Las últimas semanas, hemos vivido un hecho sin precedentes en nuestra historia reciente: el confinamiento mundial a causa de la propagación del covid-19, un virus de alta letalidad y capacidad de contagio, que tomó por sorpresa tanto a los gobiernos como a las personas en todo el mundo.

Pero el covid-19 ya ha demostrado que su contención no sólo dependerá de estar en capacidad de atender eficazmente una crisis sanitaria. La pandemia ha puesto sobre la mesa otras graves situaciones, como son las inequidades y desigualdades, particularmente de género, y visibilizando la normalización de la injusticia con la que tratamos como sociedad a mujeres, jóvenes y niñas en todo el mundo.

La mayoría de dichas situaciones ya presentes desde antes, no sólo se visibilizan, sino que se potencian, en función del miedo e incertidumbre derivados de constatar la agresividad del virus frente a la población más vulnerable. Entre las características de dicha vulnerabilidad, está la condición de ser mujer en medio de la ausencia de políticas de cuidado y atención a la salud con enfoque de género en nuestro país.

Porque seamos honestas/os: enfermarse es impensable para la enorme mayoría de mujeres que trabajan, estudian, hacen labores de cuidado y/o son jefas de familia. El patriarcado ha relegado a las mujeres de forma y facto, al espacio de lo doméstico y todos los días ejerce múltiples formas de presión social, para que las mujeres cumplan con las obligaciones de proveer y cuidar como parte de su pretendido rol femenino.

Sin embargo, esa presión nunca ha ido acompañada de los mecanismos que de verdad les permitan cuidar y ser cuidadas, incluso si también cumplen con el papel de proveedoras. Ello se debe principalmente a la precariedad laboral en que se desarrolla el trabajo femenino. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), durante el IV Trimestre del 2019, el 40.55% de quienes trabajan en el sector informal, eran mujeres.

Ello significa que no tienen acceso a prestaciones o seguridad social ni ellas ni sus familiares o dependientes económicos. Si alguien de la familia – o ella misma- se enferma, se encontrarán frente a uno de los escenarios más angustiantes de nuestro tiempo: ¿qué hacemos si mamá se enferma?

La respuesta a esa pregunta es compleja. Y en todos casos, tendrá consecuencias distintas en función del género y la edad de quien se enferma. Las y los hijos, y las personas adultas mayores, se consideran sujetos dependientes dentro de la organización familiar. Ello quiere decir, que la familia asume que alguien realizará las labores de cuidado necesarias para su bienestar. Dichas labores recaen generalmente en las mujeres, hermanas, hijas, madres o esposas, por tratarse de una organización tradicional del espacio doméstico. Si quien cuida se enferma o requiere cuidados, ese esquema tradicional se romperá y al no tener apoyo o seguridad social, las consecuencias tendrán graves repercusiones en todo el núcleo familiar.

No por nada, culturalmente se normalizó por generaciones la creencia de que las mujeres eran más fuertes y más resistentes, vivían más, soportaban mejor el  dolor, y el sacrificio era en realidad una forma de expresar amor por la familia.

Mamá simplemente no puede enfermarse, porque no habrá quien la cuide. Además de ello, si es jefa de familia, el bienestar de todos y todas se verá severamente comprometido.

El asunto escala de modo significativo, cuando caemos en la cuenta de que si mamá se enferma, tampoco el Estado tiene diseñados mecanismos para ayudarle fuera del ámbito familiar. En nuestro país no ha habido avance en el diseño e implementación de un sistema nacional de apoyo a la labor de cuidados y trabajo doméstico no remunerado, a pesar de ser una demanda constante de colectivos feministas y sociedad civil.

Un sistema de esta naturaleza, debería en primer lugar, visibilizar la importancia del trabajo de cuidados y apoyar a las mujeres y sus familias con medidas tales como la universalización de los servicios médicos, guarderías y estancias, refugios en casos de violencia, apoyo para el emprendedurismo y la economía social, becas de estudio y capacitación entre muchas otras.

La pandemia nos coloca nuevamente de frente a la vulnerabilidad de las mujeres   en medio de una enorme crisis económica y de salud. Si toda esta experiencia sirve para replantearnos el futuro, es claro que no será posible afrontar situaciones complejas sin tener apoyo institucional y del estado, para miles de mujeres que cubren tantas y diferentes labores sin soporte alguno.

El covid-19 finalmente, desvela la precariedad del trabajo femenino y los estereotipos patriarcales que hoy tienen a mamá encerrada en su casa, cuidando y sin trabajo remunerado, esperando que el lavado de manos y el tapabocas le sean suficientes para no enfermarse y sobrevivir junto con su familia. Panorama muy complicado, porque si bien el virus no discrimina, es evidente que el Estado sí.

NORMA LORENA LOEZA    /    @Norenaloeza

Maestra en Estudios Latinoamericanos y Licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue becaria del Instituto Mora. Es Profesora en Educación Preescolar por la Escuela Nacional de Maestras de Jardines de Niños. En el año 2000 recibió la Medalla Alfonso Caso al Mérito Universitario, por parte de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha colaborado en organismos de la sociedad civil y el gobierno de la Ciudad de México en temas de Derechos Humanos, no discriminación y políticas y presupuestos públicos.