María tan sólo tenía 7 años cuando inició la violencia que le dejaría marcas para toda la vida, su padrino le motro pornografía durante varios años de su infancia y a los 11 años la violó por primera vez, cuestión que no se detuvo hasta que ella se emancipó, a los 26 años. Su agresor vivía en su propia casa, le regalaba todo lo que pedía y la llevaba a pasear los sábados por la mañana. El hombre que hoy enfrenta una sentencia de 15 años de cárcel, condenó a su víctima a crecer sola y guardando un doloroso secreto. Esta es la historia de María y su lucha contra las secuelas del abuso. 

Hablar del abuso en voz alta

Actualmente María tiene 40 años, prefiere no dar su apellido. Un buen día no soportó más y dijo en voz alta por primera vez el abusó que sufrió por parte de su tío y que también fue ejercido contra su hermana gemela durante años. Contó que la violencia después se centró unicamente en ella, a María la agredía,  la grababa en vídeo y la extorsionaba, contó que la obligó a mantener relaciones sexuales con otro hombre y que se volvió una experta en fingir que estaba bien cuando era imposible estar peor. 

Días después se reunió con su familia, abrazó a su hermana, hablaron por primera vez de lo que ambas sufrieron. Y denunció. En todo el proceso se ha sentido respaldada por su familia.

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Eduardo de la Cruz, como se llama su tío, fue sentenciado a 15 años de cárcel por un delito continuado de agresión sexual con intimidación y acceso carnal. Además le ha impuesto durante 15 años una orden de alejamiento de 500 metros respecto a María, a quien debe pagar una indemnización de 200.000 euros. Su padrino aseguró durante el juicio que las relaciones fueron consentidas, a partir de los 16 años. 

El inicio del abuso

Tenía siete años cuando su padrino llevó a sus sobrinas de excursión. “En un momento, se hizo a un lado y nos enseñó los genitales”, recuerda María.  “Me amenazaba con que iría a un internado si lo contaba”, agregó. 

Durante tres años las llevó al departamento de un amigo para mostrarles pornografía:

“Nos enseñaba revistas porno y nos hizo entrar a una habitación pequeña donde jugamos a las enfermeras, nos obligó a tocarle, una primero y otra después”, recuerda. “Con 11 años me penetró por primera vez y a partir de ahí las violaciones se convirtieron en algo rutinario. A mi hermana ya no le hacía nada y eso me tranquilizaba. Ella se había negado y la echó a un lado, empezó a ignorarla. Yo estaba como paralizada. Me amenazaba con que iría a un internado si lo contaba, me decía que no me iba a creer nadie, que me echarían de la familia”.

El agresor vivía con su esposa en el piso de arriba. Aunque tenía una entrada independiente siempre convivían entre familia. El padre de María estaba enfermo y ella tenía que subir a estudiar. 

“Aprovechaba cuando su mujer no estaba y me llamaba. Grababa películas porno del Canal + y me las ponía. Ahí aprendí a mirar la tele sin verla, centrándome en un punto fijo, sin procesar nada más”.

La obligaba a ver los videos en que la violaban

A los 12 años la obligó a tener relaciones sexuales con otro hombre. “Se había comprado un barco, me llevaba allí y me obligaba a mantener relaciones sexuales con él” cuenta María. El tío grababa las violaciones y posteriormente la obligaba a ver las escenas.

“Lo que más recuerdo es la soledad. Me hablaba mal de mis padres, de mi hermana, de mi tía. Me decía que yo era una privilegiada. Me amenazaba. Asumí que tenía que vivir eso, era incapaz de parar esa situación”, dice. “Hizo que solo pudiera confiar en él, aunque fuera una mierda”.

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Otra forma de mantenerla cautiva en su juego perverso era sobornando, le regalaba todo lo que pedía y le daba tabaco. Aprendió a autolesionarse para evadir el dolor y para sentir que tenía el control. 

Creció como si existieran dos versiones de ella, la María que veía todo el mundo y laque solo veía su tío. Estudió psicología, comenzó a trabajar y un día, tras la muerte de su padre, dijo a su familia que se marchaba. Tenía 26 años.

El fin de las agresiones

Al mudarse a su nuevo departamento se acabaron las agresiones sexuales. No le gustaba volver a casa, le paralizaba la simple idea de encontrar a su agresor “Era como si volviera a ser una niña delante de él, afirma. 

Diez años después habló por primera vez frente a su familia, se enfrentó a su padrino y lo acusó de destrozarle la vida.

“Parte de mi autodestrucción fue a través de trastornos alimentarios. No he tenido amigos de verdad hasta ahora. No podía ser yo misma, había una parte de mí que siempre ocultaba, me costaba abrirme. Nunca voy a perdonarle que me haya robado tanto”.

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María afirma que romper el silencio le ha ayudado a enfrentar las secuelas del abuso y a comenzar a aceptarse a sí misma: “Hablar de ello me ha liberado, y la terapia me está ayudando a asumir, a aceptarme y a reaprender maneras de hacer las cosas”, explica. La María hecha añicos empieza ya a recomponerse.

Con información de: El País