tasa más alta de embarazos adolescentes a nivel mundial. 

El 18.2 por ciento de las mujeres de 20 a 24 años de edad dieron a luz antes de cumplir los 18 años. En el caso de las mujeres que viven en mayor pobreza, la cifra se eleva hasta el 30 por ciento. 

Ante las cifras de desigualdad, poco a poco las mujeres han sobresalido en la participación laboral pese a sus condiciones, en las últimas décadas.

América Latina y el Caribe es la región en la que se observa el mayor aumento en la participación laboral de las mujeres de entre 25 y 54 años de edad en las dos últimas décadas (del 57 % al 67%).

Este incremento se dio de una manera sumamente estratificada, ya que las mujeres más pobres registran tasas de participación mucho menores que las más ricas.