La siguiente confesión me pondrá en la categoría “potencial población de riesgo” en la pandemia: cuando era niña estaba en el teatro una obra llamada Entre mujeres, cuyo slogan era “entre mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño”, habiendo crecido en el marco de las telenovelas, no me llamó la atención el dramatismo ni lo raro de la frase. 

“Mujeres juntas ni difuntas” o “el peor enemigo de una mujer es una mujer” son dos de los dichos más populares, están tan normalizados que pueden detonar dudas cuando pensamos en un equipo 100% femenino. Ideas de este tipo ocasionan que se vea raro, o peor, se evite darnos posiciones de liderazgo.

Además de esas frases, nos hemos comprado la idea de que el éxito, la asertividad, el alto desempeño, entre otras, llevan pantalones, es decir son atributos masculinos; todavía al día de hoy muchas mujeres hemos optado por tratar de imitar el estilo, e incluso llevarlo un poco más allá. Pensar en un formato de liderazgo distinto es algo relativamente nuevo, sobre todo el abordarlo sin caer en la tentación de asumir que sea sinónimo de debilidad o peor de conflicto por “exceso de estrógeno''''. 

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Nuestra empresa ha estado casi siempre conformada por un equipo mayoritariamente femenino. Hemos tenido clientes o aliados que preguntan ¿Es a propósito?, y la respuesta es no, de inicio venía acompañado de un “lo que pasa es que…” y ahora respondemos con mucha más seguridad que se trata del mejor talento y que es una fórmula que nos funciona muy bien. 

Yo cambiaría los dichos del pasado, plagados de mirco-macro-hiper machismo, por: “la mejor facilitadora del cambio es una mujer”. La parte negativa de las ideas viejas no nos deja ver todo lo valioso que viene de la educación que recibimos: en la vida laboral tendremos que encontrar distintas soluciones a un problema, enfocarnos a la eficiencia y buscar el balance con la vida personal sin comprometer resultados. 

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¿Qué aporta el liderazgo femenino? 

Entiendo que cada cabeza es un mundo y que generalizar tiene muchas áreas de oportunidad; sin embargo, esta lista está basada en mi experiencia trabajando con un equipo femenino y viendo la carrera de otras mujeres que admiro. 

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Compromiso: El cliché dice somos menos comprometidas con el trabajo porque “tenemos otras prioridades”, llámese hijos, casa, pareja o el etcétera que les venga a la cabeza y eso hace que al día de hoy todavía te pregunten si te piensas casar o tener hijos pronto, como si tus decisiones de vida predijeran el nivel de compromiso que tendrás con el proyecto. La realidad indica todo lo contrario, sólo que está directamente ligado con la igualdad en sueldos, oportunidades, reconocimiento y posibilidades para crecer. Cuando nos ponen en igualdad de condiciones, existe flexibilidad y nos hacen sentir parte importante de la organización, el compromiso resulta en una menor rotación.   

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Competitividad: no confundir con el lado tóxico de la palabra, sino con la alineación de todos los esfuerzos para alcanzar un objetivo y superar los resultados. La pandemia ha sido un ejemplo claro de ello, en el caso particular de la empresa hemos superado las métricas establecidas y en general mientras más grande es el reto, más emocionante el camino para rebasar lo esperado. 

Capacidad de ver distintas dimensiones del mismo problema: Podríamos decir que se nos educa para resolver problemas; saliéndome del cliché, en general, tenemos un estilo distinto de organización, que nos permite pensar en varias capas, innovando en la toma de decisiones y la forma de abordar los conflictos. 

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Trabajo en equipo: Cada vez tenemos más claro el valor que podemos aportar a la mesa, más allá de la composición del equipo. Dependiendo de las habilidades de las colaboradoras, se genera un equipo más creativo, abierto a las mentorías, a compartir conocimiento e impulsar el crecimiento. De acuerdo con el último reporte de liderazgo femenino de KPMG, 67% de las participantes reportaron que han aprendido las lecciones más valiosas de liderazgo, de una mujer. 

Tener la oportunidad de liderar y vivir un equipo de mujeres por el último año ha traído mucho aprendizaje, borrado ideas pétreas que pueden frenar nuestro crecimiento, y sobre todo las ganas de seguir impulsando negocios femeninos. En el último año también hemos roto el prejuicio de que “todo se complica cuando una mujer es mamá”, los resultados cuando cambias la visión de “horas”, por “entregables” rinden frutos. 

Sin duda tenemos que poner atención para revertir los “fantasmas” de los que he hablado en otras columnas como el síndrome de la impostora o los retos de negociación; este camino también es más fácil recorrerlo acompañadas. Mi invitación esta semana es a cambiar los pantalones por tacones cuando pensamos en el camino al éxito.  

*Mercedes Baltazar es internacionalista dedicada a la comunicación estratégica que decidió emprender para contar noticias desde Meraki México,

Twitter: @LaMarimer