A pesar de ser el género más afectado por cualquier epidemia, porque las desigualdades que existen se acentúan por la crisis, las mujeres, como grupo poblacional, no dejamos de trabajar nunca, ponemos nuestras capacidades y competencias al servicio de un bien común o del resto de personas. Ya sea como profesionistas, como voluntarias en organizaciones civiles, como educadoras informales, como cuidadoras de enfermos o como amas de casa, las mujeres, históricamente hemos mostrado una disposición a mantenernos activas durante las epidemias y gracias a ese trabajo es que la humanidad ha podido superarlas.
Un ejemplo de cómo las epidemias son adversas particularmente para nosotras, es el incremento ya documentado de la violencia obstétrica cuando los servicios de salud se encuentran saturados. O bien, la afectación económica por desempleo femenino, que se genera al paralizar actividades no-esenciales como el turismo o el comercio. Las epidemias afectan de forma diferenciada o acentuada a las mujeres, pero esa afectación, además, se conjuga con otros padecimientos físicos o sociales que ya de por sí tienen grupos vulnerables como las niñas, adultas mayores, indígenas, embarazadas, víctimas de violencia, trabajadoras del hogar, etc.
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Como profesionistas, estamos presentes en el primer frente de atención al COVID-19. De acuerdo al Servicio Nacional de Empleo, las mujeres somos el 61.4% de los trabajadores en las ciencias de la salud y el 56.7% en las ciencias biológicas, ambos sectores resultan claves en la superación de esta pandemia. Esto, desafortunadamente no significa que ocupemos los primeros cargos directivos o que ya hayamos logrado equipararnos a los hombres en los grados más altos de especialización, sin embargo, la base de la producción en estos sectores, reside en nosotras.
El sector salud concentra el 37.4% de mujeres en su recurso humano altamente especializado. Por fortuna, es de las brechas más reducidas entre hombres y mujeres en los niveles de posgrado y alta especialidad, si la comparamos con otras especialidades como las áreas de ingeniería o matemáticas. En un censo de profesionistas elaborado por Heinze-Martin y colaboradores (2018), se encontró que México, para 2018, ya contaba con 55 mil 319 mujeres médicas, graduadas en distintas especialidades.
De ese universo, el país cuenta para afrontar COVID-19 con al menos 2,278 médicos internistas, 1,186 urgencistas, 644 expertas en medicina crítica, 351 neumólogas, 259 epidemiólogas y 204 infectólogas. Esto no quiere decir, desafortunadamente, que este recurso humano sea suficiente para afrontar la pandemia, sin embargo, nos da cuenta de cómo las mujeres, en el área de la salud, han ido reduciendo la brecha en las altas especialidades para otras mujeres. Además, al considerar elementos como la certificación vigente para ejercer la especialidad, son las mujeres las que se encuentran ligeramente mejor preparadas para trabajar que los varones (73.5% en mujeres vs 64.5% certificaciones vigentes en hombres).
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Los servicios de enfermería, por su parte, se encuentran predominantemente ocupados por mujeres. Según las cifras oficiales, en las instituciones públicas de salud, se encuentran al menos 32 mil enfermeras especialistas y, tanto las especialistas como las generales, las enfermeras resultan de las profesionistas más productivas y ocupadas siempre. Un estudio realizado por Nigenda y colaboradores, calculó que, por cada mil enfermeras, 789 se encuentran empleadas formalmente en México. De nuevo, esto no significa que estas cifras sean suficientes para las demandas que existen, pero si requerimos cuidados profesionales por contagiarnos por COVID-19, seguramente nos tocará ser atendidos por al menos una enfermera.
Además de trabajar jornadas completas como profesionistas, la mayoría de las mujeres en el sector salud, igual que las mujeres que trabajan en otros sectores, frecuentemente realizamos una segunda jornada de trabajo en los hogares. Ya sea por falta de apoyo social, por ser cabezas de hogar o completamente por estereotipos de género, las mujeres que trabajamos fuera, usualmente laboramos también de tiempo completo en el hogar, realizando actividades como la preparación de alimentos, la realización de compras o el cuidado de los hijos.
Ya en los hogares, además, las mujeres atendemos a familiares que padecen otras enfermedades coexistentes, que suceden como otros brotes epidémicos -Ej. Sarampión, dengue, etc.-, como enfermedades crónico degenerativas -Ej. Alzheimer, cáncer de mama, etc.-, o como necesidades especiales de atención a la salud, lo que constituye otro despliegue de labores intensas, que pueden representar una tercera jornada de trabajo. Las epidemias sociales también coexisten durante el COVID-19, un ejemplo importante es la violencia doméstica, que se estima se ha incrementado durante este período de confinamiento, debido al tiempo de exposición de las mujeres a los agresores, así como por la tensión económica a la que se encuentran sometidas las personas adultas.
Otro tipo de trabajo que aportamos mayoritariamente las mujeres al afrontamiento del COVID-19 es el cuidado de la higiene. Ya sea trabajando en el hogar, o en hogares ajenos, casi siempre de forma inequitativa o injusta, las mujeres contribuimos mayoritariamente con el trabajo de limpieza. Se estima que, en México, 2.2 millones de mujeres se dedican a la limpieza como trabajo remunerado. De nosotras depende en gran medida la inocuidad de hogares, oficinas y centros de trabajo para actividades esenciales. Esta es una de las actividades económicas con menor seguridad social y prestaciones, pero que resulta de enorme trascendencia para la salud pública. Las mujeres a cargo de la limpieza de hogares y edificios, regularmente tampoco paran de trabajar, ya sea porque son cabezas de hogar o por las mismas condiciones de precariedad en la que viven, para ellas, la suspensión de labores no es opción y salen a trabajar diario, no importando si tienen qué arriesgar la salud o su seguridad.
Y bueno, como si todas estas actividades no fueran suficientes, las mujeres también desempeñamos la mayoría de las actividades de orientación educativa y apoyo escolar a los infantes, tras suspenderse las actividades escolares. Afortunadamente, para estas labores, otras mujeres profesionales que pertenecen al sector educativo como docentes y directoras de planteles (las cuales no son pocas, sino que representan el 67.9% del sector) establecen alianzas y formas de comunicación a distancia para orientar a padres de familia y que niños y niñas no se vean más afectados durante el ciclo escolar y continúen aprendiendo. Hay una participación activa entre las mujeres, y cada vez más creciente, en el uso de las tecnologías de la información y comunicación, que vistas como una serie de actividades que demandan entrenamiento y aprendizajes nuevos, se podría considerar también una cuarta jornada de trabajo, pero que resulta imprescindible para la difusión de contenidos científicos para actuar frente a la epidemia y para continuar con el desarrollo de las capacidades en los infantes.
Todas estas participaciones, si bien se tratan de inequidades de género o que pueden verse como indicadores de dominación hacia nosotras que deberían cambiar, también podemos visibilizarlas como una enorme aportación que realizamos como género, que está cambiando el rumbo de la humanidad. Podemos elegir verlas como un despliegue de capacidades y tecnologías que estamos ofreciendo para la sobrevivencia de todas y todos, por lo cual tendríamos que reconocernos socialmente, al menos entre nosotras. Las mujeres aportamos, por mucho, más de la mitad de las acciones de protección a la salud en naciones enteras. Porque además de las horas de trabajo, donamos aspectos subjetivos que animan la vida diaria en el hogar, el trabajo y los hospitales. Las mujeres difundimos, advertimos, sensibilizamos, acompañamos, incentivamos, organizamos, atendemos emociones, restauramos tejidos, hacemos arte, aportamos creatividad, risas, pasión y lucha. Elementos anímicos todos también importantes para sanar.
Es importante enfatizar el papel protagónico que tenemos en el afrontamiento de la pandemia y visibilizar el trabajo dramáticamente activo que estamos teniendo. Así que la próxima vez que escuches decir que las mujeres nos encontramos en la primera línea de batalla, aprovecha para aclarar que estamos también hasta en la última, en un ambiente por demás adverso para nosotras. Las mujeres aportamos mucho a la solución de necesidades comunitarias que aparecen en una epidemia, sin dejar de sembrar, además, las semillas del cambio que habrá de necesitarse para resolver las epidemias coexistentes y las siguientes. Estamos en todos los frentes de batalla y no hay virus que haya podido históricamente con esta capacidad de resistencia.
Liliana Coutiño Escamilla, es psicóloga y educadora, maestra en Sociología de la salud por el @ColSonora y doctora en Ciencias en Epidemiología por el @inspmx. Colabora en diversos proyectos institucionales, entre ellos los referentes a violencia y diversidades sexuales en el @institutomora.
Twitter: @LiliCoutino