Nuestra sociedad se identifica como un sistema patriarcal, en donde las mujeres han enfrentado múltiples desventajas en diferentes aspectos de la vida, tanto en el ámbito público como en el privado. En dicha circunstancia, las mujeres son un símbolo de vulnerabilidad, de debilidad y, por lo tanto, de sumisión, en donde podemos identificar una dominación masculina en la que se ejerce violencia, basada en su cosificación.

En ese sentido, el sistema patriarcal premia esta clase de conductas en diferentes espacios de la sociedad. Uno de ellos es la narcocultura, fenómeno que surge de considerar al narcotráfico como un medio de vida, que, como actividad ilícita se caracteriza por hacer una exaltación de la violencia en el sentido amplio de la palabra. La narcocultura propone un estilo de vida que sale de las normas jurídicas, llevando a las personas que realizan esta actividad a vivir en una sublimación de la violencia.

Las mujeres son vistas como un objeto en la sociedad patriarcal y sufren diversas afectaciones en su integridad, por lo que en el ámbito de la narcocultura (en donde la violencia premia) las mujeres son violentadas a través de diferentes mecanismos.

Los tipos de violencia son distintos, algunos son aceptados culturalmente o normalizados mediante construcciones culturales que establecen roles para cada género con tareas y características determinadas; formando la imagen de masculinidad o de feminidad vigente, tal como el ideal a perseguir.

Estas diferencias de género están presentes en el fenómeno de la dominación masculina, dado que los hombres con mayor poder, estatus, privilegio, dinero y otros recursos materiales, tienen mayor capacidad de dominio sobre otros hombres y por supuesto, en las mujeres.

¿Cómo opera la narcocultura en las mujeres?

Este modelo de dominación, basado en la cosificación de las mujeres, es apropiado por la narcocultura, en el cual se distinguen algunos grupos de mujeres: las víctimas directas, aquellas que se encuentran involucradas en la trata de blancas y/o  las que son robadas por los capos del narcotráfico para posteriormente, y sólo en el mejor de los casos, formar parte del grupo conocido como “las mujeres del narco”. Estas mujeres son sus esposas, hijas, parejas, amantes, y finalmente las conocidas como “buchonas”, que son aquellas que hacen uso de su belleza para ingresar a este mundo relacionándose con hombres del narco. Por lo tanto, en la narcocultura, se resalta la figura de “mujer decorativa” o “mujer trofeo”.  Las mujeres son juzgadas por su aspecto físico y manipuladas a partir de diversos mecanismos tales como la violencia sexual, física y psicológica. En el caso de las esposas y las buchonas, la cosificación puede ser consentida por las propias mujeres quienes, voluntariamente aceptan el sometimiento ya sea por dependencia emocional, acercamiento al mundo de los placeres rápidos, derroche y ostentosidad e incluso por necesidad económica. Pero lo que subyace a estas razones, es que estas mujeres se encuentran presas del sistema patriarcal que las coloca en un estado de sumisión.

Los atributos de las mujeres se revalorizan y se encasillan únicamente en su belleza, sensualidad y figura corporal cercana al “tipo ideal de mujer”, con curvas prominentes. Algunas mujeres son enaltecidas en círculos sociales con información transmitida en su entorno por los medios de comunicación, como es el caso de las mujeres de Sinaloa.

Por lo que las mujeres son capaces de someterse a diferentes procesos de transformación de sus cuerpos para cumplir las expectativas estéticas que la narcocultura impone, incluso llevar a cabo tareas encaminadas a favorecer el tráfico de drogas; tal es el caso de “las mulas”, que, en algunos casos, consienten dicha violencia. 

La modificación de ciertos “códigos” como el del respeto a la familia y visiones dentro de la narcocultura ha mermado la integridad de las mujeres y aumenta su vulnerabilidad. Los homicidios en contra las mujeres se han acrecentado y una parte de ellos es perpetuado por hombres en venganza o castigo hacia otros hombres, de esta forma disponen de la vida de niñas y mujeres.

Sin duda alguna, la narcocultura y la dominación que ejerce hacia el género femenino son formas de violencia y de cómo las identidades de género y sus relaciones se moldean a partir de los espacios, valores, visiones y roles del narcotráfico. El rol de madre-esposa indudablemente pesa en la cultura mexicana en el que muchas veces las mujeres se sacrifican por los hombres y sus hijos e hijas, pero principalmente en este rol de pareja del narcotraficante, las mujeres buscan llenar las expectativas de los hombres para lograr sobrevivir.

Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten.

Tania Lizbeth Meléndez Elizalde

Twitter: @MelendezTania20

Socióloga, Maestra y Candidata a Doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Docente en la carrera de Sociología en la FES Aragón UNAM. Líneas de investigación: Sociología de la Familia, Sociología de la Religión, Perspectiva de Género, Cambio social y cultura.

Brenda Cervantes Popoca

Twitter: @brendastrictly

Egresada de la carrera de Sociología en la FES Aragón UNAM. Interés en temas de narcotráfico y perspectiva de género.  Realiza su servicio social en el Centro de Estudios de Derecho e Investigaciones Parlamentarias de la H. Cámara de Diputados.

En proceso de elaboración de tesis de titulación enfocada en el tema de medios de dominación masculina sobre las mujeres en la narcocultura.