Mi madre falleció hace apenas unos tres meses y medio. Me he preguntado si mi madre, en realidad, fue una feminista sin estar muy consciente de ello. Ella era crítica con muchas expresiones del feminismo moderno pero coincidía conmigo en la importancia del momento histórico por el que atravesamos. Sin que ella se considerase a sí misma como una amazona, guerrera, luchona ni mucho menos, al cabo del tiempo he llegado a la conclusión de que sí lo era. No se daba cuenta, pero en la convivencia del día a día ella era una mujer libre, feliz, romántica y noble que fue un gran ejemplo para muchos de nosotros.

Educadora de profesión, excelente estudiante, siempre se dedicó a la enseñanza privada en la escuela donde yo fui tremendamente feliz: el CIE, Centro de Integración Educativa, fundada por jesuitas por allá en los años 70 del siglo pasado. A su paso, enseñó a innumerables generaciones diversas materias a nivel de primaria. No obstante, más allá de la transmisión de conocimientos objetivos a sus alumnos, ella imprimía en sus clases una serie de cuestiones formativas involuntarias que al cabo de los años sus hoy ex alumnos (muchos de ellos amigos míos) valoran como un tesoro maravillosamente intangible. Sin proponérselo inculcaba valores hacia nuestro país, el cuidado de los animales, la tolerancia y la vigencia de los derechos humanos. Eso mismo me enseñó en casa.

Vivir con ella era una experiencia maravillosa. Poseía una enorme fortaleza física y espiritual; lo mismo cocinaba deliciosamente que me enseñaba cosas que no se aprenden en los libros, siempre con un carácter fuerte, un poco flemático, típico de la hija de un polizón asturiano como lo fue mi abuelo Lino (sin duda la figura más trascendental en la vida de mi madre).

En cuanto a su amor hacia mí, siempre fue incondicional, no había día que no bromease conmigo. Me corregía como si fuera un niño y yo reía siempre en mis adentros. Siempre preocupada porque fuera penalista solía decirme “hijo, ¿por qué no mejor te dedicas a los divorcios?” Yo reía de nuevo y le explicaba mi enorme amor por la ciencia penal. Cuando era niño me decía que podía dedicarme a lo que yo quisiera, siempre y cuando no eligiera la profesión de torero o corredor de coches. Yo le argumentaba que cumplí con su mandato.

LOS RECUERDOS

En cuanto a si mi madre fue una feminista o no lo fue, ya he mencionado que tal vez ella lo era pero sin ser muy consciente de ello. Cuando era pequeño, por ejemplo, recuerdo que ella y mi padre siempre me dijeron que nunca debía golpear a una niña, jamás, estaba totalmente prohibido, incluso si una niña me pegaba a mí yo no podía responder; en términos kantianos, la sentencia de mis padres fue un imperativo categórico que hasta la fecha recuerdo. A lo largo de toda mi vida he cumplido, también, con este mandamiento contundente, y hoy, como hombre, me siento muy orgulloso de ello. Ella tenía la fuerza para mantener toda la casa en los tiempos de vacas flacas, trabajó incesantemente (en toda su vida laboral solo la vi faltar a clases unas tres veces por cuestiones de salud). Era increíble. Llegando de trabajar nos cocinaba maravillosas obras de arte que se comían, una deliciosa mezcla entre comida mexicana y española. Hoy que yo cocino para mí mismo echo de menos sus platos mañana, tarde y noche.

Los viernes al caer la tarde, y una vez cumplidas nuestras labores, solíamos hacer lo que ella llama “bohemias”, término que hoy ha trascendido a todos mis amigos. Estas reuniones semejantes a los aquelarres de una gitana consistían en tomar unas copas y escuchar música: juntos, madre e hijo. La pasábamos tan bien que muchos amigos buscaban incorporarse a estas maravillosas fiestas. Siempre fue un ritual, una recompensa que reservamos para nosotros. Sus favoritos eran Alejandro Fernández, Roberto Carlos, Julio Iglesias, Los Beatles, Queen, y Los Bee Gees. Al principio, hace muchos años cuando comenzamos las bohemias yo le fui enseñando a Sabina, Eric Clapton, Aute y Mecano. Así, poco a poco ella fue haciendo suya esa hermosa música que a mí tanto me sigue gustando. En fin, que la pasábamos en grande quiero decir.

Mi madre fue mágica, su muerte nos dejó heridos a muchísimas personas; no obstante, vivió libre, guapa y alegre. Su vida éramos su familia. Para mí como ateo enfrentar su muerte ha sido especialmente complicado. El racionalismo extremo que profeso no me permite elevar con facilidad mis creencias hacia lo inefable. ¿Mi madre fue feminista? Hoy digo que sí, e hizo una gran labor al formar a sus hijos en valores que hoy son fundamentales en nuestras vidas. Nunca olvidaré su amor a la naturaleza, su intolerancia a la violencia y sus bromas acerca de los libros tan crudos que suelo leer.

Estos pequeños comentarios que me conmueven son solo una pizca de todo lo que viví al lado de mi madre Carmen Tamés Millán. Va por ti madre, y nos vemos en la próxima noche bohemia…

*Gilberto Santa Rita Tamés es doctor en Derecho, Facultad de Derecho. Universidad de Sevilla.