A las mujeres se nos enseña a vivir en una sociedad que nos posiciona como objetos de deseo, pero nunca como sujetas que desean. Dudamos al enunciar y afirmar nuestros deseos sexuales, pues aprendimos que eso es motivo de castigo. Si invitamos abiertamente a  un hombre a tener sexo, siempre corremos el riesgo de ser tachadas como “putas”. 

El slut-shaming, o el acto de putiavergonzar a una mujer, trata de “todos esos mensajes que nos manda la sociedad para castigarnos por asumirnos como seres sexuales y así controlar nuestra sexualidad” afirma la feministas y columnista Catalina Ruiz-Navarro, en su libro “Las mujeres que luchan se encuentran”. 

Catalina expone el problema de la putivergüenza declarando que, gracias a esos mandatos de género que buscan controlar nuestra sexualidad, muchas mujeres no pueden ni podrán disfrutar de la sexualidad hasta desaprender años y años de mensajes negativos y patriarcales. 

Terminar con la putiverguenza

Incluso, cuando las mujeres se aventuran a disfrutar de su sexualidad, después de tener algún encuentro casual, de proponer sexo directamente o de aventurarse a cumplir una fantasía, la culpa las persigue. "¿Esto me desvaloriza?" o "¿esto mancha mi reputación?" son algunos cuestionamientos que muestran cómo nos culpamos de nuestro placer.  

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Por ello, es fundamental reestructurar la relación de la femineidad con la sexualidad. Actuar como si fueras una santa no te convierte en una mujer más respetable, sino en una mujer oprimida. Es primordial que dejemos de juzgar a las mujeres por reconocerse como seres sexuales y por enunciar sus deseos. 

Mientras se mantenga el doble estándar que aplaude a los hombres la promiscuidad, pero  castiga a las mujeres, el patriarcado seguirá limitando a todas las mujeres, afirma la columnista.

Las mujeres son juzgadas por manifestar su deseo sexual

“La putiverguenza está construida sobre un aparato de estigmas alrededor de la promiscuidad de las mujeres, y todos parten de una necesidad de control sexual y reproductivo. Esa es la razón real, pero las mujeres terminamos siendo juzgadas moralmente por manifestar nuestro deseo sexual”, afirma Catalina Ruiz.

Continuar alimentando la putivergüenza es peligroso, puesto que a través de ella se llegan a justificar insultos, desvalorizaciones y hasta violencia sexual, con frases como “era una mujer promiscua, seguramente se lo estaba buscando”. 

Atacar a una mujer desde la moral sexual es una forma común de desvalorizar cualquier aspecto de su vida. Se les critica por cuántas parejas han tenido y sobre cómo se relaciona con los hombres de su entorno. Incluso en el entorno digital la putiverguenza se hace presente, y pone en duda la reputación de las mujeres por las fotos que sube a sus redes sociales, o peor aún, les complican la vida si algún video sexual de ellas se filtra en la red. 

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Impide otras formas de relacionarnos 

Con base en los estándares de castidad que la sociedad impone a las mujeres, resulta mucho más complicado para ellas relacionarse de manera no-monógama o libre. El sexo casual, por ejemplo, represena un grave riesgo para las mujeres, quienes se adentran en un mundo de heteronormatividad y machismo. 

“Muchas veces uno se levanta después de una noche de sexo casual sintiendo todo eso, sintiendo que ‘por haber[me] dado a este man me degradé a mí misma’. Las palabras no son nuestras; nos las ha embutido en la cabeza nuestra sociedad”, escribe Catalina.

Explorar y conocer nuestros deseos

En un mundo que nos enseña a repudiar nuestros deseos sexuales, conocernos y explorar nuestra sexualidad es revolucionario. Catalina Ruiz recomienda la masturbación como una forma de explorar y conocer nuestros deseos. “La maturbación nos permite explorar nuestro propio deseo sin tener que ponernos en el lugar de otro”, afirma. 

Según expone la columnista, el control de los cuerpos femeninos parte de instaurar la idea de que las mujeres no pueden disfrutar sin sentir culpa. El ejercicio de putiavergonzar, por tanto, perpetúa la opresión e invisibilización del deseo y la sexualidad femenina. 

“Lograr dejar de sentirnos culpables por nuestros desesos es una revolución feminista en cada mujer”, concluye Catalina.