*A mí la RAE me da igual, y que si digo cuerpas y no “cuerpos femeninos” es porque nos urge mencionarnos a nosotras mismas.

 Empecemos por un hecho contundente: Los espacios públicos son tan nuestros como de cualquiera (de cualquier hombre, es lo que quiero decir) y tenemos tanto derecho a ocuparlos con tranquilidad y seguridad como cualquiera (cualquier hombre, de nuevo). Esto debería ser algo evidente y sencillo, pero no lo es.

Resulta que las mujeres, cuando vamos por la calle, estamos en peligro; en peligro de que alguien más (usualmente un hombre, pero no necesariamente) decida que al estar en un espacio público, nos convertimos también en un ente público, al que se tiene derecho de ocupar, de increpar, de tocar y de violentar. Resulta también que las mujeres, aunque vayamos en pares o en grupos, cuando estamos en el espacio público vamos “solas” si no vamos con un hombre. El masculino que marca y protege a las hembras de la manada, “éstas son mías, nadie las toca”. Lo mismo pasa cuando en el bar nos invitan una copa y un “no, gracias” es insuficiente, pero el “tengo novio” provoca un alejamiento inmediato; la mujer ajena no se toca, es la mujer “sola” la que es pública, es de todos, es del más vivo, del que la atrape primero. Si no quisiera que la cazaran, no saldría de su casa, donde pertenece.

Resulta también que las mujeres, aunque vayamos en pares o en grupos, cuando estamos en el espacio público vamos “solas” si no vamos con un hombre.

Es en la casa, en el espacio privado, el espacio familiar y acogedor donde la mujer debiera existir, nos recuerdan. En ese útero social donde sólo hay dos posibilidades: la mujer-madre y la mujer-hija. Su rol y su función está claramente definida: los cuidados, el amor, la femineidad, la crianza, el aguante, la abnegación. Si su marido le pega, por algo será, algo habrá hecho, eso son cosas de ellos, no te metas en asuntos de pareja, es violencia intrafamiliar, no es nuestro problema.

Las mujeres que calladitas se ven más bonitas pero que de pronto y de forma incomprensible para todos esos hombres buenos (y señoras buenas) deciden abandonar el hogar y salir a la calle, ocupar espacios que, les dicen, no les corresponden. Esas mujeres que van provocando y luego ya ven lo que les pasa; que andan de busconas, que bien que querían. Si no quisieran que las acosaran, que las tocaran, que las violaran, ¿por qué estarían en las oficinas de los hombres, en las fábricas de los hombres, en los bares de los hombres, en las plazas, en las calles, en el espacio de los hombres? Sólo hay un tipo de mujer que se siente cómoda en las calles, la Mala mujer. Y la Mala mujer no merece respeto porque no sabe su lugar, hay que enseñarle.

Un cuerpo de mujer en el espacio público es siempre escandaloso, es político, es poderoso. Una mujer ocupando un espacio que la sociedad le dice que no le pertenece y que ocuparlo es jugarse la vida es siempre resistencia y activismo. Resistir con nuestros cuerpos en el espacio público es luchar contra la violencia que nos imponen ¿No son nuestros cuerpos a los que tocan y violan y torturan y asesinan? ¿No son entonces nuestros cuerpos los que deben ocuparlo todo? Cuerpos que tiemblen de rabia y no de miedo, cuerpos que se cuidan, cuerpos que sanan, cuerpos libres ocupando el espacio al que también tienen derecho.

Un cuerpo de mujer en el espacio público es siempre escandaloso, es político, es poderoso

Este 9 de marzo, quienes puedan parar, paren. Pero yo no quiero ver un país sin una mujer en las calles, quiero ver en las calles una marea de cuerpas, de mujeres “solas”, de tribus femeninas, de sororidad. Ocupemos las vías para criar, para sanar, para contarnos nuestras historias y conocernos. Ocupemos las plazas para movernos libremente, para escucharnos, para debatir de lo que podemos hacer y lo que ya no estamos dispuestas a permitir. Que nunca más nos digan que ese no es nuestro lugar, que estamos fuera de lugar, que no pertenecemos a la esfera pública, que nuestro espacio es dentro, invisibles, irrelevantes, calladas, muertas… nunca más, a ni una más.

*Graciela Rock Mora es mexicana viviendo en Barcelona. Con estudios en política pública, desarrollo y género, vive añorando su regreso a México y poder comer gorditas en el mercado de Mixcoac. Mientras tanto trabaja, cambia pañales y les enseña de feminismo a sus hijas. En sus ratos libres, hace el vermú y no la guerra.