En los recuerdos de Eloísa están las madrugadas que llenaba el tenate de tortillas y tortillas de frijolitos que, junto a su madre y hermanas, llevaban cuando cortaban café en la sierra mazateca. Extraña aún el calor de la leña al cocinar, las pláticas con su familia, el olor de los chayotes, la naranja, la mandarina y los hongos, que cosechan en su comunidad. Piensa en las pequeñas canastas que llenaba con café hasta juntar un costal que le dejaba las monedas suficientes para comprar zapatos o faldas.
Sierra Mazateca, fotografía de Flickr
Hace más de 23 años que llegó por primera vez a la Ciudad de México: estaba casada y con un hijo. Sin embargo, desde adolescente visitó la ciudad de Oaxaca, capital, para estudiar la secundaria. Su papá, Don Félix García, gestor comunitario del pueblo donde nacieron, la llevó para evitar se desposará a corta edad: “quería que fuéramos un poco más, o sea, para saber de todo un poco, así como él logró llegar lejos, nosotros igual”.
Eloísa García Martínez es una mujer indígena mazateca, residente de Nezahualcóyotl, Estado de México; originaría de Santa María Chilchotla, Oaxaca. Pertenece a las 1.26 millones de personas que se identifican como indígenas en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), de acuerdo con el Censo Poblacional 2010. Al principio de su matrimonio se quedaba en su casa en la sierra mientras su esposo trabajaba en la ciudad. Un día le pidió irse con él.
Lee: Preguntas clave para la cobertura de las mujeres migrantes
“Fue un poco complicado, tenía un año ya en mi casa; tenía mis animalitos, mis pollos y un gatito; de la noche a la mañana me dijo “vámonos”. Mi familia me decía: ¿cómo que te vas?, como que se queda así de ¿por qué?, ¿por qué nos dejas?, se pusieron medio tristes y más mi mamá; pero teníamos falta de dinero, el café que era a lo que nos dedicábamos allá, estuvo a un bajo precio, ya no subía el precio que daban antes y por eso nos venimos.”
MIGRACIÓN INDÍGENA
Anima Baa, fundadora y secretaria de South Vihar Welfare Society for Tribal, organización de la India sin fines de lucro que apoya a las comunidades originarias alcanzar una vida digna; mencionó en el marco de la Segunda Conferencia Global de Mujeres Indígenas que se llevó a cabo del 12 de agosto al 2 de septiembre del presente año, que la migración de personas indígenas a espacios urbanos es de carácter irregular y comúnmente impulsada por la falta de oportunidades laborales y de subsistencia; pero no es estática: algunos pueden residir en la ciudad durante mucho tiempo o intermitentemente, por lo que pueden estar expuestos a violencias, perdidas culturales y trabajos temporales.
“Muchas personas que llegan al pueblo ya se sienten de la ciudad, yo me siento igual: igual de mazateca e indígena, no pierdo mis raíces. Muchas llegan y ya no hablan mazateco, puro español y pues yo sí, aquí donde vivo hay mucha gente de mi pueblo y les hablo en mazateco, no me da pena, además esas personas hablan mazateco desde niños, ¿por qué les hablaría en español?”, comentó.
Eloísa afirma que muchas madres ya no les hablan en mazateco a sus hijos e hijas, algunas se los prohíben, otras niegan la lengua afirmando que se les ha olvidado o que dejaron de entenderla por vivir en la ciudad; pero muchos la conservan e intentan heredarla a sus hijas e hijos. Eloísa y su esposo conversan tanto en español como mazateco, pero de sus 4 hijos ninguno lo habla.
COMUNIDADES INDÍGENAS EN LA ZONA METROPOLITANA
En la ZMVM existen pueblos y barrios originarios que descienden de poblaciones anteriores a la colonización; y comunidades indígenas de migrantes que reproducen total o parcialmente su cultura e instituciones. El mazateco es la segunda lengua con más presencia en el municipio de Nezahualcóyotl, representan casi el 18% de la población indígena según datos del Censo Poblacional 2020.
Eloísa relata que el miedo estuvo presente varias veces. En vísperas de su matrimonio tuvo temor porque no conocía a su futuro esposo, sin embargo, las cosas salieron bien. Pero la intranquilidad regresó pronto al imaginar una ciudad con tantos riesgos como es la capital mexicana. ¿Cómo podrían establecer un hogar en una ciudad tan gigantesca?
“Poco a poco me fui acostumbrando, pero sí tarde; dije ¿qué voy a hacer?, no conozco a nadie. No conozco la ciudad, que tal si me pierdo por las calles, dicen que está grande la Ciudad de México. Muchos en el pueblo dicen qué roban, que secuestran, que te hacen burla porque eres de pueblo, porque hablas mazateco y te quedas con la mentalidad de eso”, se decía.
Lee: Ser mujer, migrante y morena: las múltiples caras de la violencia de género
El Inegi reportó que de 2010-2013 el número anual promedio de migrantes internos en el país era de 872 mil personas y no se previa un crecimiento importante. Sin embargo, a partir de la pandemia por covid-19 se desconoce si este comportamiento se alterará. Eloísa asegura que la pandemia cambió definitivamente el rumbo de las personas: “ya no vamos a vivir igual como antes, ahora va a ser más complicado regresar al pueblo, asegurar la comida, todo; pero yo sí quiero algún día regresar”.
Andar al aire libre, cuidar el campo, platicar con su madre mientras beben café y comen chayotes, saber de dónde proviene lo que alimenta el cuerpo. Eloísa sabe todo lo que añora de su pueblo, también todo lo que se pierde, pero igualmente está consciente de los privilegios citadinos que no le permitieron permanecer en la tierra que tanto ama.
“Aquí tuvimos más oportunidades, mis hijos tuvieron más oportunidad, sí pensamos en regresar, pero vimos todo lo que había y nos quedamos. Siempre hay más oportunidad acá, pero fuera de eso la ciudad no me llama la atención, prefiero mi pueblo. Es difícil cambiar, dejar de hacer todas esas cosas tan bonitas, lo extraño mucho, vamos luego una semana o dos, pero no es lo mismo, me gustaría poder quedarme allá. Es difícil extrañar”.
Lee: “Antes de migrar me preparé y me puse el dispositivo"
Entrecruza sus morenas manos, su largo pelo negro cae pacientemente sobre su espalda, tiene una sonrisa blanca y perfecta, ríe para sí misma. Adivina de alguna forma su futuro y se lo confía al anhelo de algún día volver a su hogar en la sierra mazateca.