A unos días del polémico Halloween, que unos rechazan y otros celebran con singular alegría y divertidos disfraces, es pertinente hablar de un libro que desmitifica a uno de los personajes más recurridos en estos días: las brujas.
Esas mujeres, ancianas en su mayoría, malvadas, feas, gordas, con poderes sobrenaturales, que viajaban en escobas, las villanas que nos vendieron los cuentos de hadas.
Bueno, pues resulta que hace unos años me encontré con una investigación de Norma Blázquez Graf, filósofa, especialista en ciencia y género, titulada El retorno de las brujas. Incorporación, aportaciones y críticas de las mujeres a la ciencia, en la cual explica quiénes fueron estas míticas mujeres y cómo sus conocimientos fueron quemados por la misoginia.
Antes de que existiera el término bruja como tal, en el siglo XIV las élites cultas de Europa se referían a la hechicera, como “mujer curandera y sabia con el poder también de hacer un maleficio”. Las hechiceras, además de sanar, podían provocar diversos males sobre las personas, animales o cosas, mediante el uso de hierbas y rituales, valiéndose de dones mágicos.
La hechicería es una idea muy antigua de origen popular, grandes sectores de la población la practicaban junto con la adivinación y la curación, siendo conocida como magia baja. Existía también la magia alta o culta, a la cual pertenecían la astrología, la alquimia y la nigromancia, la cual era apoyada por clero, los médicos, es decir, las élites. La magia culta se podía practicar sin problema y fue la que dio lugar a la ciencia moderna, pero la magia de las clases bajas no corrió con la misma suerte y era perseguida.
Con el tiempo, el significado de hechicería fue cambiando y se incorporó la idea teológica de que los males causados se debían a que las hechiceras tenían un pacto con el diablo, quien les concedía poder, fue así como empezaron a llamarlas brujas. Asimismo, la leyenda fue alimentada por las tradiciones populares de países europeos donde la gente creía en espíritus femeninos que volaban junto con las almas de lo muertos.
Estas historias no fueron del agrado de las élites intelectuales que pensaban que eran supersticiones paganas que alejaban a la gente de la verdadera fe. Otras tradiciones como las ceremonias de fertilidad les dieron connotación de hechicería, como el Sabbat o aquelarre, que consistía en reuniones nocturnas en prados, donde se renegaba de Dios, había música, comida y orgías, asociándose así a las brujas con el placer y libertinaje sexual.
Todo esto originó la satanización y condena de las tradiciones populares, las mujeres dedicadas a la magia baja fueron consideradas como sospechosas de practicar la hechicería, pues si sabían curar, sabían dañar.
Una vez que, según las élites poderosas, quedó claro que las brujas eran sirvientas del diablo, comenzó la llamada Cacería de brujas, donde miles de personas fueron perseguidas, juzgadas y castigadas por el delito de brujería.
La persecución de brujas se produjo en medio de grandes cambios sociales como las epidemias de peste del siglo XIV y gran crecimiento demográfico en el siglo XV.
La colonización o dominación cultural fue una forma de dominación política y al impedir prácticas, como la brujería, se consiguió controlar a la población y consolidar naciones con mismas creencias, valores y conductas.
En esta etapa hubo dos tipos de normas contra la magia: la eclesiástica, que imponía penas por considerar las prácticas mágicas como causantes de daños y ofender a Dios; y la civil, que establecía castigos sólo por daños o maleficios.
Los métodos para perseguir a las brujas se fueron transformando, primero las combatían con remedios mágicos para combatir los maleficios, luego introdujeron la acusación y la violencia, que incluía linchamientos, hasta llegar a los castigos legales por parte de jueces eclesiásticos y civiles que hicieron uso indiscriminado de la tortura.
La cacería de brujas fue un fenómeno que atentó en su mayoría a mujeres y aunque los estudios hechos sobre este tema se han perdido o están incompletos, los materiales conservados dejan ver que el género femenino fue el más afectado.
Los datos más confiables establecen alrededor de ciento diez mil acusaciones o procesos de brujería y sesenta mil ejecuciones, de esos totales se puede establecer que las personas procesadas fueron predominantemente mujeres, en un 75% de los casos en la mayor parte de Europa y en países como Inglaterra, Bélgica y Suiza, fue superior al 90%.
La persecución de brujas fue ante todo una persecución de mujeres con grandes elementos de misoginia, pues a través de medios legales se contralaba su cuerpo y su sexualidad, su independencia, su lucha en el plano económico por apoderarse de sus propiedades, además de ser abusadas sexualmente por jueces y torturadores.
Para las élites religiosas, políticas y cultas, las mujeres representaban una amenaza por las actividades que realizaban.
Y es que estas mujeres acusadas de brujería generalmente tenían un oficio derivado del desarrollo de conocimientos propios, así tenemos que había cocineras, perfumistas, curanderas, consejeras, campesinas, parteras o nanas.
Las perfumeras, por ejemplo, sabían distinguir plantas y sus etapas de crecimiento, desarrollando técnicas químicas de destilación usadas por los alquimistas.
Las curanderas eran respetadas en sus pueblos, recurrían a diversos remedios naturales con hierbas. Sin embargo, estaban expuestas a ser acusadas de practicar la magia porque “si podían sanar, podían dañar”. Varios estudios revelan que muchas mujeres procesadas eran en realidad curanderas.
Hasta el siglo XVIII, en el que los hombres comenzaron a atender partos, esta tarea era realizada por mujeres, las cuales podían ser acusadas de brujas por causar la muerte de recién nacidos. Además, la Iglesia las atacaba por ejercer un poder y conocimiento sobre la fertilidad, la concepción, el embarazo, el parto, la impotencia y abortos, además, podían hasta administrar anticonceptivos. Eran consideradas el peor tipo de brujas porque ofrecían los niños al demonio.
Las nodrizas, mujeres encargadas de alimentar hijos ajenos, fueron acusadas de brujería por conflictos entre madres y asistentes. Las nodrizas eran blanco de acusaciones sobre las enfermedades que pudieran contraer los niños.
Con esta investigación, Norma Blázquez demostró que las mujeres eran depositarias y creadoras de conocimiento en diferentes campos. Del siglo XV al XVII, las mujeres desarrollaron ideas que se oponían a otros conocimientos.
“Mi propuesta es que en los procesos de brujería no sólo se perseguía a la magia o a las mujeres, sino a la magia de las mujeres, y que una de las principales razones para perseguirlas era una intolerancia a los conocimientos relacionados con la sexualidad y la vida que dominaban y practicaban desde épocas ancestrales, y que era necesario controlar”.
Los documentos que presenta este libro permiten observar el miedo que despertaba en los hombres (médicos, sacerdotes, predicadores y jueces) la actividad femenina ligada al conocimiento.
La cacería de brujas coincide en el tiempo con el periodo en el que surge la ciencia, lo que origina dos fenómenos: por una parte, la destrucción de una línea de conocimiento, el de las mujeres y, por otra, el nacimiento de otra forma de conocimiento que acompañaría el desarrollo de la civilización occidental, que surge con una marca distintiva: la ausencia de mujeres.