A más de tres años del inicio de la pandemia por COVID-19, las juventudes latinoamericanas y caribeñas enfrentan las consecuencias de la crisis: la pérdida de sus empleos, la precarización de los salarios y los déficits estructurales que han complicado su incorporación al mercado laboral.

Un informe realizado por la Organización Internacional del Trabajo advierte que esto representa un riesgo futuro para toda la región y podría perpetuar la desocupación laboral por un largo periodo de tiempo. También señala que, a pesar de que las juventudes fueron quienes se incorporaron al mercado laboral con más rapidez -a diferencia de otros grupos de edad- lo hicieron a través del empleo informal, que acentúa brechas salariales, la no profesionalización, la precarización y la vulnerabilidad económica.

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De manera puntual se identifican tres grupos importantes que representan el desempleo, en relación con la diversidad de contextos e interseccionalidades que diferencian a las juventudes y que dificultan en mayor o menor medida su ingreso al mercado laboral. Los sectores que han sido excluidos y vulnerados son los siguientes:

  • Juventudes que se encuentran en busca de empleo
  • Juventudes que han sido violentadas y se encuentran desalentadas de no conseguir un buen empleo
  • Juventudes que se dedican exclusivamente al trabajo doméstico, mayoritariamente mujeres

Este último punto nos arroja una de las sentencias más frecuentes: el género atraviesa el ámbito social, político, económico y cultural.

Mujeres jóvenes: desempleo y trabajos de cuidado

En Latinoamérica y el Caribe, 2 de cada 20 juventudes no trabajan y tampoco están en formación académica, este promedio tiene una importante diferenciación de acuerdo con el género de las personas, según el informe. 

Por un lado, los hombres que se encuentran en esta situación representan el 14%, mientras que el porcentaje de mujeres duplica este porcentaje, ocupando el 29%, ¿a qué se debe que las mujeres no estudien ni trabajen en la región?

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De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) este fenómeno repercute mayoritariamente a las mujeres jóvenes que viven contextos de precarización y se encuentran en edad reproductiva. A esto, se le suma la diferencia de la distribución del tiempo para el trabajo no remunerado y la disparidad de los cuidados. 

“Esto explica buena parte de las brechas en la participación en el mercado de trabajo y en la proporción de jóvenes que no estudian ni trabajan y tampoco están en formación. La tensión de cuidados generada por la pandemia COVID-10 profundizó una situación que ya era particularmente desfavorable para las mujeres” (CEPAL)

En un margen porcentual, la participación de mujeres jóvenes en los empleos cayó tres puntos porcentuales más que la de sus congéneres en 2020. Entre el desempleo, los despidos y el aumento de tareas de cuidado/ domésticas, abonaron enormemente para esta disparidad que aún aqueja a las mujeres caribeñas y latinoamericanas. 

El desconocimiento de las juventudes propicia el desempleo

¿Cuántas veces hemos escuchado que el ciclo de la juventud es concluir su educación, conseguir empleo y conformar una familia? Sin embargo, el informe advierte que todos estos eventos se desarrollan de manera diferenciada entre todas las personas y, es aquí donde aparece una problemática estatal importante, desconocen la integración y necesidades de las juventudes

De acuerdo con el informe, en la actualidad, estos procesos no se ajustan de manera secuencial e incluso, clasificar estos eventos en la vida de una persona como una norma ejerce una enorme presión. A la vez que dictan que las juventudes sólo deberían moverse de manera unidireccional en su camino a la adultez. 

A partir de estas conceptualizaciones del curso de la vida, se generan expectativas entre las personas que, consideran, es así como debe de funcionar su trayectoria vivencial y paralelamente, las instituciones / empresas prometen a las juventudes modelos de integración que son obsoletos, violentos e incluso, fomenta el riesgo de la exclusión al no considerar una perspectiva más inclusiva para quienes atraviesan distintos procesos en su vida. 

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¿Y esto cómo se relaciona con la exclusión? El informe advierte que, las juventudes caribeñas y latinoamericanas ya no siguen este modelo de vida que se replicó hace décadas, por el contrario, entran y salen de empleos y lo mismo ocurre con su educación; transiciones de vida no lineales y complejas que, además, son repetidas con mayor frecuencia entre personas que habitan en contextos inestables. 

Entonces, mientras el Estado y las empresas continúen considerando estas trayectorias ideales-típicas como el único modo de vida y no fomente un análisis interseccional y con perspectiva de género de las juventudes, se continuará vulnerando social y económicamente a las personas quienes difícilmente lograrán culminar su preparación educativa e insertarse en un trabajo estable y bien remunerado

“Estas trayectorias deben ser analizadas con especial énfasis para visualizar las características sociodemográficas y en qué parte del proceso y por qué razones no logran transitar hacia una inserción estable en el mercado de trabajo”, explica el informe. 

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Paralelamente, sentencia que el Estado debe mirar a quienes abandonan el sistema educativo, a quienes no logran acceder a programas de formación, cómo está distribuido el cuidado, qué ocurre con los modelos de inserción laboral, qué estructuras desfavorecen a ciertos grupos sociales y cómo asegurar un transitar al mercado laboral bien remunerado, estable y garante de derechos. 

Empleos demandan tecnología y formación académica

El tercer punto medular es que, en Latinoamérica y el Caribe, las juventudes no poseen las herramientas suficientes para competir en un mundo digital y acceder a mejores oportunidades laborales. 

“La formación digital difícilmente encuentra a las y los jóvenes más vulnerables de la región y las propuestas referidas a estas poblaciones están orientadas, principalmente, a la formación de oficios tradicionales”, explica la Organización Internacional del Trabajo.

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Asimismo, este informe identificó tres mecanismos por los cuales las juventudes no logran transitar con éxito su formación profesional en competencias digitales

  • Dificultades en la captación: Las empresas o instituciones no conectan con personas provenientes de poblaciones vulnerables y no hay suficiente difusión sobre la existencia de oportunidades formativas. 

  • Barreras de ingreso: Aunque la persona conozca de la oferta formativa, es posible que no pueda acceder a ella, pues este sector tiene sentidos de la urgencia distintas que las apremian en su situación de vulnerabilidad económica inmediata. 

  • Debilidades para asegurar la permanencia: Al igual que el punto 2, las juventudes vulnerables se ven forzadas a abandonar espacios de trabajo por condiciones de género (como no conciliar las tareas domésticas), condiciones geográficas que no les permite transportarse e incluso, de conectividad. 
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Con este panorama, en América Latina y el cuidado el 24.7% de las juventudes provenientes de entornos precarizados y en situación de pobreza no estudia ni trabaja, este número es tres veces mayor al número de jóvenes de clase media-alta que no estudia y tampoco trabaja. Esto esboza la manera en que contextos estructurales y económicos influyen de manera directa en el desempleo de las juventudes de la región, por lo que la Organización Internacional del Trabajo  demanda las siguientes acciones:

  • Robustecer los sistemas educativos
  • Fortalecer los mecanismos de información laboral
  • Desarrollar sistemas de organización social del cuidado 
  • Dejar de concebir las políticas públicas como homogéneas para todas las juventudes