En una ocasión, una estudiante preguntó a la renombrada antropóloga Margaret Mead cuál era en, su opinión, la primera señal de civilización de un grupo humano. Su respuesta, según se cuenta, no fue la más esperada. Mead dijo que la primera señal de civilización era un fémur roto y curado.

Sucede que, a diferencia de los humanos, otras especies de animales dificilmente sobreviven una fractura de ese tipo. Un fémur curado implica que alguien brindó auxilio y asistencia prolongada al lesionado. Para la antropóloga, el cuidado en los seres humanos sería un signo de civilización.

El pasado 21 de febrero, Marta Ferreira (Directora General de la Política Nacional de Igualdad de Inmujeres) utilizó esta anécdota para iniciar su charla inaugural del Seminario de Cuidados del Centro de Ciencias de la Complejidad de la UNAM. En su intervención recordó a la audiencia el gran valor social de los cuidados y lamentó que éstos se brinden mayoritariamente por mujeres sin remuneración ni reconocimiento.

INTERIORIZACIÓN DE LOS CUIDADOS

Una de las claves planteadas –y sobre la que deseo reflexionar en esta ocasión– está relacionada con la forma en que las mujeres interiorizamos desde niñas un sentido de deber en torno a la provisión de cuidados. Asumimos la carga sin cuestionarla, y sufrimos una dolorosa culpa al desatender labores de cuidado para dar prioridad a proyectos e inquietudes personales.

Marta Ferreira compartió que, al conversar con la responsable del Sistema Distrital de Cuidado de Bogotá, ésta le contó que al implementar el Sistema los centros de cuidado de menores recibían muy pocas solicitudes. Las mujeres continuaban llevando a sus hijos e hijas a sus lugares de trabajo o encomendándoles al cuidado de abuelas, hermanas, primas, etc. Luego de consultar a varias mujeres, se cayó en cuenta de que ellas percibían el cuidado de los menores como su deber, y considerar los centros de cuidado parecía hacerles sentir irresponsables.

SENTIMIENTO DE CULPA

Esto es así en diversos contextos en Latinoamérica y en el mundo. Y ha sido así por demasiado tiempo. Ya en los años sesenta la feminista Betty Friedan denunciaba tal aspecto psicológico de la subordinación de la mujer. Luego de recabar una enorme cantidad de información, historias y opiniones, escribió su célebre libro The Feminine Mystique (1963), en el que criticó la propaganda posbélica que promovía el lugar de la mujer en la esfera doméstica.

El discurso prevaleciente no admitía nada más que esposa, madre y ama de casa en la definición sexual de la mujer. Friedan detectó el profundo y generalizado sentimiento de culpa en mujeres de clase media que se atrevían a desempeñar tareas o actividades no relacionadas con su hogar, su marido o sus hijos e hijas.

De acuerdo con la psicóloga Carol Gilligan, madre de la Ética del Cuidado, la persistencia de patrones de subordinación y abnegación de la mujer responden a un sistema de retribuciones o castigos sociales que se dan en función de su apego a normas culturales.

En su libro Why Does Patriarchy Persist (2018), [MOU1] muestra que en ocasiones incluso se adopta una actitud de sumisión y servicio por los beneficios sociales de inclusión y reconocimiento que ello conlleva. Según afirma Gilligan, el patriarcado persiste, en parte, debido a que los individuos replican dinámicas y actitudes patriarcales voluntariamente por las ganancias sociales resultantes.

Además, nos dice, por ejemplo, que una mujer puede no denunciar a un agresor para evitar ser señalada como egoíta, mentirosa o problemática. O un hombre puede rechazar a quien actúa ‘femeninamente’ buscando aceptación de cierto grupo de hombres. Una vez que se ha obtenido ganancia social a partir de actitudes patriarcales, renunciar a tales ‘beneficios’ puede ser indeseable. Ello refrenda el sistema, aún cuando las personas son más o menos conscientes de su perversidad.

En palabras de la autora: “Lo cultural y lo psicológico coexisten comúnmente en estado de tensión: podemos inconscientemente absorber y reificar un marco de referencia al que consciente y activamente nos oponemos… Podemos creer en la igualdad de género y a la vez, como mujeres, sentir culpa cuando damos prioridad a necesidades personales o sentir incomodidad cuando otras mujeres lo hacen. Así también los hombres, incluyendo a los feministas, pueden sentir enojo y vergüenza cuando su sentido de autonomía o su estatus y poder se ven amenazados y su vulnerabilidad, expuesta.” [traducción propia].

¿Cómo opera entonces el patriarcado? Gilligan lo explica recurriendo a Leon Tolstoi, quien en Ana Karenina (1877) describe una fuerza cruda, poderosa y misteriosa en su habilidad para transformar lo que parece natural y bueno en algo que a los ojos del mundo resulta vergonzoso e impropio. En el caso de un hombre, por ejemplo, comportarse de forma tierna y compasiva, en el caso de una mujer, perseguir un puesto de poder o liderazgo…

“Él sentía que, además de la fuerza espiritual buena que guiaba su alma, había otra fuerza, cruda e igualmente poderosa, si no es que más, que guiaba su vida.”

Así pues, se requiere conciencia y valentía por parte de hombres y mujeres para resistir la inclinación a replicar patrones sexistas en busca de aceptación social. Debemos combatir la culpa y explorar la forma en que hemos interiorizado y normalizado formas de explotación. La participación de los hombres en la redistribución de la carga de cuidados resulta crucial así como contar con su valentía para sobreponerse a las expectativas sociales en favor de la justicia.

El brindar cuidados, con afecto y solidaridad, es un rasgo clave en el desarrollo de la humanidad, y en la construcción de vidas humanas significativas y gratificantes. Así pues, vale la pena insistir en declarar su valor, de modo que los cuidados se reconozcan, se remuneren y se redistribuyan.

MARÍA CRISTINA PÉREZ VENEGAS

Licenciada en derecho y maestra en teoría política. Ha trabajado como investigadora en materia de política social en el Gobierno de Jalisco y en el de la Ciudad de México. Actualmente es candidata a doctora en Filosofía del Derecho por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM  e integrante del seminario sobre sociología política de los cuidados del Instituto Mora.

Twitter: @cristinaperezve

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