“’Y si pasamos lista con formularios de Google diarios. Y si sólo les damos 10 minutos para pasar lista’, recomendaron algunos de mis compañeros que también son profesores, les dije que no. Si en presencial pasar lista era un rollo, en virtual es peor. Se me iba a ir la vida ahí”, dice Mónica Medina Tejadilla, profesora de bachillerato del Instituto Politécnico Nacional.
Entrar a clase para los alumnos de bachiller es una odisea. Estar a tiempo no es cuestión de que se prende un dispositivo y ya están en la clase. Algunos de ellos no tienen computadora y deben ingresar desde sus celulares, a los cuales deben recargarles crédito si quieren prender la cámara o enviar una tarea.
La brecha de desigualad en México aún está marcada. 20.1 millones de hogares (56.4% del total nacional) disponen de conexión a Internet, según datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares de 2019. De la población con estudios universitarios el 96.4% se conecta a la red, mientras que del grupo de personas con estudios de educación básica se conecta el 59.1 por ciento, reporta el informe.
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Deserción del 10% de los estudiantes
“Los dispositivos de los chicos no soportan abrir Zoom y estar trabajando en un documento. Lo que hice para que fuera más igualitario, ya que la institución nos había pedido tener actividades diarias, fue trabajar en un cuaderno y hacer que subieran las fotografías del cuaderno, pero a muchos no les sirve la cámara o su teléfono está muy estrellado. Tienen que esperar hasta que lleguen sus papás”, comenta en entrevista para La Cadera de Eva.
Debido a la pandemia 10% de los estudiantes de Educación Media Superior (IEMS) de la Ciudad de México abandonaron sus estudios, reconoció la directora de la dependencia, Silvia Estela Jurado Cuéllar.
Para revertir el fenómeno, el IEMS intento llevar un control de los avances de los alumnos vio electrónica y así identificar cuando éstos dejaran de subir sus tareas. La funcionaria señaló que los estudiantes hacen uso del internet que ofrece el gobierno capitalino como parte de los servicios de los postes donde están instaladas las videocámaras del C5 y los altavoces de la alerta sísmica.
Sin embargo, el internet con el que cuentan o acceden no es del todo suficiente. Algunos de los alumnos necesitan ir a recargar datos para enviar sus actividades. “Me ha tocado que me dicen ‘miss deme chanche de ir al Oxxo a recargar datos’, también me ha tocado que se quedan con dudas para un trabajo final y en las madrugadas me escriben, me dicen: ‘miss por favor contésteme ahorita, yo sé que es muy tarde, me estoy robando e internet del vecino o ahorita es cuando me llega mejor’. Esta situación si te hace cuestionarte un montón de cosas como docente y como persona”, cuenta.
Brecha digital y educativa
No necesitas irte a la sierra para ver las problemáticas del tema educativo. “Cuando hablamos de la precarización en la educación pensamos en la sierra, en los salones de clase que no tienen techo y no, está en todos lados y nunca lo habíamos visto de cerca. La pandemia vino a mostrarnos lo que estaba ahí y no queríamos ver”, señala Mónica.
“A veces dando clases en espacio físicos no sabes la vida de las y los estudiantes si tienen internet, si cuentan con computadora porque en esos espacios no eran necesarios. Pero ahora son esenciales y antes no. El acceso a la educación se ve muy limitada por cosas externas como internet y los dispositivos”, explica.
Uno de los reglamentos de la escuela era que todos debían prender la cámara. Sin embargo, Mónica no se los pide. “No se los exigía porque hay problemas técnicos, porque cuando se prendía, se trababan mucho, era mucho de: ‘Miss me puede repetir lo que me dijo en los últimos 15 min porque se me fue el internet’. También les daba pena mostrar su entorno. Tuve alumnos que colgaban una sábana. Hay alumnos y alumnas que todavía tienen techos de láminas de asbesto, algunos toman clases en el suelo porque no tienen un escritorio. Aunque también hay otros y otras que tienen todo adaptado, que sus papás hicieron un esfuerzo por tenerles todo”, comenta.
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Las clases se convirtieron en terapia
Las clases de Mónica Medina se convirtieron en terapias. “Las cosas más fuertes durante esta pandemia fue y ha sido lidiar con lo emocional, darte cuenta de la capacidad que tienen los adolescentes de adaptarse al cambio. Sí, estallaron, las clases se convirtieron en sesiones terapéuticas, decían ‘miss es que ya no aguanto’”.
La vida privada de los estudiantes se visibilizó para sus compañeros de clase. “Había momentos que cuando prendían sus micros para participar se oía todo el desastre. No viven con una o dos personas, comparten la casa con muchas, hay niños chiquitos, se oye que están tomando las clases de la tele, o los tíos con la música bien fuerte y yo digo ‘órale, para mi es complicado, si me paso a su lugar me cuesta mucho trabajo estudiar en un ambiente tan ruidos. Imagínate ellos, tantas horas así”, expresa.
Durante la clase, Mónica recibió noticias sobre la muerte de familiares de sus estudiantes. “Maestra le acaban de hablar a mí papá que mi abuelita que acaba de fallecer. Miss me voy a retirar, me decían, sólo alcanzaba a pedirles que dejarán su justificante en la plataforma de Classroom y al fondo se oía el papá llorando”, cuenta.
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“Miss mi jefe ya me cachó”
Mónica da clases en las mañanas no era común que los estudiantes de ese turno trabajarán. Sin embargo, con la pandemia los estudiantes comenzaron a entrar a trabajar. “En clases me han llegado a decir en voz baja: ‘miss me voy a desconectar’. ‘Porque te vas a desconectar’ – les peguntaba. ‘Es que ya me cachó mi jefe, ya me regañó’, me respondía. Son trabajos muy informales a los que ingresaron, algunos de ellos son en la tienda, en un lavado de autos, en algún negocio de un familiar, ni modo hay que comer”, señala Mónica.
También, Mónica ha tenido que pensar en estrategias para las madres adolescentes, quienes durante esta pandemia han tenido que tomar clases mientras se hacen cargo del cuidado de sus hijos. “Tuve una alumna con un bebé, le gustaba participar, cuestionarse, entregar sus tareas a tiempo. A veces se frustraba mucho y yo no sabía cómo apoyarla, porque su niño se lo sentaba en las piernas y ella empezaba ‘bebé no hagas esto, bebé no hagas lo otro, y en eso me decía: ‘Miss es que iba a hacer mi trabajo, pero ya no le voy a compartir la pantalla porque mi bebé ya lo rayó’”.
“A veces también te frustra la situación, me pregunto ‘cómo puedo adaptar la clase para que a todos les llegue el contenido y pueda propiciar ese aprendizaje, se cuestionan y más con decisiones que se están tomando últimamente de retacar los salones”, señala.
Mónica tiene aproximadamente 60 alumnos por clase. En total son 365. No se sabe el nombre de todos y todas. Sin embargo, trata de estar para ellos. Aunque se llevan acabo reuniones con los profesores, no hay un seguimiento por parte de las instituciones hacia el personal docente.
“A veces me siento muy sola. Sé que a los profesores de la Ibero les marcan y les preguntan cómo están. Acá nunca he recibido ni un mensajito de WhatsApp para preguntarme cómo voy con mis clases. Vivir esto es muy fuerte, es algo que no habíamos vivido. Creo que muchas veces no es valorado todo el trabajo que hay detrás de una sola clase”, dice.