El jazz, como muchos otros géneros musicales, es considerado un género en su mayoría masculino, regido por normas patriarcales y distinciones muy marcadas de raza y género. Lo cierto es que las mujeres, en su mayoría afrodescendientes, fueron pilares fundamentales para consolidar este género musical.

Desde la consolidación del jazz como género musical, las mujeres han sido participes de esta industria artística, no sólo como cantantes, sino también como instrumentistas. Figuras como Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Nina Simone se han vuelto íconos que evidencian la participación e influencia que tuvieron las mujeres en el éxito de esta vertiente musical.

El momento de mayor auge femenino se dio a partir de los años treinta y cuarenta, periodo en el que las mujeres ocuparon puestos laborales para los que jamás se les había considerado, gracias a que los hombres fueron llamados al frente durante la primera y segunda Guerra Mundial. En este periodo el número de mujeres, cantantes e instrumentistas, dentro de la industria musical no tuvo precedentes, aunque no se puede ignorar que dicho aumento vino acompañado de la cosificación y sexualización de las artistas, siendo muchas de ellas hostigadas sexualmente durante sus conciertos.

Durante este contexto surgió un nuevo estilo dentro del Jazz, conocido como Bebop, una corriente propiamente del jazz negro que se insertaba en una generación que rechazaba los ideales promovidos durante la guerra, como el racismo y la misoginia.

La posguerra significó para las mujeres jazzistas, otro momento de rebelión y lucha, debido a que, con el retorno de los hombres a la vida cotidiana, se les dijo que era hora de que regresaran a ocupar sus labores tradicionales dentro de sus hogares como amas de casa y madres de tiempo completo. Muchas artistas se negaron a renunciar a sus carreras, así que a la par de su vida en los escenarios cumplían con sus “obligaciones” en el hogar.

Cada una de las mujeres jazzistas en este periodo cuenta con una historia de lucha y fuerza que las llevaron a ser reconocidas y recordadas hasta nuestros días. Por su parte, Ella Fitzgerald creció sin sus padres en el barrio de Harlem, Nueva York, teniendo que luchar contra su propia torpeza y falta de estilo sobre el escenario, según muchos críticos de la época, para poder mostrarle al mundo su poderosa voz, hasta convertirse en la primera mujer afroamericana en ganar un Grammy en 1958.

En el caso de Billie Holiday se sabe que fue violada y explotada en un burdel desde los 10 años, soportando el racismo de la sociedad lo que la llevó a refugiarse en las drogas. A pesar de eso grabó alrededor de 200 canciones y logró cantar junto a Louis Armstrong. Su tema Strange Fruit fue considerado la mejor canción del siglo XX por la revista Time en 1999.

Otro de los iconos más grandes, Nina Simone era todo lo que incomodaba a la sociedad estadounidense en esa época: mujer, afroamericana y activista. Al utilizar su talento para crear un legado de liberación y empoderamiento se ganó el apodo de ‘Alta Sacerdotisa del alma’ con el que se le conoce hasta nuestros días.

Estas tres mujeres son sólo algunas de las principales figuras femeninas dentro de la historia del jazz en Estados Unidos, ellas junto con todas las jazzistas, ayudaron a que la música rompiera con múltiples barreras de desigualdad, como el racismo y el sistema patriarcal que dominaba su entorno y son recordadas el día de hoy como modelos a seguir para todas las mujeres dedicadas a la industria musical.