La sociedad patriarcal es hostil con la vida de las mujeres desde el momento en que nacen, carga de dolores nuestras relaciones, violenta, se las arregla para que todas llevemos sus mandatos en el bolsillo y también, se vuelve grande para instaurarse en cada rincón donde pongamos el ojo. El único espacio que se vuelve pared y refugio es la mano de otras mujeres, de compañeras y aliadas que nos aman y que empujan con fuerza para sobrevivir juntas.
Para armarse en esta lucha, primero es necesario asumirnos a nosotras mismas, escucharnos y sobre todo, cuestionar todo lo que se nos ha enseñado al momento de relacionarnos con otras mujeres. En un sentido crítico, se debe identificar qué podemos mejorar y en cuáles de nuestras acciones el machismo se ha anidado.
Coral Herrera, comunicadora y especialista en temas de género aborda en su libro “Mujeres que ya no sufren por amor”, la manera en que el autoconocimiento es el primer acto rebelde para relacionarnos con otras mujeres, ¿por qué estamos tan interesadas en la imagen que ofrecemos?
“Seamos buenas, solidarias, amorosas (…) la admiración no nos ayuda en nada: necesitamos compañía. Nos han educado para ser atractivas, pero no para desarrollar nuestra inteligencia, nuestra honestidad, nuestra solidaridad, nuestra valentía”, explica.
Por esto es que arroparnos en el cariño de nuestras amigas es un acto transformador para encarar las vicisitudes de la vida misma.
¿Y qué tiene qué ver la feminidad con el patriarcado y nuestras amigas?
El mito de la feminidad es uno bien ensayado que extiende sus raíces de una manera muy profunda y que se vuelve complicado de aniquilar por la gran carga histórica de la que se alimenta. Este concepto convoca a las mujeres a sentir desprecio las unas por las otras, a competir por la atención, la belleza, la delgadez, por un hombre y una serie de mandatos misóginos internalizados.
El mandato de la mujer buena según la feminidad, es aquella que es tierna, acomedida, que guarda silencio y que cuando habla, lo hace en voz baja, que es bonita y que adopta una posición de pasividad, por ello, este constructo nos lleva a devaluar y cuestionar a las mujeres que reman en posición opuesta.
Margarita Pisano, escritora chilena, explica que desde la crianza, se nos enseña a mirar con rechazo a las mujeres que son ruidosas, que hablan fuerte, que tienen ideas propias, que discuten con pasión y que viven la vida de una manera autónoma, algo que a nuestro pensamiento patriarcal le parece incómodo e indeseable.
“La amistad, me parece, se construye con un pie en lo privado y el corazón, y el otro, en lo público-político del pensar… del pensar juntas”. (Margarita Pisano)
Estas líneas son una referencia a la misoginia que va adherida a la manera en que se nos muestra el mundo, ¿por qué odiamos a las mujeres que ríen con fuerza?, ¿por qué juzgamos a la compañera que discute en las calles?, ¿por qué nos parece terrible ver a una mujer que con convicción sostiene un “no”?
En entrevista para La Cadera de Eva, Sharom Flores, psicóloga y educadora en sexualidad y Carla Morales, psicoterapeuta feminista, señalan que congregarnos con otras mujeres para hablar de violencias, reconocernos y compartir aprendizaje es un acto de política por sí mismo y confronta las relaciones de poder que el sistema patriarcal ha instaurado.
Hay diversas frases como por ejemplo, mujeres juntas ni difuntas que da a entender que las mujeres nunca podremos compartir, o que el peor enemigo de una mujer es otra mujer, ¿de dónde viene esto? Esto tiene que ver con una idea donde absolutamente toda nuestra cuerpa y energía no nos pertenecen, le pertenecen a un otro y ese otro es el patriarcado; el patriarca, el hombre. Hay una clara jerarquía que nos coloca en un lugar de sumisión y la amistad, en este caso, representa un gran peligro porque la amistad entre mujeres nos hace reconocer quiénes somos, luchar y compartirlo con otras, lo que implica que se tambalee el sistema. Hemos colocado todo al servicio de los hombres, por eso, hemos aprendido a darle nuestra luz a ellos y en estos actos, en donde damos todo, se incluye la competencia entre nosotras para que el varón pueda elegir quién será “la elegida”. Las mujeres intentamos ser lo mejor para darle al otro lo que necesita, comparte Carla Morales.
Las redes de apoyo y la amistad es política
En entrevista para La Cadera de Eva con Rocio Pedraza, psicóloga feminista y colaboradora de El Diván Sensual, se destaca la importancia de estas redes de apoyo para sostenernos y defendernos: “Las amigas, madres, abuelas hijas, tías, hermanas hacen mucho desde el amor y, con fuerza, siempre intentan movernos de sitios maltratadores. Las mujeres siempre acompañamos y precisamente esta amistad es una alianza que se vuelve solidaridad al intentar liberarnos de las opresiones y violencias juntas”.
Este proceso de enajenación donde consideramos que nuestra amistad es menos valiosa que la aclamada “hermandad masculina”, corresponde a una historia de privaciones donde la única relación que se conoce y normaliza es la relación de poder que se establece con el hombre. En este contexto, soltar estas cadenas es un proceso de autoconciencia complejo donde entre mujeres se está alerta, se acompaña, se cuida, se protege y se ama de una manera horizontal y no desde el poder. Para esto, necesitamos despojarnos de la idea de que la amistad femenina es imposible y entenderla como un arma poderosa que resulta indeseable para el poder patriarcal. En palabras de Hanna Arend en “La Condición Humana":
“En tiempos de desertización, en que el mundo ha dejado de ser habitable buscamos refugio en los oasis...pero corremos el peligro de que, en nuestra fuga hacia el oasis, llevemos los zapatos llenos de la arena del desierto”
Saquemos toda la arena de nuestros zapatos y una vez que el andar se vuelva liviano, reconozcamos lo valioso de los vínculos femeninos, compartamos nuestros saberes, generemos grupos de apoyo, reflexionemos y pongamos resistencia ante la subordinación y sometimiento en que la sociedad nos coloca a las mujeres. Transitemos en espacios amorosos, de compañía y lucha colectiva por el mundo en que merecemos vivir. Todo acto es político y la amistad no se queda fuera de este radar.
“Tanto en la Amistad, como en los grupos políticos, contar con ideas comunes y una actuancia, una práctica compartida, sólo es posible a partir de la individuación, es decir, de una individua consciente de sus actos, comprometida con sus ideas, expresada y respetuosa de la/las otras.” (El feminismo compañero, escrito por Claudia Korol)
Las amigas son el pilar en la vida
Carmen, 74 años
Conocí a Tere cuando tenía 20, en mi primer trabajo donde empaquetaba chicles allá en el sur de la ciudad, comíamos juntas y la veía diario porque mi papá no me dejaba salir, aún así, Tere siempre me escuchaba y yo a ella. A veces íbamos juntas a las bodas.
Desde hace más de 50 años que es mi amiga, me regala cosas en mi cumpleaños y a mí me gusta ir a visitarla a su tienda, ahí platicamos y yo le doy consejos, porque por ejemplo, en la pandemia, ella no se quería cuidar y yo iba a verla para asegurarme de que usara cubrebocas.
Conocer a Tere es muy bonito porque fue mi primer amiga y que nuestra amistad haya durado tanto pues a mí me hace sentir muy feliz.
Fernanda, 27 años
Hace unos meses viví la ruptura de una relación importante y quienes fueron el sostén más importante eran mis amigas. Me enviaban mensajes, me aconsejaban y nunca me sentí juzgada por ellas, todo lo contrario, su apoyo era incondicional y gracias a sus palabras decidí tomar terapia.
Mis amigas han sido apoyo en los momentos más felices y difíciles de mi vida, han celebrado conmigo y me han dado su mano cuando siento que no puedo con la vida. Ellas siempre están con una palabra, listas para escucharme, armadas para sacarme una sonrisa y nunca juzgarme.
Paola, 34 años
Mis amigas han sido un reflejo, un soporte, pero también inspiración. No imagino mi yo sin sus yos. Ellas me han escuchado y aconsejado en los momentos de mayor presión y flaqueza en mi vida.
Mi batalla más complicada ha sido contra los desórdenes alimenticios, en general conductas en las cuales daño mi cuerpo e identificar la relación y el papel de mi familia en esos momentos. Porque nos enseñan, al menos, en familias tradicionales y católicas como la mía, que solo la familia te quiere y te apoya. Y eso no es verdad, cuando enfrenté el cutting, la bulimia, los ataques de pánico, el solo hecho de que ellas no me juzgaran fue un respiro. Algunas tenían, tuvieron o tienen problemas similares y generamos un momento libre del mundo que te juzga, cuando las veo o la veo, en grupo o solo una por una, solo hablamos y a lo mejor no siempre pensamos y compartimos las mismas ideas, pero el que me escucha sin juzgar y saber que se preocupa por mí, es genial, lo invaluable es que es de ida y vuelta, yo la o las escucho y veo cómo siguen luchando y resistiendo sus propios conflictos, me motivan a yo también seguir.
Mi vida sin amigas, no me parecería una vida digna de vivir, tener ese apoyo es invaluable.
Daniela, 33 años
Mis amigas me han salvado la vida porque me recuerdan que mi voz no tiene la razón absoluta y que lo que me digo o pienso no es siempre lo que ocurre. Son unos brazos amorosos y compasivos que me sostienen.
Han estado ahí cuando en mis crisis no quiero ver a nadie y sin embargo me procuran para decirme que eso también pasará y que no estoy sola, que voy a estar bien.
“En el sistema, las mujeres nos percibimos inseguras y aunque hemos buscado apoyo de las instituciones, estos espacios siguen siendo patriarcales, por eso las mujeres son un pilar de salvación económico, emocional, de asesoría, porque en ellas encontramos la sabiduría que necesitamos. Entonces, es necesario que normalicemos que debemos acuerpar a más mujeres y que desde nuestra trinchera, podemos brindarles acompañamiento. Nosotras respondemos a todas esas situaciones que nuestras instituciones y sociedad patriarcal, no alcanza a entender” (Sharom Flores, psicóloga y educadora en sexualidad)
Finalmente, si las normas nos demandan mantenernos siempre a raya, odiarnos entre nosotras, que no exista cabida para ser generosas y por el contrario, lastimarnos, entonces, no existe mayor acto de rebeldía contra el sistema que nuestra amistad desinteresada y amorosa que, como tijera, rompe los eslabones del patriarcado y se vuelve revolucionario.