El campo de las ciencias duras es un espacio masculino, señalan diversos estudios. Los análisis respecto a la predominancia de los hombres en el campo de la ciencia señalan que esto se debe a los juegos de la infancia, a una consigna de género y/o a un rechazo de la mirada femenina en la ciencia.

Datos de  la Organización de las Naciones Unidas para la Educación (Unesco) señalan que 35 % de las disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemática) son ocupadas por mujeres. Esto lo atribuye a los estereotipos de género, ya que estos espacios se han considerado masculinos.

Un artículo académico de Liliana Vargas Moroy sitúa el rechazo de las mujeres en el campo de la ciencia en el siglo XVII, con Robert Boyle, a quien se le considera el fundador de la ciencia moderna. En sus apuntes, el científico relata cómo un grupo de mujeres irrumpió una de sus demostraciones con bombas de vacío, para evitar que los pájaros fuera sacrificados y murieran asfixiados.

Dicho relato está plasmado en la pintura del inglés Joseph Wright de Derby, titulado “Experimento con un pájaro en una bomba de aire”.

 

“Las damas interrumpieron el experimento pidiendo que se soltara el aire para rescatar a los pájaros (…) para evitar este tipo de dificultades, los hombres se reunieron por la noche con el fin de llevar a cabo el procedimiento y dar testimonio de los resultados”, interpreta la investigadora Haraway de las anécdotas de Boyle.

Este acontecimiento sería un parteaguas para las mujeres y la ciencia, donde la sensibilidad y empatía (señaladas por Boyle como femeninas) fueron acalladas y sacadas del laboratorio. Se podría decir, como apunta Monroy, esto implicó que las mujeres fueran relegadas del espacio público y civil, donde las emociones quedan excluidas.

A raíz de Boyle se fue creando una propuesta discursiva donde había una prohibición a los sentimientos. Este modelo científico marcó una distancia con el objeto, que para la física, escritora y feminista Fox Keller corresponde a una creación “masculina” de hacer conocimiento.

En su libro Testigo Modesto, la investigadora Donna Harway cuenta que las mujeres podían mirar una demostración, pero no atestiguarla. Esta forma de “hacer ciencia”, ha sido criticada por las feministas, entre ellas Sandra Harding quien señala que “las mujeres han quedado excluidas de los procesos de definición de la cultura y han sido concebidas como ‘lo Otro’”.

En su artículo De testigos modestos y puntos cero de observación: las incómodas intersecciones entre ciencia y colonialidad, a modo de conclusión, Vargas señala que la recuperación de los conocimientos de los “otros”, en este caso las mujeres, es una tarea impostergable dentro de la crítica feminista.

Si quieres leer el artículo completo de Liliana Vargas, aquí te dejamos el PDF: