Duelos tenemos todas y todos, los tramitamos cada quien de manera distinta, pero siempre habrá algunos que nos quiebren más que otros el corazón. Y en mi caso después de haber pasado en poco tiempo por la pérdida de Pisqui, Amankay, Nellys, y Tere, indudablemente ya no pude con la muerte de mi abuela, fue devastador, y en ese momento de desgarramiento emocional, mi realidad se apersonó frente a mí y me llevó a ponerle como me diría la psicoanalista Alejandra de la Garza Walliser “palabras a la ausencia sin tapar el agujero” y así nació un libro.

La vida es cíclica y dialéctica, la vida y la muerte coexisten todo el tiempo en nuestros días. Unos mueren, otros nacen, otros nos reciclamos, otros y otras aun muertos, muertas permanecen vivas y vivos desde sus ideales, sus consejos, sus palabras, su música, sus escritos, sus historias, sus olores, su comida y peripecias. Todo aquello que fueron dejando en nuestra consciencia y en nuestro inconsciente queda en nuestra memoria cotidiana.

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La única certeza que tenemos al nacer es la muerte. Cada cultura tiene sus propios rituales, desde la cosmovisión mexicana tenemos una cercanía con ella, creyentes o no, la humanizamos, y a través del ritual honramos a nuestros seres queridos, a quienes de manera simbólica les expresamos que siempre las y los tenemos presentes.

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Las emociones en el altar de muertos

En el altar de muertos mezclamos el respeto, la añoranza y la alegría de sentirles presentes a aquellos que se han adelantado, combinando nuestros cinco sentidos a través de darnos un tiempo para estar con ellos y ellas, a través del colorido de las flores de cempasúchil, terciopelo y nube, las velas con sus flamas andantes y bailadoras que se consumen poco a poco, las frutas diversas, las fotos memorables y el papel picado. El olor combinado de las flores, el trago, la comida tradicional y el copal, que nos abre la puerta a ese mundo mágico de encuentro con los que se fueron, compartiendo con ellos y ellas un trago, un anécdota, un reclamo, un consejo o una petición. La idea es seguir compartiendo la vida desde cualquier plano.

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Haciendo una analogía del ritual del día de muertos con el inconsciente podría ser un ritual de respeto hacia el subterráneo de nuestro inconsciente, el cual desconocemos, pero sabemos que existe de alguna manera, y a veces podemos transitar en él. Nos da miedo e incertidumbre, y nos maravilla cuando comenzamos a entenderlo y lo vamos descubrimos. Nos lleva por esos pasajes como en el infierno de Dante, mágico, tenebroso, lleno de luz y oscuridad, ominoso también, pero que al transitarlo nos deja paz y tranquilidad, aun cuando a su paso nos entristezcan, enojen y nos sintamos desoladas. Al final, ese recorrido nos hace más fuertes y más humanas, humanos.

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De vuelta a la naturaleza

Ineludiblemente, la muerte física de las personas es real, sin embargo, los cuerpos se vuelven a integrar al medio ambiente, ya sea siendo enterrados o convirtiéndose en cenizas para luego permanecer en una urna, o formar parte del mar, de un árbol, o algo que “le devuelva la vida”. Nos convertimos en abono y nutrientes que ayudan a dar nueva vida, y claro, de alguna manera volvemos a estar de una forma diferente porque somos materia, solo nos trasformamos y nunca terminamos de “desaparecer”.

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El duelo es un afecto normal ante la pérdida de una persona amada, querida, o de una abstracción como puede ser la libertad, un ideal, o bien, algo material como una casa, una parte del cuerpo, o algo más intangible como una relación, un proyecto, entre otros. Freud decía que a pesar de ser dolorosa, es indispensable transitarla para lograr el bienestar psíquico de las personas. Las etapas o fases varían según los diferentes autores, desde el psicoanálisis se habla de la negación, la confrontación y el restablecimiento; desde la Tanatología se consideran: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.

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El duelo

El periodo de transición es diferente en cada persona, ya que depende de diversos factores: como la circunstancia del hecho, los recursos de la persona en duelo, su emocionalidad, su estructura mental, y su resiliencia, entre otros. Si el duelo paraliza a la persona es preferible pedir un acompañamiento de un profesional de la salud mental para aminorar los riesgos de un quiebre.

David Nasio, psiquiatra y psicoanalista argentino, nos dice que “lo que más duele de la muerte del otro, es que uno ya no se refleja en su mirada, y ese reflejo en la mirada que ya no está, se lleva parte de la memoria, que él que se va se lleva con él, y ya no vamos a poder contarla”.

Cuando una pasa por el proceso de duelo, se estanca en la tristeza, lloramos, nos reprochamos, nos enojamos, le reclamamos el abandono, a través de preguntarle ¿Por qué me dejaste aquí? y seguramente si pudieran contestarnos, nos diría: porque tú no eres yo, porque tú tienes una vida propia, así que hazte cargo de ti, no vivas a través de mí. Entenderlo y aceptarlo sabrá, no fue fácil pero se puede.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr